Alguna vez se creó para sus dibujos en estas páginas la categoría patafísica de "Rotring stone" (la patafísica, invento literario, es una ciencia de lo singular) aunque la imaginería de Chachi Verona (Rosario, 1962) tenga más que ver con el universo de ilustradores y animadores afines a la música de los Beatles: Alan Aldridge, o el influyente George Dunning de Yellow Submarine (1968). Aguerrido cronista satírico en imágenes de la actualidad nacional en diversos medios locales (como puede apreciarse en su libro de 2015, Ilustraciones), Chachi viene pintando desde hace algunos años unas acuarelas cada vez más serenas y (valga la redundancia) acuáticas. "Las llamo 'paisajes interiores' porque navegan entre lo reconocible y lo abstracto", contó el sábado a Rosario/12.

Una selección realizada por el autor de doce de una serie de 30 acuarelas recientes en ese estilo, junto con 54 de sus dibujos en tinta sobre papel, pueden verse hasta el 2 de diciembre en Local 15, la galería de arte situada en ese local del Pasaje Pan (Córdoba 954, Rosario) y que sólo se podrá visitar los martes y los viernes entre las 16 y las 18. La muestra de pinturas y dibujos de Chachi Verona iba a llamarse "El espíritu del paisaje", pero finalmente se titula El aire del tiempo. Las acuarelas fueron pintadas a finales del año pasado y lo que va de este; los dibujos, que se exponen juntos en una mesa central, son de un viaje a Bolivia en 2017 y fueron trazados con birome en un pequeño block. Se detectan entre sus formas antropomorfas algunos rostros aindiados. A otras, Verona las reconoce atravesadas por "la iconografía del lago Titicaca, las balsas de paja, la isla del sol y de la luna" (que fascinaron hace casi un siglo a los hermanos Ángel y Alfredo Guido, quienes volcaron ese acervo en obras como el Palacio Fracassi de San Luis y Corrientes).

Si en las pinturas sobre papel de Acuarelas y metales (su exposición individual en la sala Trillas del Teatro El Círculo en 2016) todo parecía disolverse en el blanco de la página, y en las de Pinceles y pantallas (la de 2017 en la Biblioteca Municipal José Manuel Estrada) los fragmentos componían azarosos rostros que parecían dejarse leer en las nubes, en estas nuevas acuarelas el punto de partida lo constituyen los elementos abstractos. Lo que en obras anteriores era apenas el borde ornamental de una idea, pasa al centro. En cuanto al procedimiento, pintar es para Chachi Verona casi una forma de meditación.

Su vida actual y su forma de hablar transmiten la misma paz, la misma serenidad irisada de estos "paisajes interiores", entre figurativos y abstractos, a medias recordados y a medias inventados. "En algunas acuarelas cuando estaban terminadas vi reminiscencias de algunos lugares: Nono, San Marcos, Niza... el fantasma del lugar", contó Chachi el sábado. Parecería estar ejercitando una nueva vuelta de tuerca contemporánea del arte pictórico del capricho, aquella forma de producir paisajes a partir del juego de la técnica y la imaginación, de donde surgieron cosas como el paisaje que Leonardo Da Vinci pintó en el fondo de La Gioconda, por poner un ejemplo de prestigio. Pero a diferencia de los pintores del siglo XV, que buscaban dar cuenta del mundo en todos los detalles que la ciencia de su época les permitía conocer, Verona explora atmósferas anímicas, colores de las sensaciones y la memoria. Una subjetividad intraducible a palabras se abre paso, y no hay ambiciones de gloria que empañen la experiencia de un puro presente gozoso.

En cuanto a los dibujos, además de la técnica y el estilo, lo más que los emparenta con su obra gráfica de ilustrador de medios periodísticos es la insistencia en el rostro. Todas las figuras están en el centro de la hoja y casi todas tienen una mirada. Pero el tono es distinto. No les da forma la urgencia de decir algo sino el gesto de captar un momento. Son instantáneas de viaje, como haikus visuales. Lo grotesco deja lugar al  asombro. La madurez de Chachi Verona es un desaprendizaje, como la de todos los grandes artistas.