Con plazas habitadas y el tránsito ajetreado, este lunes la fase de distanciamiento social, preventivo y obligatorio por la pandemia del coronavirus empezó con nuevas habilitaciones en la Ciudad de Buenos Aires. Según el reporte matutino del Ministerio porteño de Salud, hubieron 212 contagios y 9 muertes en las últimas 24 horas. “Si los casos siguen bajando, estoy de acuerdo con las aperturas, pero hay que cuidarse”, señaló Paola, mientras con el celular enfocaba a su hija que saludaba desde una de las figuras de “La calesita de Pascualito”, en el Parque Centenario. En la nueva etapa de aperturas en la Ciudad se habilitaron los juegos de las plazas y parques, los deportes al aire libre en clubes y gimnasios, y las clases y talleres artísticos con el 30 por ciento de la capacidad del espacio.

Sobre la Avenida Corrientes, Florencia espera el colectivo. “Pedí cambiar horarios porque en hora pico es imposible cumplir con el distanciamiento”, advirtió la mujer, que trabaja en el ámbito público, en una oficina en el Centro porteño, y aclaró que “en subte ya decidí que no viajo más porque hay gente todo el tiempo, la última vez tuve que esperar 20 minutos hasta poder tomarme uno”. Su colectivo llegó pero no parecía tener asientos disponibles y no se detuvo. “A principios de octubre volví a la oficina, pero hace quince días empezamos a ir sólo dos veces por semana porque notamos que había demasiada circulación”, relató Florencia, impaciente porque ya casi eran las once de la mañana. Detrás suyo, unas tres personas más se acomodaron en fila para esperar el colectivo.

Cafés con poca clientela

“Nunca se termina de llenar, vienen vecinos del barrios, clientes habitués”, señaló Eduardo, encargado de un local que tiene unas 120 sillas en el interior, de las cuales se pueden ocupar aproximadamente 30. “La mayoría prefiere sentarse afuera”, afirma el empleado, que completa una planilla mientras conversa con este diario, y agrega que “el panorama no es el de marzo -previo al aislamiento obligatorio por la pandemia- pero va mejorando poco a poco”. Adentro del local hay mesas preparadas para cuatro y para dos personas, pero sólo una está ocupada por un grupo de mujeres mayores; las demás son todas individuales: unos cinco clientes que toman café mientras leen el diario, utilizan la computadora o el celular. 

Frente al gran local, un pequeño café en la esquina de Corrientes y Ángel Gallardo, que abrió en 2016, tiene sólo una mesa ocupada en el salón. “Antes hacíamos 600 pesos de propina pero ahora llegamos a 300 sólo en los días buenos”, relató Fiorella, que trabaja allí desde la inauguración del local. De las quince mesas que hay en el pequeño salón, sólo cinco pueden ocuparse. Afuera, en cambio, la capacidad es mayor, pero este lunes sólo dos mesas están ocupadas. “Si fuese una buena mañana, no podría ni detenerme a conversar un minuto. Así era antes”, recordó Fiorella, algo nostálgica.

Los parques, el nuevo furor de la Ciudad

Marco tiene un año y medio y nunca había ido a los jueguitos, aunque desde agosto pasea una o dos veces por semana por el Parque Centenario, en el barrio porteño de Almagro. “Vinimos algunas veces al parque pero esto es diferente, está encantado”, opinó Flavia, que es su tía abuela pero lo cuida desde agosto, cuando la madre, que es doctora en bioquímica, tuvo que salir a trabajar. “Yo antes de jubilarme era niñera, así que él está bien conmigo”, relató la mujer, que aunque es mayor dice no ser de riesgo. Marco camina con torpeza hasta un tobogán, donde se encuentra con otro chico, casi de su misma estatura. Los dos intentan subir pero ninguno lo logra; después se saludan con el puño de la mano. “Se acostumbró a saludar así por vernos chocar los codos. Como no le sale con el codo, hace eso con la mano”, explicó Flavia, y sujetó a Marco para sacarse una selfie con él.

Dentro del patio de juegos -un predio rodeado por una reja donde hay unas cinco esferas gigantes de colores que emergen desde el suelo, algunos toboganes y un juego que simula una moto de madera, sujeta al piso con un resorte- había unos 20 chicos y chicas con sus padres o madres. “Llegamos al parque como siempre y me encontré con los juegos abiertos. Fue una sorpresa”, relató Gabriela, que vive cerca, en Villa Crespo. Sofía, su hija de apenas un año, aprendió a caminar durante la cuarentena. “Venir es una aventura para ella, empieza a mirar a otros chicos, se emociona porque está descubriendo todo”, explicó la vecina, que se dedica al turismo y todavía no volvió a trabajar.

Fuera de la circunferencia donde se concentran los juegos había lonas sobre el pasto y, más allá, una clase de yoga donde unas 20 personas seguían las instrucciones de la profesora. Si bien la mañana no es la hora pico de los runners, hubo quienes llegaron temprano para evitar la aglomeración que comienza a las siete de la tarde y no cesa hasta pasadas las diez de la noche. En el predio de cemento, junto al Museo de Ciencias Naturales, unas ocho personas jugaban al vóley; de fondo, el reggaetón de una clase de zumba distraía cada tanto a uno de los jugadores que se daba vuelta para mirar. Aunque ya se pueden dar clases dentro de gimnasios y clubes, la costumbre de convocar actividades en los parques -clases, cumpleaños, partidos de futbol- sin dudas llegó para quedarse.

Desde atrás de las rejas, Paola mira a su hija, que da vueltas en la calesita dentro de un pequeño auto rosado. “Somos de Entre Ríos y allá hacíamos vida normal. Mi marido trabajaba y yo estaba en casa con ella”, relató la mujer, que tuvo que viajar a la Ciudad de Buenos Aires para atenderse con un médico recomendado porque tiene un embarazo de riesgo, y explicó que “desde que llegamos a la Capital, hace un mes, estamos encerrados en un departamento con mi hija y su abuelo, o sea mi padre”. La nena saluda y Paola saca fotos. Mientras, en la puerta de la calesita, otro chico con sus padres espera para entrar.

Ferias sin turistas

En San Telmo, feriantes, manualistas y artesanos esperaban con ansias la reapertura de las ferias. “Había mucha emoción, todos estábamos esperanzados, no sólo con volver a la feria sino también con volver a encontrarnos”, relató Leila, del puesto “Fileteado Banquero”, que participa de la histórica feria desde hace 11 años, y remarcó que “había mucha cooperación en organizarnos para que saliera lo mejor posible de acuerdo a los protocolos”. Para cumplirlos, se estableció un sistema rotativo de puestos, sobre las calles Defensa e Yrigoyen. “Muchos vinieron en bicicleta, y aunque algunos no venían a la feria, pasaban y miraban. Era gente de acá, muy tranquila y respetuosa”, señaló.

En la Ciudad, son cerca de 5 mil los trabajadores y trabajadoras de las ferias que volvieron a montar sus puestos este fin de semana, en 31 ferias de manualidades y artesanías. Además de las oficiales, pequeñas ferias independientes de emprendimientos -algunos de ellos nacidos durante la cuarentena- también se llevaron a cabo este fin de semana, como un modo alternativo de financiamiento además de la venta por Internet.  

Informe: Lorena Bermejo