Cuando a fines de octubre el gobernador Axel Kiciloff anunció desde Mar del Plata la temporada alta para el territorio bonaerense, despejó una duda instalada desde hacía muchos meses: ¿habrá "verano" este verano, a pesar de la pandemia?. En otras palabras, dio luz verde y bandera de largada para el turismo, esa industria sin chimeneas que mueve millones de personas, de pesos y de servicios, y que no solo implica ocio y descanso para visitantes, sino también –en muchos casos, por no decir la mayoría– la principal o única fuente de subsistencia para los locales.
Pero si bien esta confirmación oficial cerró muchas dudas, por lo bajo abrió nuevos interrogantes sobre este verano que será una transición entre protocolos de distanciamiento y la espera de la vacuna contra el coronavirus: ¿cómo procesarán mentalmente esta nueva convivencia social destinos que transitaron el tramo duro de la cuarentena fuera del círculo de fuego del AMBA, y que desde el 20 de marzo tuvieron en su mayoría las entradas cerradas, perdiendo la costumbre de la interacción con los turistas?
Protocolos para la arena y el agua
"No puedo negar que estoy un poco asustado. No sé cómo actuarán los turistas. Imagino que habrá de todo: el que estuvo contagiado y sabe de qué se trata, el que se cuida… y el que no, o no tanto porque viene a relajarse. Aunque esa idea de venir a vacacionar y relajarse quizás esté un poco alejada de la realidad, ya que va a estar lleno de indicaciones y protocolos: en la playa, en el centro, en los comercios, o en cualquier lugar que quieras visitar, vas a tener que esperar más de la cuenta", apunta Luciano Codiani, que tiene treinta años y es guardavidas geselino.
La actividad en la playa será acaso la más singular, ya que todo se aplicará sobre un terreno literalmente virgen: no hay, al menos en Argentina, ningún antecedente que permita contrastar proyectos y modelos. De todos modos, Luciano señala algunos aspectos del protocolo que se armó después de intercambios y negociaciones entre los distintos actores, entre los que se incluyen varios sindicatos del rubro.
Por un lado, serán infaltables el alcohol en gel, barbijo, guantes, máscaras completas y pulverizadores para desinfectar tanto la casilla (el famoso mangrullo) como los elementos de laburo y rescate (rosca, torpedo, silbato y handy). "Pero también está el protocolo sobre los rescates, a pesar de que cada situación en el agua sea bastante particular", reconoce Lucho.
Se habla de procurar llegar a la víctima con cierta distancia, algo "complicado en una situación de shock". Y después habrá una división de tareas: "El guardavidas que entra al agua para socorrer a la víctima, la trae hasta la orilla y luego se desvincula para que actúa el 'guardavidas seco', que espera fuera con barbijo, le coloca otro a la víctima y además debe tomarle los datos para que haya un registro de todos, en el caso de que alguno de nosotros presente síntomas en el futuro".
"En la playa, el guardavida es un referente: cualquiera te pregunta desde el estado del mar hasta una sugerencia para ir a un restaurant", reconoce Codiani. De todos modos, la responsabilidad de controlar el distanciamiento social entre sombrillas, carpas, lonas y reposeras no estará en manos de ellos, sino de personal municipal. "Vamos a estar abocados al agua. Igual creo que hay que tratar de tomarlo con la calma posible: soy joven pero no estoy exento del virus. Por más que tomes todos los cuidados, en algún punto se escapa de las manos. Sólo espero que la afluencia de tanta gente no descontrole todo y empiecen a subir los casos."
Proxima estación: verano
Matías Ballarini tiene 33 años y vive en el pueblo rural de Madariaga, aunque como muchos de lo que habitan en la autobautizada "Ciudad gaucha" tienen un fuerte link con la Costa Atlántica por motivos que van de la cercanía a las playas (está a apenas 30 kilómetros de Pinamar) hasta amistades varias, pasando también por ser destino laboral de muchos de sus paisanos.
El caso de Matías es casi modélico: trabaja en la estación de servicio de la entrada de Valeria del Mar, sobre el tramo interbalneario de la Ruta 11, y ve como nadie el movimiento de autos que vienen y que van. "Después de estar tantos meses parados, está bueno ver el movimiento y que se reactive la cosa de a poco. No olvidemos que la principal economía de la costa es el turismo, y sin él estaríamos complicados", contextualiza.
Aunque Ballarini no niega que al principio, cuando empezaron a aparecer más autos, tuvo "miedo". Como casi todo trabajo de temporada, el suyo implica uso de guantes, barbijo y alcohol en gel. "Nos acostumbrados desde el primer día, pero a medida que se acerca el calor, la mascarilla te sofoca. Y no hablar cómo será en pleno verano. Pero habrá que amoldarse y meterle para adelante."
Si bien reconoce que trabajar en una estación de servicio le otorga el impensado beneficio de estar al aire libre y, por lo tanto, "tener menos posibilidades que en un supermercado u otro lugar cerrado", no niega que "igual te podes contagiar en otro ámbito, no sólo en el laboral, así que hay que tomar todos los recaudos necesarios para llevar un jornal sin problemas y estar tranquilos".
Lugares cerrados
A grandes rasgos podemos dividir los laburantes de temporada alta en dos grupos: los que trabajan en lugares abiertos… y los que no. Blas Páez, de 33 años, trabaja en uno de los mayoristas de alimentos más importantes de la Costa, circula por distintas localidades balnearias para abastecer numerosos comercios durante todo el año y antes del anuncio oficial sobre la temporada ya tuvo dos compañeros con Covid.
"Seguimos repartiendo con menos personal, como pudimos. Y aunque estamos bastante expuestos por el contacto con numerosos clientes, nos cuidamos mucho. El tema es que después, cuando termina el horario laboral, queda en cada uno lo que hace y con quién se reúne. Cada ciudad tuvo distintas fases y autorizaciones de actividades, con lo cual muchos se juntaban a comer asados, iban a bares o compartían el mate simplemente porque estaba permitido."
Más allá de la tarea específica de Blas y de la empresa para la que trabaja (indispensable para garantizar el alimento en una amplia gama que va de mercados a hoteles), el repartidor abre los ojos cuando imagina lo que puede pasar en uno de los lugares más difíciles de disponer y controlar la distancia social: la cocina de los locales gastronómicos.
"Hay lugares grandes, con muchas mesas, que tienen cuarenta empleados en un lugar reducido y cerrado, yendo de acá para allá con barbijo y mil grados de temperatura entre ollas, cacerolas y hornos. Gran parte de esos laburantes son golondrinas, vienen de otros destinos, y es lógico que después de tantas horas busquen salir a algún bar para distraerse. ¿Cómo controlás o impedís eso? Es imposible."
Algunos mercados, por ejemplo, anticiparon que no van a abrir durante el verano. Una apuesta de riesgo: evitar ser propagadores del Covid, aunque al costo de perder el ingreso de una temporada que será XL: durará cuatro meses, desde el primer día de diciembre hasta el último de marzo. "De todas maneras, tenemos esperanza de que sea un buen verano. Ojalá que haya aunque sea un mínimo de control en determinados rubros, para evitar que todo se descontrole", razona Páez, con criterio.
Entre las mesas y las barras
A diferencia de todas las demás localidades balnearias, Mar del Plata presenta la excepcionalidad de ser una megaurbe, una metrópolis de más de medio millón de habitantes que tiene un puerto comercial, una base naval, una pequeña industria textil de pulóveres (el cartel de entrada por la Ruta 2 indica que MDQ es la capital del rubro) y, como si todo esto fuera poco, el primer destino turístico de la costa argentina.
La carga poblacional también la convirtió en la ciudad sobre el mar con más casos de Covid durante la cuarentena (22 mil, contra 1500 en Pinamar, 650 en el Partido de la Costa y 350 en Villa Gesell). Pese a esto, muchos servicios se fueron habilitando incluso estando en Fase 3. "En un punto, acá es como que se dijo: 'No pueden abrir nada, pero si lo hacen, no los vamos a perseguir'. Entonces las cervecerías estaban hasta la una de la mañana. ¡Y me llegaban flyers de amigos que tocaban en bares! Onda que van y tocan, pero si cae la Muni, dejan de hacerlo y punto", describe Leo Pino, programador de sistemas y músico.
"Además, ibas a la costa y estaba explotada de gente, muchos tomando mate, otros sin barbijo", continúa, aunque destaca cómo "en los últimos tiempos los casos fueron bajando de 400 semanales a 300, y luego a 180". Igual, Pino duda: "Andá a saber qué pasará en verano… Los comerciantes están refundidos, esperan que la gente venga. Cosa que desde ya creo que sucederá, porque muchos están podridos del encierro. Cuando caiga la manada, veremos qué pasará. La línea de cuidados y controles es muy fina, y pasado ese punto todo puede colapsar. Hay que ver si la Municipalidad se pone un poco más estricta", opina.
"Es cierto que abrieron muchos restos. Pero algunos se llenan y otros no. Está raro todo. Hay que ver cómo responde la gente después de tanto quilombo. Todo va a ser una lotería", infiere Pato Duhalde, uno de los administradores de Teatriz, teatro y bar sobre Diagonal Pueyrredón que venía sosteniendo su trabajo en la cartelera de espectáculos y ahora presentó un protocolo de gastronomía para reinventarse en tiempos de Covid. "Armamos una propuesta que consiste en un evento por noche en donde comés, tomás algo y tenés un show. Estamos esperando que lo aprueben."
Determinados los protocolos en lugares sensibles como playa, vía pública y gastronomía, quedan abiertos dos frentes: espectáculos y alojamiento. Mientras sectores del primero hicieron lobby para lograr la apertura de teatros, algunos del segundo protestan porque se prohibió la apertura de campings: "¿Hoteles sí, que están cerrados, pero carpas al aire libre no?", reclaman varios dueños.
Distinto es lo que sucede con boliches: autorizados a abrir sólo en sus patios y lugares abiertos, Mar del Plata parece aceptarlo, mientras que Pinamar lo analiza y Gesell ya lo rechazó, en gran parte después de lo que significó el asesinato de Fernando Báez Sosa frente a la disco Le Brique, en enero pasado.
"Vivimos todo con mucha incertidumbre y ansiedad. Si bien estamos acostumbrados a que venga gente y esperamos todo el año la temporada, a la vez estamos asustados. Es esa dicotomía de querer que llegue y a la vez no", confiesa Karen Salazar, trabajadora gastronómica del Partido de la Costa. La joven de 27 años parece apuntar al equilibrio justo para que el verano siga siendo ese lugar de divertimento y no un foco crítico: "Supongo que con protocolos y demás podemos estar tranquilos, pero es un trabajo en conjunto de todes, tanto de los que vienen como de los que estamos acá para recibirlos."