Es un lugar común destacar el modo en que el cine educa la sensibilidad de los espectadores. Salvo excepciones, por mucho tiempo esa sensibilidad parecía estar reducida al universo de la heteronormatividad. Las formas del amor y la sexualidad estaban representadas por parejas de varones y mujeres valientes o tímidas, rebeldes o sumisas, intrépidas o pacientes, siempre heterosexuales. Desde hace años, y en parte gracias a los activismos LGBTQIA+, esa tendencia cambió. En Que la corriente me arrastre. Cine queer para descubrir, segundo libro de la periodista y crítica de cine Milagros Amondaray (San Antonio de Areco, 1983), el amor al cine y el descubrimiento de otras formas de amar se unen en una cineteca disidente, integrada por películas que vimos o querremos ver después de leer el libro. “La idea era brindar una lectura más plural –dice la autora-. Al estar acostumbrados a la crítica de cine más encorsetada, se pierde un poco lo de la educación sentimental del cine. Por eso me gustan tanto los críticos que van por otro lado, que se van por las ramas”. Ese aspecto errabundo define la escritura de Amondaray; es como si la autora paseara por la narrativa de cada película, como si intentara descifrar el enigma del rostro de un personaje a partir de un episodio íntimo o la clave de un momento del guion gracias a la letra de una canción de Elliott Smith.
Al mismo tiempo que “vemos” la película mientras leemos, el foco se abre a vivencias personales, reflexiones sobre novelas y ensayos, imágenes de otras películas y circunstancias del contexto. “Me acuerdo de la primera vez que me rompieron el corazón: tenía quince años –se lee en el texto dedicado a Plan B, la ópera prima de Marco Berger-. Estaba enamorada (participio que va mutando de significado según la edad) de un compañero de la secundaria que usaba camisas alternativas y se dejaba el pelo largo. Se llamaba Francisco. Mi diario íntimo se llenaba de entradas que lo tenían como interlocutor y mis primeros poemas eran aburridísimos, todos ellos variaciones de lo mismo: qué mal me pone que no me registres”. En el escrito sobre Carol, la película de Todd Haynes basada en la novela de Patricia Highsmith, la autora evoca su salida del clóset. “Dejé de dar la espalda, me di vuelta y di un beso. Ese gesto, uno que había hecho muchas veces antes sin atribuirle valor, de repente era el gesto más valiente que me podían pedir”, cuenta. Cuando llega el turno de La vida de Adèle, de Abdellatif Kechiche, el flechazo entre las dos jóvenes toma la forma de lo inevitable, “como una fuerza centrípeta que nos obliga a aceptar, como si se tratara de un pacto, que si alguien va a completarnos, eventualmente también va a generar una carencia”.
Algunos textos de Que la corriente me arrastre fueron publicados en el blog de cine del diario La Nación, que ya no está disponible en internet, y reescritos por la autora durante las primeras semanas de la cuarentena. Con un estilo lúcido, a medias angustiado, a medias apasionado, y un afán por dejarse llevar por la belleza del discurso cinematográfico, Amondaray invita a ver y rever películas como Llámame por tu nombre, de Luca Guadagnino; Tom en la granja, de Xavier Dolan, y la ultraacelerada Tangerine, de Sean Baker, entre otros títulos imborrables de la cineteca queer.