La pandemia del COVID-19 ha afectado a todas las instituciones de educación superior del país, que debieron recurrir a las nuevas tecnologías de la educación virtual para poder comenzar las clases en abril de este año. A su vez, afloró la desigualdad social que se expresó en los problemas de equipamiento y conectividad que manifestaron gran cantidad de alumnos, demostrando que las condiciones de oportunidad no son iguales para todos.
Aquí es importante señalar que no se trata de un proceso de enseñanza y aprendizaje bajo la modalidad virtual, sino de una “enseñanza remota de emergencia” (ERE). En efecto, la educación virtual requiere de ciertas condiciones y acuerdos claramente establecidos. Por un lado, es necesario contar con un entorno institucional, organizacional y comunicacional, así como un soporte tecnológico (campus o similares) y un modelo pedagógico para el proceso de enseñanza y aprendizaje. Asimismo, se trata de un acuerdo explícito por el que los estudiantes y docentes aceptan las ventajas y limitaciones tiene esta modalidad. En cambio, la ERE es una respuesta rápida y heterogénea que las instituciones y los docentes pusieron en marcha para afrontar la imposibilidad del trabajo presencial que impuso la pandemia.
La respuesta universitaria ha demandado un veloz proceso de capacitación y formación a miles de docentes y la adaptación de la gran mayoría de los dos millones de estudiantes a la nueva realidad. Asimismo, desde la Secretaria de Políticas Universitarias se trabajó para que los IP de las universidades no generen consumo de datos en los celulares, contribuyendo a democratizar el acceso de los estudiantes mientras las universidades generaron distintos programas de apoyo a los estudiantes con problema de equipamiento y conectividad.
Estos elementos han contribuido a morigerar los efectos de la pandemia en el nivel universitario, a la vez que han generado también oportunidades para pensar el rol de las herramientas digitales en la educación superior.
En efecto, se puede plantear que las tecnologías digitales van a transformar los procesos comunicacionales, de gestión y educativos en las universidades, lo que demanda un cambio cultural y organizacional, así como pedagógico y didáctico. Se trata de un proceso de mediano plazo, como todo cambio cultural.
De esta manera es posible prever que en las carreras de modalidad presencial las nuevas tecnologías serán incorporadas cada vez más por las y los profesores como apoyo al dictado de los cursos presenciales; se ampliará la oferta de cursos semipresenciales con apoyo en campus virtuales u otras plataformas y se comenzarán a ofrecer cursos virtuales que no demandarán la presencia en el cursado.
Por su parte, la educación de modalidad virtual potenciará su oferta de carreras a distancia de grado y posgrado teniendo un alto impacto en la formación continua y se expandirán cursos de capacitación y extensión universitaria destinados a la formación profesional y la formación continua de trabajadoras y trabajadores sin formación universitaria.
Por lo tanto, la agenda universitaria del futuro deberá contemplar la necesidad de formar y capacitar a los docentes; robustecer la infraestructura informática (data center, servidores, aulas equipadas con computadoras y puestos con computadoras en las bibliotecas) y la ampliación del ancho de banda de acceso a los campus presenciales y virtuales de las universidades, y garantizar el acceso al equipamiento informático de los alumnos.