Hay algo bellamente monstruoso en las obras de Nicanor Aráoz. Sueño sólido, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, reconfirma esa estética singular, inquietante y al tiempo festiva. Sus instalaciones nunca dejan impávido al espectador.
Sueño sólido está integrada por cuatro piezas que Aráoz pensó especialmente para el museo y que dan cuenta de distintos procesos de regeneración. “Conviven en el espacio la capacidad rehabilitadora de una floración, la delicadeza de la cerámica o la emotividad de la música vintage de una rockola con las energías destructivas de los tornados, la violencia de la guerra y la agresividad del material sintético, tal como lo es el poliuretano”, escribe Lucrecia Palacios, curadora de la muestra. Palacios señala que “si en varias de sus exposiciones anteriores Aráoz había trabajado sobre pulsiones reprimidas –el crimen, la sexualidad, la tortura–, aquí el artista se aleja del relato traumático y se pregunta por nuevas formas de vida que aúnan tecnología y naturaleza”.
La exhibición, que estaba prevista para abril y que se pospuso por la pandemia de coronavirus, se puede ver tras reservar turno en la página web del museo. En sala hay una especie de rueda hecha con la repetición de figuras que conforman una nueva geometría humanoide rojo fuego, cadenas de neón y una rockola (equipo de reproducción de música que funciona con fichas).
En las superficies color carne de las grandes formas que parecen suspendidas, hay un fuerte vínculo con los colores y las texturas de las obras de Alberto Burri (1915-1995), artista que encarna el informalismo matérico italiano: un guiño que cruza generaciones y técnicas. Médico graduado en la Universidad de Perugia, durante la Segunda Guerra Mundial Burri fue enviado como oficial médico al norte de África. En 1943, su unidad fue capturada. Burri fue trasladado a un campo de prisioneros en Hereford (Texas) donde comenzó a pintar. Tras ser liberado, siguió.
Imposible escaparle a la experiencia de la guerra. En sus primeros trabajos con telas rotas y pintura roja recreó la sangre. En sus obras, el color negro y rojo y las telas o materiales encontrados tienen una fuerza dramática intensa. A mediados de la década de 1950 empezó a experimentar con el efecto del fuego sobre distintos materiales. En 1969, Guido Di Tella adquirió Combustione E.I. (obra en la que Burri trabaja con papel quemado) para el Museo Nacional de Bellas Artes, cuyo primer piso puede visitarse tras reservar turno de forma virtual en la página web del Museo.
Las cadenas de neón de Sueño sólido tienen como antecedente Librada, la exhibición con la que la galería Sendrós cerró sus puertas en 2014 tras más de una década de dar lugar a jóvenes brillantes. En la galería hicieron sus primeras muestras y crecieron artistas como Diego Bianchi, Catalina León, Matías Duville, Gabriel Chaile, Martín Legón, Leo Estol, Luciana Lamothe y Nicanor Aráoz.
Aráoz llamó Librada a la muestra en homenaje a su madre, Librada Haedo, que murió como consecuencia de las quemaduras que le ocasionó su marido, el padre del artista. El femicidio ocurrió en Corrientes en diciembre de 2013.
“En Librada, las cadenas de neón tenían una doble lectura. Por su forma parecían cadenas rotas y, al tiempo, aludían a la ascensión: a la idea de una conexión entre lo verdadero y lo fantástico; lo terrenal y lo celestial”, explica Sendrós mientras ultima detalles de Chorreos e Improvisaciones, la exhibición de pinturas del escritor Washington Cucurto con la que reabre su galería en flamante espacio en La Boca (para ver la exhibición hay que reservar turno en la página web com o en el Instagram de la galería).
“Librada fue una muestra catártica. La idea subyacente era la de cierre de un ciclo y la alternativa de un renacimiento energético concreto: fue una muestra cargada de significados”, recuerda el galerista de la instalación en la que la sala estaba cubierta de cúrcuma. Las huellas de los zapatos de quienes visitaron la galería coparon las calles de La Boca, como un registro efímero de aquella última muestra.
En las instalaciones de Aráoz es posible experimentar la extraña sensación de ingresar a un sitio sorprendente, teatral. Esa inmersión repentina es un sello Aráoz. Nacido en 1981, el artista participó del Programa de Artistas y de la quinta edición de la Beca Kuitca en la Universidad Di Tella. Sus instalaciones y esculturas son conocidas por integrar sadomasoquismo, monstruosidad, terror y psicodelia.
En Glótica (2015) en la galería Barro, con materiales industriales, esqueletos de madera, torsos con moldes de yeso, piezas en poliuretano y luces de neón, sumergió a los espectadores en una fiesta tenebrosa al ritmo de la música house. El sadomasoquismo en Saló de Pasolini, el espiritismo de la novela gótica sureña del siglo XIX y el viaje psicodélico del LSD fueron algunos de sus referentes para esta exhibición, un santuario lisérgico, pagano y psicodélico. En la oscuridad, uno podía toparse con cabezas empaladas en estacas con neones, cuerpos eviscerados o en transformación, seres humanoides y fotos pixeladas de cuerpos mutilados por asesinos seriales. Desde la pared, un gato de neón lanza - falos, custodiaba la escena.
Cuando expuso en la fundación Emily Harvey, en Nueva York, en 2017, Verónica Flom, curadora de la exhibición, señaló que aquella escultura de un ángel caído –la piel, de nuevo, recuerda a las texturas de Burri– que representó el artista estaba animada por la tensión entre el deseo, la destrucción y la salvación. “La energía de su trabajo proviene de la intención de habitar el espacio liminal en el que un individuo muta entre dos estados: uno divino y otro diabólico –afirmó Flom–. Dentro de la tensión de estas fuerzas divergentes, el éxtasis coexiste con el dolor, la tortura con la celebración, y la vulnerabilidad con el miedo. La obra de Aráoz intenta reunir a los más violentos y alucinantes elementos de experiencias místicas y religiosas.”
Aráoz no estipula jerarquías entre materiales como mármol, neón, cerámica y espuma de poliuretano. Por dar un ejemplo, en Antología genética, su exhibición en la Universidad Di Tella, convirtió puré de papas extendido sobre un colchón para chicos y una rosa marchita en una obra con una narrativa oculta, perturbadora.
En Placenta escarlata (2018), en la galería Barro, Aráoz continuó su investigación sobre el cuerpo –con protuberancias y torsiones contra natura– que muta hacia nuevas formas híbridas hasta ahora desconocidas. En esos cuerpos atrofiados hay, sin embargo, una estética cuidada, bellamente deforme. El mismo año en que presentó Placenta escarlata, participó en la exhibición colectiva Metamorfosis, en el Castillo de Rivoli, donde exploró el concepto de transformación y florecimiento. Hoy, cuando la pandemia parece opacar cualquier idea nihilista o visión trágica anterior al coronavirus, Aráoz imagina un posible futuro: se cuestiona sobre nuevas formas de vida que conjugan naturaleza y tecnología.
Sueño sólido se puede visitar en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires Av. San Juan 350. Con reservas previas en la web del museo.