En una ciudad farisea, conformada aluvionalmente por gringos irredentos, comerciantes variopintos y demás trasnochados, distante a más de trescientos kilómetros de la capital; un hombre culto, no solo se permitía el lujo de contar con una biblioteca de varias lenguas, sino además hermanarse - al menos en la traducción- con el poeta más significativo de la modernidad occidental. Esta es la historia de una pasión: la de un farmacéutico por “Las Flores del Mal”.

Decía el escritor y artista plástico Hugo Padeletti que Arturo Fruttero, el hombre en cuestión, era un ser poco común. De una fuerte personalidad, lúcido e increíblemente abierto, jamás abandonaba a un amigo y congregaba a muchos en reuniones periódicas, tanto en la confitería Savoy como en su propia casa, transformada hoy en playa de estacionamiento, a metros de la redacción de este matutino. Poseía allí, en su dúplex, una de las bibliotecas privadas más densamente poblada del país. La conformaban volúmenes de ocultismo, de metafísica oriental, los sermones de Buda, las obras de Carlos Marx, el Libro de los Muertos, entre otras exquisiteces; y como un tesoro escondido la segunda edición de la editorial de Auguste Poulet-Malassis de “Les Fleurs du mal”.

Su acercamiento al poeta denominado “maldito”, se originó tras un redescubrimiento del cristianismo en el sentido amplio, es decir sin el obrar religioso. Sostenía Fruttero que el libro mencionado guardaba una profunda reflexión acerca del pecado. Y con efusión se abocó al develamiento del texto a nuestro idioma. Contaba para ello con la experiencia de participar en la publicación de la Asociación Rosarina de Cultura Inglesa (Arci), y con traducciones de bates del tamaño de Coleridge, Blake y Eliot. 

En palabras preliminares antes del proyecto señaló: “En Las Flores del Mal el vicio no está consentido, y porque no hay consentimiento, aun cuando se lo celebre una y muchas veces, en uno y mil modos diferentes, he aquí que a la postre el texto constituye un libro de expiación”.

Guardando esta hipótesis -seguida también en nuestro medio por el inolvidable Alberto Lagunas- encaró la traducción, que completó poco antes de su muerte. En una de sus notas de traducción, él mismo destacó: “El mundo en que se mueve Charlie/ es el mundo del deseo, del goce/ es el mundo de la apetencia// Ahora bien, el deseo, el goce, la apetencia/ es-o-no es (per se) el mundo/ del pecado?// Ahora bien, qué resulta de este moverse/ en el mundo del goce, etc. etc./ Un montón de cenizas// Tal es la lección/ Tal es la enseñanza/ de las Flores del Mal/ que son las Flores del Bien//

Por ahora basta. Arturo. 10/9/53.