Bajo la batuta dura del legendario Felix Laiño, el vespertino “La Razón” tenía cuidadosamente organizada la sección “Necrológicas” al punto que en mis años en esa redacción era común escuchar que el autor del obituario de Charles Chaplin había muerto mientras el genial cómico gozaba aún de buena salud.
La práctica de extender certificados anticipados de defunción también es común en el terreno de la política.
Lo pueden confirmar los dos personajes que han encabezado los polos de la grieta en los últimos años y que hoy aparecen corridos del centro. Pero mientras Mauricio Macri fue expulsado del centro por la voluntad popular, Cristina Fernandez de Kirchner fue revalidada por esa misma voluntad, designó en los últimos cinco años a dos candidatos a presidente y eligió -y elige- correrse del centro, paradójicamente sin que nadie pueda desalojarla de ese lugar.
Y cada aparición suya –un libro, una movida política, una carta– sacude a todo el escenario, y genera, incluso, en una parte grande de la sociedad una reacción de amor que no se ve en el caso de Macri.
Como muestra, basta analizar qué hizo cada uno después de las respectivas derrotas electorales. Cuando el líder de Cambiemos se sentó en el sillón de Rivadavia, Cristina no agitó a las bases ni intentó encabezar un boycot al nuevo gobierno como hoy lo hace Macri.
Podría argumentarse que su silencio se debió a que estaba acosada y perseguida. En todo caso, eso mismo muestra una diferencia crucial con el líder de la derecha, que no es perseguido por el gobierno y que, lejos de sufrir el embate de los grandes medios, conserva su blindaje mediático.
Los medios persiguen, en cambio, al gobierno de Alberto Fernández, que fue votado por las mayorías.
Al contrario, Macri, mientras acumula una imagen negativa que supera el 70%, se muestra alegremente indiferente no sólo a las reglas del fair play –no atacar en sus primeros tramos a un gobierno ajeno-, sino a las elementales reglas sanitarias de una pandemia, celebrando los actos de boycot, viajando como no puede hacerlo la absoluta mayoría, aplaudiendo la “libertad” de los franceses, que hoy están en emergencia nacional por el incendio de contagios, blandiendo la reposera.
El silencio de Cristina en buena parte de la presidencia de Macri también se debió a que la pérdida de aliados la había debilitado políticamente y, sobre todo, a que los medios dominantes la “exiliaron” como no lo han hecho con Mauricio.
Pero apenas pasó un tiempo de gobierno cambiemita antes de que CFK reconstruyera esas alianzas, mientras que en estas últimas semanas los aliados dicen “Macri ya fue”. Efectivamente, lo dijo Elisa Carrió, lo afirmaron los radicales Cornejo y Guillermo Morales, y el ex ministro de Economía, Alfonso Prat Gay.
Obsérvese que son los aliados quienes dicen “Macri ya fue”, y no los principales referentes del PRO, Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Santilli, Ritondo.
No hace falta explicar que los silencios en política tienen un significado.
Los disidentes internos de Macri, de Larreta hacia abajo, saben que el núcleo de Juntos por el Cambio es macrista, que ve con aprobación el estilo cínico de su lider (nunca sugerir siquiera que se equivocó), su mirada criminalizadota de CFK, del kirchnerismo y el peronismo (aquello de “70 años de decadencia”), su perfil de contínuo transgresor, tanto por usar al Estado para sus negocios y los de sus amigos, como por el manejo abusivo de los espías y de la justicia. Su condición de perseguidor de opositores nunca estuvo en discusión, no levantó ninguna crítica en las propias filas.
La grieta no les molesta: no querrían un pacificador.
Es la naturaleza del PRO: una fuerza clasista que invoca la República pero, como se considera adelantada del antiperonismo, está convencida de que ella mísma tiene legitimidad para decidir cuáles reglas se aplican y cuáles no. Una derecha que pontifica sobre la gestión del flamante gobierno, sobre su manejo económico y sobre su gestión de la inédita pandemia como si sus cuatro años de gobierno hubieran sido de una gestión encomiable y no el alud de fracasos que fueron récords en una presidencia.
Con su líder no los une el amor sino el espanto.
Si Rodríguez Larreta muestra su perfil moderado y negociador, posee blindaje mediático y una imagen muy alta, Macri sigue contando con la misma protección de los medios – Clarín, La Nación y el grupo de periodistas “independientes” lo siguen bancando.
Y sabe que el de Alberto Fernández es hoy un gobierno acosado por los medios y una parte importante del establishment, y una suerte de isla en una región todavía copada por la derecha. Un gobierno que navega en un mar tumultuoso de crísis heredada y pandemia.
Cualquier indicio de debilidad del gobierno populista no hace más que cebarlo.
De cualquier modo, la oferta neoliberal de esta fuerza tiene dos versiones a gusto del consumidor, con lo cual también apunta a neutralizar la sangría que podrían provocarle los talibanes de derecha Espert o Milei.
Si a CFK le “alargaron” la vida política quienes como Rosendo Fraga ya en 2010 publicaban “Fin de ciKlo” –y eran muchos-, Macri tiene motivos para pensarse perdurable a partir del 40% de esos votos de 2019. Justamente sus apoyos han mostrado ser refractarios a cualquier evidencia de la realidad. Pero, si el cuadro no lo favorece, ¿será capaz de mover, como Ella, un gambito de dama? ¿Le alcanzará?
En realidad, ahora tiene la palabra Alberto.