Lembro mais dos corvos           8 puntos

Brasil, 2018.

Dirección: Gustavo Vinagre.

Guion: Julia Katharine y G. Vinagre.

Duración: 82 minutos.

Estreno en la plataforma Mubi.

Julia Katharine es Manuel Puig en el paraíso. Transexual bella, delicada y pudorosa, afirma haberse convertido en cinéfila en la adolescencia temprana, para huir de sus dramas personales, que eran densos. Muy densos. “El cine me curó de la depresión y el suicidio”, confiesa. Es así como se viste de geisha en homenaje a las películas de Yasujiro Ozu, a quien, en un alarde de connaisseuse, dice preferir antes que a Kurosawa y Mizoguchi. En referencia a su vida sexual pasada afirma haber superado en mucho el récord de la protagonista de Nymphomaniac, y todos los años se reúne puntualmente con su mamá para llorar a moco tendido con La fuerza del cariño. “Me gusta llorar”, confirma en plan de melodrama. Actriz profesional, en algún momento le pregunta al director qué quiere de ella: si una comedia, un drama o una película triste. Su madre está convencida de que en la vida cotidiana Julia reproduce las películas que ve. Actriz y desde el año pasado guionista y directora de cine, Julia Katharine es la protagonista excluyente y coguionista del film brasileño Lembro mais dos corvos, que la plataforma Mubi ofrece con su título en inglés, I Remember the Crows.

“Los personajes que me atraen son los que me permiten jugar con el documental y la ficción”, afirmaba el realizador paulista Gustavo Vinagre en entrevista con Página/12 en ocasión del estreno, en la misma plataforma, de La rosa azul de Novalis, contemporánea de ésta. Lembro mais dos corvos es una no ficción sobre una creadora y soñadora de ficciones. Pero entonces, hasta qué punto es una no ficción? Como en las películas postreras del extraordinario documentalista Eduardo Coutinho, que también era paulista, las condiciones de rodaje de Lembro mais dos corvos son las mínimas imaginables: el personaje filmado, el que la filma, una cámara y un boom de sonido. La herramienta dramática de primera agua --como sucedía también notoriamente en la obra de Coutinho (sobre quien Mubi acaba de estrenar un documental, ver aparte)-- es la palabra.

Al igual que en las últimas películas del autor de Cabra marcado para morrer, Vinagre cede el dominio casi absoluto del verbo a su intérprete, de quien la cámara parece esperar un único y largo monólogo. Salvo en las contadas ocasiones en que, desde detrás de ella, Vinagre pregunta algo que casi no se oye, ya que el realizador decidió no armarse de un micrófono propio. Cuestión de no disputarle a su actriz el plano sonoro. A diferencia de Coutinho, que gustaba de asomarse al mundo de quien le era desconocido, aquí existe entre filmada y filmador una evidente complicidad, que no sólo se verifica en el guion firmado a medias sino también en las colaboraciones previas de la actriz con Vinagre. Pero más que todo ello, en el diálogo que Julia establece con la cámara.

Sin embargo, en más de un momento y con una semisonrisa muy nipona (su padre era de ese origen, y sus facciones dan cuenta de ello), Julia “acusa” a su socio de humillarla, empujándola a los relatos más sórdidos. ¿Se trata de una acusación real o una actuada por esta mujer-ficción? ¿Será que Vinagre efectivamente quiere humillarla, copiando la relación entre Josef Von Sternberg y Marlene Dietrich? Otra diferencia con Coutinho reside en el dispositivo escénico. En la obra de aquél la escena se fue esqueletizando cada vez más, hasta culminar en una silla para el director y otra para el actor, en un estudio despojado de atrezzo. Grabada en un departamento que se supone de la protagonista, eI decorado de Lembro mais os corvos responde a un gusto personal y cultivado, que refleja como en espejo la máscara que Julia presenta ante cámara (Katharine es en homenaje a Katharine Hepburn, aclara ella).

Si Julia es una mujer que nació hombre, Lembro… tal vez sea una ficción que nació documental. O lo contrario: es imposible penetrar la máscara que vela ambos registros. Quizá se trate, por el contrario, de la dolorida, feliz exhibición de intimidad de quien se niega a ceder a la tentación de morir.