Desde España
“Aquellarre comunista”, “encerrona al rey”, “excusa para reunirse con la vertiente zurda de América Latina”. La derecha española no ha ahorrado calificativos para criticar la reciente presencia de Pablo Iglesias en el acto de asunción del presidente boliviano, Luis Arce. El primer viaje oficial del vicepresidente del Gobierno de España en la misma comitiva del rey Felipe VI ha sido una imagen de difícil digestión para las formaciones que han convertido a la defensa de la institución monárquica en uno de sus principales argumentos contra el gobierno de coalición presidido por el socialista Pedro Sánchez.
La actualidad de América Latina apenas suele encontrar espacio en la agenda política española, salvo cuando la oposición recurre a la situación en Venezuela para criticar por elevación al Gobierno. En este caso, sin embargo, la presencia en una misma delegación de Felipe VI e Iglesias y las declaraciones formuladas por éste con motivo del viaje, incluida la entrevista concedida a PáginaI12, y la firma de un manifiesto junto a Alberto Fernández y otros dirigentes para denunciar el golpismo de extrema derecha como la mayor amenaza contra la democracia ha levantado ampollas.
Los primeros en darse por aludidos fueron los dirigentes de Vox. El eurodiputado Herman Tersch, célebre por sus exabruptos, abrió la veda al publicar en su cuenta de Twitter una imagen en la que aparecía el rey flanqueado por Arce y otro dirigente boliviano que levantaban el puño mientras se escuchaba el himno de su país. “A esta miserable encerrona han llevado al Rey, a clavarle un cuchillo en su imagen en un aquelarre de criminales narcos comunistas al que va escoltado por su peor enemigo, Iglesias, que es un protegido y protector de muchos de los siniestros miembros de ese caucus totalitario”, escribió. Su jefe de filas, Santiago Abascal, no se quedó atrás y acusó al Gobierno de “pisotear a España humillando al Rey” y de llevarlo “a un aquelarre comunista, con sus socios de las narcotiranías”. Vox fue uno de los partidos que más claramente se alineó en su día con el golpe de Estado contra Evo Morales y que suscribió las acusaciones de fraude lanzadas contra el entonces presidente boliviano.
La presencia del rey de España suele ser habitual en los actos de toma de posesión de los presidentes latinoamericanos independientemente de las tendencias ideológicas en la que se inscriban, y nunca hasta ahora había sido blanco de críticas. Pero la presencia de Pablo Iglesias en la delegación oficial ha supuesto esta vez el detonante para la ruptura de esa tradición, que se inscribe en la voluntad de la diplomacia española de mantener vínculos estrechos con los países latinoamericanos y de intentar ejercer un cierto liderazgo en la región.
Desde que irrumpiera en la política española, Podemos ha sido acusado en repetidas ocasiones de haberse financiado con fondos procedentes de gobiernos latinoamericanos, especialmente de Venezuela. Aunque ninguna de estas denuncias prosperó en los tribunales, el mantra de la alianza de Pablo Iglesias con gobiernos a los que la derecha española atribuye la condición de populistas o incluso autoritarios ha pesado sobre la formación que preside. Su participación en la delegación que representó a España en la asunción de Arce, en la que también estuvo la ministra de Exteriores, Arancha González Laya, ha sido utilizado para reforzar ese mensaje.
Por ese motivo, la prensa conservadora no ha dejado pasar la oportunidad de recordar la afinidad ideológica ideológica de Podemos con gobiernos a los que considera muy alejados de los parámetros políticos e ideólógicos que imperan en Europa.
Así, el diario La Razón lo acusó de utilizar el viaje para establecer lazos de manera unilateral con los gobiernos y organizaciones de izquierdas “que en un pasado patrocinaron a Podemos de una forma indirecta” y recordó que el exjefe de gabinete del líder de Podemos, Pablo Gentili, es ahora alto cargo del Ministerio de Educación argentino. El Mundo fue más allá y acusó al vicepresidente de aprovechar el viaje junto al rey para desplegar la diplomacia y afianzar relaciones con dirigentes afines, en una suerte de diplomacia paralela pagada con fondos públicos.