La pandemia de la covid-19 está dejando un doloroso aprendizaje. En realidad, está visibilizando una consigna sobre la que existe un consenso generalizado: nadie se salva solo y como humanidad estamos equivocando el rumbo. Aquello que tanto se declama y sobre lo que se ha escrito ríos de tinta es ahora una realidad dura, que afecta a todos en mayor o menor medida. El virus desnudó esa fragilidad humana y ahora interpela: ¿cómo se sale de esto?
En primer lugar, se debe reducir drásticamente el impacto en el medio ambiente y, simultáneamente, achicar también la enorme e injusta desigualdad social, que nos hace frágiles para hacer frente a las necesarias medidas que demanda el cambio climático.
Esto significa cambiar la forma de consumir y de producir. Se tiene que revisar y reorganizar cada una de las cadenas de producción de alimentos para garantizar la salud y el cuidado del ambiente. Esto requiere decisiones importantes de los productores, los trabajadores y los consumidores.
Además, existe un serio problema de precariedad laboral a nivel global, que probablemente se profundice si no se discute cómo y al servicio de quién se incorporarán las nuevas tecnologías, como bien ha advertido la OIT en sus debates sobre el futuro del trabajo.
Sociedad civil
La solución no está en los mercados. No es la competencia la respuesta. Mucho menos en tiempos de globalización hegemonizada por el capital financiero. Tampoco alcanza con los Estados y con los organismos de cooperación internacional. La pandemia ha puesto en evidencia su debilidad para superar la fragmentación social.
Es necesario poner en movimiento la energía de la sociedad civil. La iniciativa de la comunidad y sus organizaciones. Por eso la solución está en potenciar, incentivar, poner definitivamente en marcha ese otro tipo de economía que tiene arraigo en los territorios, que pone el foco en el bien común, cuyo centro y protagonista es cada persona. Una economía que es social y solidaria, que propicia el desarrollo local sostenible en todos sus campos: social, económico y medioambiental.
Es en ese universo en donde las empresas cooperativas, en todas sus ramas, tienen mucho para aportar: por experiencia y por solidez porque pertenecen al territorio.
En el mundo hay 3 millones de cooperativas con 1200 millones de asociados. Las 300 empresas cooperativas más grandes facturan alrededor de 2000 millones de dólares al año y la facturación total del movimiento a nivel global equivale a la 5° economía del mundo, generando además 280 millones de puestos de trabajo directos.
Representa la mayor red global de empresas constituidas desde los territorios en base a valores y principios democráticamente gestionadas por sus usuarios, productores y trabajadores. Tienen un enorme papel para cumplir, como parte de la sociedad civil que debe hacerse cargo de los grandes desafíos que debemos enfrentar como generación.
Diálogo
En la Argentina se está impulsando un intenso diálogo a nivel municipal porque es en ese nivel donde hay que comenzar a reorganizar la economía con el centro puesto en el cuidado de las personas y del ambiente. Hacia allí queremos impulsar la Red de Municipios Cooperativos que se esta construyendo con los gobiernos municipales, y las Mesas del Asociativismo y la Economía Social que se están promoviendo desde el INAES.
Es un esfuerzo que se necesita convergente con el resto de los actores de la sociedad civil: las mutuales, los sindicatos, los movimientos sociales, la comunidad académica, las cámaras empresarias locales, los clubes, las comunidades religiosas, los movimientos ecologistas y tantas otras organizaciones sin las cuales no será posible sostener el esfuerzo de la transformación social que debemos protagonizar.
A nivel global, desde la Alianza Cooperativa Internacional estamos trabajando intensamente para reforzar el sistema de cooperación internacional. Para recordar a los Estados las responsabilidades asumidas en todos los acuerdos, desde la Declaración Internacional de los Derechos Humanos hasta la Agenda 2030 de Naciones Unidas. Por eso en Kigali, Ruanda, en su última Asamblea, las cooperativas del mundo orientaron todo su plan estratégico hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Transformación social
La sociedad civil no puede quedarse a esperar la convocatoria de los gobiernos. Debe actuar. Y debe hacerlo ahora. En los tres niveles, local, nacional y global. Debemos juntarnos para superar las grietas por arriba, poniendo el eje en la transformación social que requiere el cambio climático.
Todos los aportes son importantes: las energías limpias, la gestión participativa de las cuencas hídricas, la agroecología, el consumo responsable, la reducción de la huella de carbono de cada cadena de producción, el reciclado de los residuos, el cuidado de las personas y la conectividad al servicio de la comunidad, por citar algunos, y se construyen en el territorio con la participación de todos y todas.
Se necesita construir una nueva economía centrada en el cuidado del ambiente y de las personas. Ningún brazo sobra en la enorme tarea que nos espera. El cooperativismo sabe de organización de trabajo orientada a las necesidades, porque nació para eso, para pensar la economía desde las necesidades de las personas y no desde el interés del capital.
El cooperativismo puede y debe formar parte de un proceso en donde las respuestas se construyan desde la participación de la comunidad. Como las cooperativas saben hacerlo.
* Presidente de la Alianza Cooperativa Internacional (ACI) y la Confederación Cooperativa de la República Argentina (Cooperar).