“¡Alberto! ¡Tenés un atraso!” La consigna que estuvo circulando en redes por estos días suena ingeniosa y oportuna frente a la realidad de otro año perdido para una ley que se le está debiendo a la Argentina. La palabra “atraso” forma parte de un código entre mujeres, pero cualquiera sabe lo que significa: esperanza si el embarazo es deseado; principio de catástrofe si no.
Ahora, si ingresamos al experimento que propone la escritora Annie Ernaux en El acontecimiento y nos detenemos con ella en la densidad de esa experiencia, si retrocedemos hacia el momento en que quienes lo vivimos dijimos la palabra “atraso”, entonces su sentido dramático y triste, regresa.
El atraso, como metáfora anticipatoria de un embarazo que se va a interrumpir, es una bomba de tiempo en la vida de quien lo experimenta. Si se transita en clandestinidad como pasa en nuestro país, es una bomba de destrucción social. Te aseguro Alberto, que no lo querrías sufrir. Un tiempo pesadísimo de angustia, malestares físicos, una caída rotunda en el monotema de un cuerpo vivido como ajeno y como cárcel, la búsqueda desesperada de soluciones y confidentes, finalmente la entrega inconsciente a la buena o mala voluntad de los extraños.
Pero a su vez, es un tiempo que ha quedado históricamente por fuera de las narraciones. El aborto parece limitarse a un solo acto. “Yo aborté” o “Prohibido abortar”. Se murió o se salvó. Y en esa condensación, el único efecto que queda en evidencia es el que se produce sobre el feto.
Contra esta condensación Ernaux reconstruye el periplo de su embarazo y las dificultades para interrumpirlo en el marco de una Francia de los años sesenta cuando el aborto aún se considera un crimen y toda una sociedad baja la cabeza como si lo que ocurre en su misma cuadra y en su misma casa no existiera. Se focaliza sin la menor chance de dispersión en los 3 meses de 1963 cuando era una chica de 22 años estudiante universitaria en Paris y queda embarazada. Recorre desde la primera sospecha hasta que le dan el alta en un hospital donde acaban de la salvarla de una septicemia.
Ernaux pone a funcionar una vez más su maquinaria de la memoria con la que también ha explorado su primer encuentro sexual (Memoria de chica ), su vida matrimonial (La mujer congelada) y el Alzheimer de su madre (No he salido de mi noche). Parece una tarea imposible pero lo consigue: durante 120 páginas mantiene la atención sólo que provocan las cuestiones de vida o muerte. Pero no en los términos en que se habla de vida y muerte desde afuera de los vientres en las manifestaciones anti aborto. Aún sabiendo el final - es obvio que la joven Anne logró abortar, ya que cuando la decisión está tomada haremos todo lo imposible , incluido lo que nos pone en riesgo (tal es la importancia que le damos a la maternidad), así como es obvio que salió viva.
Consigue reconstruir “el acontecimiento” en sus detalles, todos crueles pero todos cotidianos y si no se los mira dos veces, inofensivos. Las películas que mira sin ver, las conversaciones en las que no se puede concentrar, las oportunidades laborales que deja pasar, se encadenan en la misma secuencia en la que aparece una sonda casera colgada durante días de su vagina para intentar por tercera vez provocar un aborto que pudo haber empezado con una aguja de tejer de haber tenido más agallas.
Aún así, no se trata del relato del trauma. La joven indefensa transcurre en el pasado, el presente la recupera como un saber a compartir entre contemporáneas. Es la antorcha de la historia. Escrito medio siglo después de que ocurrieron los hechos, el acontecimiento es una revelación. Por ejemplo, ahora es posible concluir que las solidaridades, siempre estuvieron allí aún cuando no había nada: “Caminaba con el estribillo de una canción que estaba muy de moda entonces y que no se me iba de la cabeza: Dominique, Nique, Nique. La cantaba una monja, sor Sonrisa.” Unos años después, la autora encuentra la noticia de que la monja, perseguida por su congregación a causa de su éxito, deja los hábitos, se va a vivir con una mujer, deja de cantar, se da a la bebida, se suicida. “Ese resumen de vida me turbó. Me pareció que aquella mujer que había roto con la sociedad (…) me acompañó cuando yo me encontraba perdida y sola. Y aquella tarde yo había sacado fuerzas para vivir de la canción de una mujer que luego no podría ni con su propia vida. (…) Sor Sonrisa forma parte de esas mujeres a las que nunca conocí y con las que vivas o muertas, reales o ficticias, siento que tengo algo en común”.
Ernaux propone un entramado que va mucho más allá del tema del aborto para aludir a toda una educación de las mujeres, un universo de normalidad donde la madre, cuando lava la ropa de la hija aprovecha para controlar los períodos en sus bombachas. Prueba de que el embarazo siempre se consideró un mal posible. Y el aborto, un silecnio obligatorio. El compañero sexual se hace humo con un par de excusas, las amigas se espantan, los médicos prefieren abandonar a su paciente antes de que su conciencia quede objetada por una mala acción.
Escribe en el año 2000, cuando Francia tiene una ley promulgada desde 1975 . Digámoslo de nuevo: lo escribe ahora, cuando más allá de la vigencia de esa ley, pululan grupos fundamentalistas del feto que intentan boicotear la asistencia médica a las mujeres que lo solicitan tanto con manifestaciones frente a hospitales como hackeando las páginas de asistencia y consultas. A la luz de este presente escribe Ernoux y se cuida muchísimo de caer en las reivindicaciones o en los escraches. “Podría dar el nombre de aquel médico” pero no lo da porque entiende que en ese momento casi todos los médicos habrán reaccionado como él.
Sólo una escena se escapa de cuadro. y entonces, habrá que prestarle especial atención: el libro comienza en la sala de espera de un consultorio médico. Ella está esperando el resultado de un análisis que evidentemente la aterra. Ese miedo la hace fijarse en todos los detalles. Los otros, víctimas de la espera, con sus mismos nervios o poniéndola más nerviosa, la altivez del personal, la actitud de los médicos. Finalmente le dan un buen resultado: no tiene sida. Sale contenta y su memoria deja de funcionar. Ella se ha salvado una vez más y su maquinaria se puso en blanco. La asociación entre peligro de embarazo y peligro de contagio por via sexual, resume el radical punto de vista que propone Ernaux, un punto de vista fraguado desde la experiencia. Pero en esa misma línea de asociaciones arriesgadas también es capaz de afirmar, algo tal vez todavía más corrosivo y valiente que lo anterior: “Hoy sé que debía pasar por esa prueba y ese sacrificio para desear tener niños. Para aceptar la violencia de la reproducción dentro de mi cuerpo y convertirme, a mi vez, en lugar de paso para las generaciones futuras.”
Leer El Acontecimiento, es un modo de escucharse y escuchar los latidos de los demás. Se acaba de traducir al castellano este libro, sería bueno que lo leyeran los que todavía atrasan.