En el momento en que arreciaba la Gran Depresión de los años ‘30, John Maynard Keynes constataba que, convivían en el mismo momento y en el mismo espacio geográfico una inmensa cantidad de capital inutilizado e inmovilizado en edificios, máquinas, herramientas, y millones de trabajadores desocupados con familias empobrecidas. Es lo que ocurre hoy en Argentina donde, según el Indec de Macri, el 40 por ciento de la capacidad instalada de la industria está inutilizada en promedio, el nivel más elevado desde la crisis de 2001, a la vez que aumenta el desempleo y la pobreza. 

Los economistas ortodoxos de aquella época sostenían que había un “exceso de inversión” y que una vez que el capital en exceso fuera destruido y los salarios hubieran disminuido, la crisis se resolvería casi mágicamente porque se lograría alcanzar el “equilibrio”. Este tipo de análisis es el que aplica el gobierno en el caso Sancor, según los dichos del ministro Francisco Cabrera: “La empresa amplió su estructura en forma desmesurada y no fue cuidadosa con sus costos”, lo cual indica que la empresa debe reestructurase, disminuir su capacidad instalada y producir menos. Una concepción similar fue expresada cuando afirmaba que había industrias y servicios “viables” y que otros desaparecerían abriendo el mercado a las importaciones. 

 En 1934, en un artículo prolegómeno de la Teoría General, “Poverty in Plenty” (“La pobreza en la abundancia”), Keynes señalaba que “sea cual fuere el mejor remedio para luchar contra la pobreza en la abundancia, debemos impugnar los pretendidos remedios que consisten en rechazar la abundancia para resolver el problema”. No se trata de citar Keynes como un criterio de autoridad sino de sentido común. Si los dueños de las empresas poseen máquinas inutilizadas debería ser suficiente que los trabajadores desempleados las hagan funcionar para producir riqueza. Si los patrones no toman dicha decisión de producir es porque perciben que la demanda efectiva del mercado es insuficiente para colocar su producción y temen perder parte del capital trabajando a perdida. Keynes había comprendido que pueden coexistir una demanda insuficiente por parte de los consumidores que tienen necesidades y no pueden satisfacerlas y un capital inutilizado, pero sostuvo que era absurdo que los capitalistas destruyeran parte del capital en lugar de producir más riqueza. Los empresarios podían superar la incertidumbre de la evolución futura de la demanda si vislumbraban que habría un incremento de las ventas gracias a la acción del Estado a través el gasto público que aumentará así la demanda global. 

Al final del mismo texto Keynes anunciaba la clave: “Lo que conviene de hacer (…) es orientarse hacia un incremento de la parte del ingreso que reciben aquellos cuyo bienestar económico se incrementará más si tuvieran la posibilidad de consumir”.

Demanda 

El déficit de la demanda efectiva es la manifestación de la pobreza y en el caso de la Argentina actual de un empobrecimiento de las mayorías que resulta de una distribución demasiado desigual del ingreso lo cual hace que quienes padecen necesidades no puedan satisfacerlas mientras que quienes poseen los medios necesarios ya tienen todas sus necesidades satisfechas.     

 Un déficit de la demanda efectiva significa que existen demasiados pobres o consumidores empobrecidos y ricos que lo son demasiado. La observación de las estadísticas internacionales confirman que no existen países ricos con una mayoría de ciudadanos pobres. El General Perón lo había sintetizado señalando que “observamos el espectáculo de la miseria en medio de la abundancia que hace que millones de seres padezcan el hambre mientras que centenares de hombres derrochan estúpidamente su plata.” 

Desde que Keynes escribió la Teoría General la mayor parte de los economistas y de los gobiernos consideran que el impulso para salir de una crisis de demanda como la que padece Argentina solo puede provenir del gasto público y aceptan que este tiene un impacto positivo sobre el crecimiento económico. Ciertos economistas neoliberales, que la gran economista y colaboradora de Keynes, Joan Robinson, llamaba los “keynesianos bastardos”, han propagandizado ideas erróneas según las cuales lo que importa es el gasto del Estado saltándose el problema de saber cuándo y cómo se lo gasta. Y esto no es casual. 

Gasto público

El gasto público posee la cualidad de producir un efecto de arrastre del conjunto de la economía vía la expansión del gasto global que los economistas llamamos, desde que fue descubierto por Richard Khan, el multiplicador del gasto. Y en efecto, el multiplicador es tanto mayor cuando la propensión a ahorrar es menor lo cual implica que cuanto mayor sea la cantidad del gasto público bajo la forma de salarios dicho efecto es mayor, ya que los trabajadores tienen una propensión al ahorro mucho más baja que la de los capitalistas.

El incremento y/o la baja del gasto público tienen dos componentes activos: el monto del gasto y la manera de gastarlo. Los anuncios de inversiones y obras públicas donde los beneficiarios son las grandes empresas de la construcción tratan de esconder el escaso impacto económico actual del gasto publico, como lo fue durante “la patria contratista” ya que no coadyuva a la expansión económica de la riqueza global.

Esto hace que, más allá de las declaraciones triunfalistas sobre la cantidad de rutas y puentes que se proyectan hacer, es necesario que en el gasto público y las obras públicas, como sucedió en el New Deal de Roosevelt en Estados Unidos en la década del ‘30 o durante el reciente gobierno peronista, tengan un mayor efecto de arrastre 

* Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de París. Autor de El peronismo de Perón a Kirchner, Ed. de L’Harmattan, París, 2014. Editado en castellano por Ed. de la Universidad de Lanús, 2015.

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