Iban a tocar en la apertura de una muestra de cuadros. Un grupo de estudiantes de arte que se habían propuesto mostrar sus pinturas y de paso tocar unas canciones. Entre ellos, Chris Frantz, Tina Weymouth y David Byrne, futuros integrantes de Talking Heads. De repente, alguien denunció la venta de alcohol, llegó la policía y hubo que suspender el evento de apuro. "Recién hace pocos años me enteré lo que pasó después", cuenta Frantz en Remain in Love, una autobiografía donde relata su parte --y su punto de vista-- en la conformación, apogeo y silenciosa separación de una de las bandas claves de la new wave; la más avant-garde, polirrítmica y multicultural de las que despuntaron luego del estallido punk en los setenta. "Habíamos dispuesto los cuadros como para que cada uno de nosotros estuviera bien representado en la muestra. Pero cuando dejamos la galería, David (Byrne) regresó de incógnito y reubicó sus pinturas en el cuarto principal, relegando las demás a los cuartos traseros, para que cuando la gente ingresara pensase que se trataba de su muestra y de su show solista, y no el de todos", escribe Frantz, que a continuación --y para agravar el hecho-- cuenta que Byrne ni siquiera ya pertenecía al RIDS, la facultad de Nueva York a la que todos ellos iban, porque había abandonado el establecimiento tres años antes y estaba ahí sólo porque lo habían invitado.
"Este incidente sentó un precedente temprano para la aparentemente continua necesidad de David de engrandecerse a expensas de sus colaboradores, como si sus contribuciones no fueran tan importantes como las de él", reflexiona con amargura el baterista y productor. "Si hubiera sabido sobre esto en ese momento, seguramente lo habría criticado, pero no lo hice. Por alguna razón, nadie me lo dijo. Años más tarde, nos trató al resto de nosotros en Talking Heads con una falta de respeto similar, y continuó haciéndolo. Me pregunto cómo se sentirán sus nuevos colaboradores. Tina dijo alguna vez que parece incapaz de devolverte la amistad. Aprendimos esto por experiencia".
Tina Weymouth es la rubia, rubísima, bajista de Talking Heads, su esposa todavía hoy, y la otra protagonista del libro. Frantz dedica gran parte de su relato a reivindicar la figura silenciosa de Tina, fundamental en la conformación de esa base rítmica sobre la cual se sustentaba el genio de Byrne. Y providencial para sostener al propio baterista durante los momentos en los cuales --ya sea por la desazón de ver el grupo deshacerse a medida que la indolencia del cantante aumentaba; o por sus propios problemas de excesos que lo llevaron a rehabilitarse a mediados de los ochenta-- ella estuvo ahí para sostenerlo o animarlo a nuevas aventuras. Como por ejemplo, Tom Tom Club, el colectivo musical con el cual sorprendieron al mundo en 1981 y cada tanto reactivan cuando se trata de crear y al mismo tiempo hacer bailar.
"Tuve la gran fortuna no solo de ser miembro fundador de una de las bandas de rock más singulares y emocionantes de todos los tiempos sino de hacerlo junto al amor de mi vida, Tina Weymouth", destaca Frantz que realmente logra poner en papel la vigencia de ese vínculo, que nació como fantasía mientras aún estaban en la facultad y en pareja con otros, para al poco tiempo concretarse con la fuerza de esos idilios que parecen hechos de una vez para siempre. "Fue al comienzo del año escolar en septiembre del '71", reconstruye con precisión. "Me estaba relajando en el césped de la 'playa RISD', un pequeño parque cubierto de hierba, el lugar donde los estudiantes de arte pasaban el rato para charlar, chismosear, intercambiar ideas o simplemente tomar el sol. Era un atardecer, soleado y cálido, un día perfecto en Nueva Inglaterra. Estaba sentado mi amigo Charlie de repente, como en una escena de una película de Truffaut, vi a una chica pedaleando en nuestra dirección en una vieja bicicleta amarilla de tres velocidades. Llevaba una camisa de marinero francés a rayas azules y blancas, y pantalones cortos, muy cortos. Era delgada, estaba en forma y sus piernas eran fabulosas. Mientras pedaleaba, su corte de pelo rubio se agitó. Ella estaba mirando el tráfico, por lo que no nos vio, pero yo sí pude ver que su rostro estaba ligeramente pecoso y era extremadamente bonito. Sus ojos estaban muy separados y parecían reflejar una aguda inteligencia. Sonreía para sí misma por algo. Nunca la había visto antes, así que pensé que debía ser alguien de los nuevos que todos los años entraban a la facultad. Mientras se alejaba, le dije a Charlie, mi amigo: '¡Wow! ¿La viste?'. Charlie sonrió: 'Sí, claro. Es mi amiga Martina'. Aunque era la primera vez que la veía, de inmediato sentí una clase de familiaridad o incluso de parentesco con ella. Definitivamente tenía que conocer a Martina".
Para todos aquellos que durante años, ¡décadas!, simpatizaron con esta pareja que vivía sonriendo cuando se miraban sobre el escenario y sobre todo mejoraban al instante cualquier tipo de música que como par rítmico les tocaba encarar, leer estos pasajes íntimos sin exhibicionismo barato es muy placentero. En especial porque con el diario del lunes sabemos que llegaron a buen puerto navegando sobre toda clase de mares y oleajes crespos. Pero también que lograron mantenerse unidos construyendo su vínculo sobre eventos de los más comunes o simples. Por ejemplo cuando una vez, recién levantados, Tina le preguntó si podía cortarle el pelo y Al Green estaba sonando de fondo. "Las ventanas estaban abiertas, la brisa era cálida y estábamos desnudos. Tina dijo: 'Solo dame un corte contundente recto en la espalda'. Me pasó unas tijeras. Pero cuando empecé a hacer el primer corte, tuve que parar porque me temblaban las manos. Entré en pánico. Temía arruinar el hermoso pelo de Tina. Ella dijo: 'No te preocupes. Confío en vos'. Sus palabras y su voz me llenaron de amor y felicidad. Mientras le cortaba el pelo con cuidado, le dije: 'Sabés Tina, siento que podríamos casarnos'. Ella entendió lo que quería decir y respondió con una palabra: 'sí'".
El casamiento finalmente sucede varios capítulos después, cuando ya no viven en ese loft industrial, sin calefacción y lleno de ratas del Bowery de Nueva York, al que se habían mudado junto con Byrne luego de recibirse en la escuela de arte y ver qué onda esa nueva música que entre los tres estaban haciendo. La presencia del cantante como inevitable tercero en discordia generó, ya desde el inicio, una especie de triángulo no amoroso en el que las desaprensiones y recelos mutuos fueron casi tan fuertes como la química intelectual y la comunión estética que también se profesaban. "Más de una vez nos dijo que se sentía celoso de nuestra relación. Esas fueron sus exactas palabras. Y eso que siempre lo incluímos en nuestras actividades y éramos protectores con él", le dijo Frantz a la revista Electronic Sound por la salida del libro.
Algo estaba desnivelado desde el principio (claramente el amor romántico que dos tercios del trío original se profesaba; por algo el libro se llama Remain in love) aunque no al punto de arruinar la corriente creativa, ese chisporroteo de cables pelados que sucedía más allá de su voluntad apenas se juntaban. Como por ejemplo cuando todavía Talking Heads no existía y una tarde Byrne cae con una letra sin terminar y en cuestión de minutos escriben letra y música de "Psycho killer", con pasajes en francés aportados por Tina. O cuando después del triunfo artístico que significó Fear of music, su tercer disco, con la introducción de elementos afrobeat inéditos para una banda de rock, terminan inesperadamente distanciados, principalmente por motivos ajenos (una desavenencia de Byrne con Brian Eno en un proyecto paralelo) que mágicamente solucionan cuando Tina y Franz van llamando por separado a cada uno (incluyendo a Eno) para juntarse a zapar en el loft, sin ningún tipo de plan o proyección. Y de repente el resultado es Remain in light, para mucha crítica el mejor disco de Talking Heads; sin dudas el más audaz, libre y aventurero.
"(David Byrne) Siempre fue un magnífico guitarrista rítmico dispuesto a sorprender tanto desde lo musical como desde lo físico sobre el escenario. Se metía en la música para salirse de sí mismo. Y cuando tocabas con él te dabas cuenta de que todas sus excentricidades no eran para nada una pose", destaca Frantz que en varios momentos se ocupa de dejar en claro la genialidad del frontman que en 2012, con How music works (Cómo funciona la música), su libro miscelàneo de reflexiones y autobiografìa, también revisitó su historia con la banda, aunque obviando por completo los conflictos y choques de personalidades. Da la impresión de que Remain in love es un poco la respuesta de Frantz a ese libro de Byrne. Un recordatorio de que no sólo se trató de música, genialidad y oportunidad sino también de conexión más allá de todo y vínculos humanos.
"Encontrábamos inspiración en las bandas que amábamos: Velvet Underground, David Bowie, James Brown, Al Green, Otis Redding, Booker T and the MGs, Kool & the Gang, The Stooges, las psicodélicas garage de los sesenta. Pero no sonábamos como ninguna. No copiábamos a nadie. Y nadie pudo copiar el nuestro", subraya el baterista como fundamento de cómo por ejemplo los aceptaron sin mucho preámbulo en la movida proto-punk del CBGB; providencial para el futuro desarrollo del grupo. La escena de cómo fueron admitidos por Hilly Kristal, el mítico dueño del lugar, sintetiza bien el espíritu de época y su sentido de oportunidad.
"Estaba sentado en la barra con su famoso perro saluki, Jonathan, a quien se le permitía hacer caca donde quisiera. Nadie lo limpiaba. No había otros clientes, así que le pregunté a Hilly si podía hablar con él. Asintió. 'Mis amigos y yo tenemos una banda y nos gustaría hacer una audición para tocar acá'. Hilly se rió entre dientes. Preguntó: '¿Qué tipo de música hacen?'. 'Jugamos con nuestro propio estilo'. Se rió aún más fuerte y dijo con su voz profunda y resonante: 'Bueno, puedo ponerlos antes de los Ramones. Si gustan, pueden tocar con ellos de vuelta el fin de semana. No hay dinero, van a tener que arreglar con ellos'". Días después dieron al show y cuando despejaban el escenario para dar paso a los Ramones, Hilly le confirmó que habían pasado la audición y podían volver a tocar con ellos. Johnny Ramone comentó: "Sí, apestan, así que pueden abrirnos para nosotros. Nos harán quedar bien".
La extensa relación con los Ramones (terminaron amigos, firmando con el mismo sello y compartiendo gira por Europa) no sólo abarca varios de los mejores momentos del libro sino que también permite acercarse, desde los ojos de Frantz, a la fantástica irrupción de Joey, Johnny, Tom y Dee Dee (con Johnny haciendo de "mi villano favorito") y a la experiencia vital alrededor del CBGB y bandas y artistas como David Johansen de los New York Dolls, Richard Hell y Richard Lloyd de Television, Debbie Harry de Blondie y Lenny Kaye de The Patti Smith Group, además de ya consagrados como Lou Reed o John Cale. Todos con cameos divertidos o significativos, rankeando alto la vez que el ex Velvet Underground los convocó a su piso en el Upper East Side, luego de un show en el CBGB (o sea, de madrugada), para charlar sobre la banda y aconsejarles sobre cómo moverse dentro de la industria mientras se servía un helado --sin convidarles-- que comió con la misma cuchara con la que se picaba. "Debían ser las cuatro de la mañana. Lou parecía como si acabara de despertar". También es para disfrutar el capítulo dedicado a los Happy Mondays, repleto de momentos bizarros (les produjeron su cuarto disco en su estudio en las Bahamas mientras Shaun Ryder estaba en su propio trip a lo pánico y locura en Las Vegas), y el que narra su experiencia bastante más feliz con Los Fabulosos Cadillacs, cuando Vicentico, Sr Flavio y cía lo fueron a buscar grabar Rey Azucar (1995). "La banda era completamente profesional y estaba tan bien ensayada que la mayor parte del tiempo Tina y yo podíamos sentarnos, escuchar y decir: '¡Eso fue genial!'. El baterista, Fernando Ricciardi, es uno de los mejores bateristas que escuché en mi vida. Podían tocar cualquier estilo. Ska, rock, reggae, salsa o thrash metal".
La escritura de Frantz es llana, por momentos sin vuelo, pero con la virtud de no adjetivar los conflictos con Byrne ni hiperbolizar los logros del grupo, que ya son bastante hiperbólicos de por sí. "Se escribieron varios libros sobre nosotros, pero la mayoría de ellos no son muy buenos y ninguno de ellos le dio al lector la verdadera historia interna. Con Remain in Love, haré precisamente eso", dice en el prólogo y la verdad es que lo logra. ¿Habrá saldado sus cuentas pendientes? En notas contó que le había tomado el gusto a escribir y que estaba preparando otro libro. "Tina y yo tuvimos tantas buenas aventuras juntos que siempre estoy agradecido. Cuando la gente dice: 'Es hora de seguir adelante', no me pongo mal", escribe en alusión a una frase de Byrne y una particular situación vivida por ambos cuando Talking Heads ingresó al Salón de la Fama en 2002 y volvieron a verse las caras --¡y tocar!-- luego de más de diez años. "Cuando se trata de mi familia, mis amigos y mi banda, no soy una persona de las que 'sigue adelante'", subraya malicioso Frantz. "En todo caso, me quedo. Y sigo enamorado".