Mis amaneceres nunca son iguales porque los espero en el mismo sitio. Me llevó un tiempo descubrirlo, el necesario como para dejar de ser un mero observador y sentirme parte de ellos. Un tiempo más largo aún necesité para darme cuenta que yo también cambiaba diariamente, cambios sutiles, casi imperceptibles pero continuos. 

Hay madrugadas parecidas entre sí... pero distintas, otras en que la bruma que flota sobre el río es similar a la que nubla mi mente, existen mañanas en que mi estado de ánimo sombrío condice con las nubes que taponan el cielo y otras en las que mi sol interno aventaja al inti eterno que se eleva lentamente desde el horizonte. 

Ignoro si los pájaros desenjaulados, gatos trasnochados y perros abandonados que me acompañan ante la maravilla sienten lo mismo que yo o si les da lo mismo, si están contentos o sólo tienen hambre, lo cierto es que no piensan, que no tienen que desandar ningún camino cognitivo, bajarse de la teoría heliocéntrica, perdonarlo a Copérnico, felicitarlo a Galileo, verdadero sabio, a veces no hace falta hacerse matar aunque uno tenga la razón, cuando sabe que sus argumentos no podrán con las subjetividades de la gente. 

Pasaron 400 años, nos enseñaron su descubrimiento en la escuela, derrumbamos dioses egocéntricos, llegamos a la luna y sin embargo seguimos preguntando a qué hora sale el sol. Es preciso dejar de pensar para poder girar junto con la tierra misma, ser parte de ella, agradecer tanta belleza, respirar profundo, renacer con cada amanecer. 

A veces cuando exhalo, se me escapa una nota en un silbido a la que se le suman otras, hilvanando una melodía no buscada, que no domino, que me domina. Cuando el fuego rueda por el surco alejándose hacia calle Larrechea, le pido a la correntada que se lleve mis sentidos, envidio al pescador que sube las aguas en su canoa, lo saludo cuando pasa frente a mí como una forma de agradecer tanta perfección en movimiento. Me gusta mirarlo al sereno del club Remeros, con su bolso de mano y en posición de firme permanecer en el muelle hasta completar la ceremonia, parece un niño con portafolios frente al mástil de la escuela izando sólo el sol, quizás arme por partes la bandera de Belgrano en el firmamento. Antes de subir la barranca lo saludo rutinariamente, "buen día, Pablo, ¿cómo pasaste la noche? ", una vez me contestó "tranquilo...sólo fui sacudido por un par de rachas de recuerdos". 

Tal vez los silbidos mañaneros que me persiguen no sean más que recuerdos hecho música. Mi padre tenía linda voz, pero nunca cantó un tango completo ni en las fiestas familiares, culpaba a su amnesia el hecho de no poder retener letras profundas y populares, a pesar de que recordaba los nombres de todas las calles, avenidas y cortadas de Rosario, sus cruces, a qué altura la vía partía al medio la calle Perdriel o en qué numeración Godoy se convertía en ruta. Lo justificaba diciendo que era su obligación de tachero, pero estaba claro que memoria le sobraba. ¿Por qué entonces cantaba una parte, silbaba otra, completaba los tiempos musicales perfectamente con silencios para terminar cantando la última estrofa? ¿Era dominado también por una melodía, por un recuerdo? Saltaba de la cama cuando escuchaba poner en marcha el motor de su Mercedito, cruzaba la cocina con olor a tostadas, pisaba corriendo las frías baldosas del patio, tomaba el diario que me esperaba colgado en la puerta de calle y lo llevaba a la mesa para que mi viejo me leyera los chistes. Mi psicóloga dice que de alguna forma lo sigo haciendo todas las mañanas. 

Durante el desayuno, el lector, comenzaba a cantar, sin darse cuenta, mientras ojeaba el periódico, "Tarde que me invita a conversar/ con los recuerdos." (suave silbido intermedio) “quiero verte una vez más, / amada mía, / y extasiarme en el mirar/ de tus pupilas", (riguroso silencio), "sangre que ha vertido el corazón/ al evocarte.../ fiebre que me abraza la razón/ al recordarte...". Nunca decía gracias después del último mate, su aviso se resumía en una frase, "bueno, vamos a ver qué hacemos", expresión que me resultaba al menos inexplicable para un tipo que laburaba en soledad. Se rio con ganas el día que le dije que el tango era una cosa de viejos, una cuestión del pasado, algo que no me gustaba para nada. Aprovechó la ocasión para enseñarme, "siempre tenés que decir por ahora, no cuesta nada decirlo, uno nunca sabe, a lo mejor cambiás de idea algún día, te pongo un ejemplo... me cansé de repetir durante mucho tiempo que la vida era una milonga, hoy te aseguro que es un tango en donde cada uno escribe su propia letra".

Tal vez allí radicaba el secreto, su lealtad con él mismo le impedía cantar completa la obra de otro, la historia inicial era de Contursi, al cantor olvidadizo sólo le quedaban grabadas las estrofas que lo representaban, seguramente se acordaba la causa de la partida de aquel amor inconcluso y por otro lado le parecía absurdo buscar el olvido en la propia muerte. 

Cambié las tardes por las mañanas para charlar con mis recuerdos, traigo tangos escondidos en recovecos del alma, a veces suenan en silbidos de aprendiz que se mezclan en el aire con el canto maestro de zorzales, las aves nunca cantan hacia abajo, sus melodías se elevan formando nubes sonoras, un canto a la vida, un barrilete para ciegos. Entendí, por ahora, que el hombre es un animal imperfecto, un individuo al que un latir de recuerdos lo convierte en multitud, un misterio insondable, un caminante perdido entre nostalgias, olvidos y naufragios, una contradicción permanente a quien lo consuela una sola certeza, volver a amanecer.

 

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