Pequeños artistas
En marzo, llegó a muchísimos hogares de Gran Bretaña una misiva con gancho del primer ministro Boris Johnson que instaba a la población a permanecer intramuros por, bueno, obvias razones. Jonny Banger -dueño de la popular firma de ropa Sports Banger- no recibió la epístola, pero al ver cómo la gente se hacía eco en redes de la avalancha de hojas A4 que llegaban desde Downing Street, tuvo una idea: ¿por qué no invitar a chicuelos a intervenir la carta?, ¿a convertirla en un afiche donde manifestasen cómo se sentían con la situación, con el manejo de la crisis y, claro, con el propio Boris? La única pega era que no debían recurrir a medios digitales: tenían que apañarse con témperas, marcadores, lápices. Pues, unos 300 afiches de estos pequeños se exhiben por estos días en el Foundling Museum de la capital inglesa, y son prueba de la máxima inoxidable: los niños no mienten. Los mensajes detrás de los collages, pinturas y dibujos de estos “pequeños anarquistas que propagan alegría”, en palabras de Banger, son fuertes y más claros que agua cristalina: algunos cantan loas al personal de salud, otros disparan dardos de crayón envenenados a Boris, entre arcoíris, sorullos y palabrotas. En estos trabajos, que van desde la pintura abstracta hasta la satírica caricatura grotesca, está la de Rory de Derbyshire, que bosquejó a Johnson y Trump como Tweedledum y Tweedledee, latosos personajes de Lewis Carroll. Mientras Kit, de 3 años, oriundo de Bristol, simplemente apoyó las posaderas en tinta, y dejó su culete para la posteridad sobre las palabras del primer ministro. “Son las perfectas representaciones de un momento tan particular: hay humor, travesura y cólera a partes iguales”, dijo el reputado artista Jeremy Deller, ganador del premio Turner, sobre las obras de The Covid Letters: A Vital Update: tal es el nombre de esta encantadora muestra que, a la vista está, lo ha subyugado.
Chiches para el espionaje
Ser dueño de un aparente lápiz labial que en su día sirvió de pistola, utilizado por seductoras espías rusas para disparar, ahora está en las cartas. O lo estará el próximo 13 de febrero cuando se subasten más de tres mil reliquias de la KGB, incluidas una réplica del paraguas con punta envenenada con el que fue asesinado el artista disidente Georgi Markov a fines de los 70s, la puerta de acero de una prisión de la mentada agencia de inteligencia, una carterita con cámara oculta, un adminículo para intervenir teléfonos, una máquina de cifrado Fialka (M-125), dispositivos de grabación en anillos, gemelos y platos, entre tantísimos objetos de la Unión Soviética que entrarán en puja. Por motivos no precisamente felices, todo sea dicho: estos mementos de la Guerra Fría provienen del Museo de Espionaje de la KGB que abrió el año pasado en Chelsea, Nueva York, pero por problemas financieros a raíz de la pandemia está cerrando permanentemente, vendiendo buena parte de los artefactos de su colección. Una de las mayores en su tipo, según el curador Julius Urbaitis, a cargo de la institución. Ya no podrán abonar 25 dólares los visitantes para sentarse y atarse en un modelo de silla de interrogatorios rusa, como extrañamente sucedía hasta hace poco, pero alguien tendrá ¿el honor? de llevársela a su casa. Siempre y cuando abone los dólares que se determine en la subasta orquestada por la casa Julien’s, de Beverly Hills. Donde habrá también estatuas de Lenin y una lámpara de bronce que, según el museo, perteneció al líder soviético Joseph Stalin. Con precios estimados entre unos cientos de dólares y varios miles, según el lote, se espera un buen afluente de ofertas, en especial entre personas aficionadas a la historia rusa y, por supuesto, fanáticos de James Bond.
Agárrense de las manos
Lo que en otro momento podría haber sido motivo de mofa, posiblemente hoy haga ilusión a más de un solitario que sigue a rajatabla el distanciamiento social y echa muchísimo de menos pasearse por las calles con alguna aspirante a novia. Pues, a falta de candidatas, desde Japón llega una solución ideal, ciento por ciento compatible con la distopia actual: una mano robótica para andar a las anchas por la vida, sintiendo el cálido apretón de esta extremidad digna de la más volada ciencia ficción. Los investigadores de ingeniería de la Universidad de Gifu detrás de invención contemplaron todos los factores al fin de recrear una mano femenina con suficiente realismo: My Gilfriend in Walk, como la bautizaron, no solo levanta sutil temperatura, también suda después de un ratito… Fabricada a base de una materia suave y flexible, similar a la piel humana, lógicamente cuenta con dedos articulados que detectan la presión, y la devuelven, además de perspiran artificialmente por “poros” y en pequeñas cantidades (no es cuestión de matar el romance, claro). El chiche, por cierto, se cuelga del antebrazo del usuario, y se activa a través de una aplicación que trae bonus aún más fantasiosos a los fines de completar la cita: a golpe de click, activados sonidos de pasos, de respiración y de roce de ropa. También puede programarse el bracito mecánico para que se balancee a su bola, amén de simular que la media naranja ficticia camina más rápido o más lento que la persona. Oh, y de tanto en tanto, dispara una fragancia: la coqueta filita robótica, al parecer, gusta de fragancias florales como perfume. Para algunos varones heterosexuales, explican los papás de la criatura Koshiro Shiraki, Toru Notsumata, Moeka Miki y Takeru Mushika, “dar con una pareja es muy complicado. Por eso esta propuesta para que puedan sentir su compañía, más fácil que efectivamente encontrarla”. La felicidad es artificial, dicen por ahí, después de todo.
De mascotas y tumbas
De cómo ha evolucionado la relación entre los humanos y sus mascotas, desde la época victoriana hasta el presente, trata Do All Dogs Go to Heaven?, reciente estudio que acaba de publicarse en la revista especializada Antiquity. Su autor es el arqueólogo Eric Tourigny, que no desentierra pero sí analiza más de mil sepulturas de animalitos de cuatro grandes cementerios de mascotas en Gran Bretaña. Comenzando por el tenido por primer camposanto en su especie de UK, inaugurando “informalmente” en Hyde Park a fines del siglo XIX. “Pobre Cherry. Muerta el 28 de abril de 1881”, es el sucinto epitafio que puede leerse en la lápida de esta terrier maltés, histórica por haberlo inaugurado en fechas donde eran inauditas tamañas pompas (funerarias) por un can. De hecho, explica Tourigny en su paper que, hasta esos días, lo habitual era que la gente se deshiciese de sus perros o micifuces RIP “echándolos en el río o en la basura, incluso había quienes vendían sus cadáveres, requeridos por su carne o su piel”. La decisión de enterrarlos “fue un punto de inflexión en nuestra relación con los animales que refleja los valores y las normas de las épocas históricas”, avanza el hombre que ha mirado con lupa tumbas desde 1881 hasta 1991, “cuando la cremación se vuelve la alternativa más habitual”. “Al principio las lápidas eran sencillas, aunque con sentimiento; en ellas puede leerse ‘Amado Bluff’o ‘Querido Butcha’ y referencias a valores centrales de la época como la obediencia y la fidelidad. Rara vez presentaban símbolos religiosos, independientemente de la fe que se profesase”, pormenoriza el científico, que pronto aclara: “Decir por aquel entonces que los animales iban al cielo hubiese sido realmente controvertido”. A modo de paréntesis, vale recordar cómo Juan Pablo II agitó el avispero en 1990 al afirmar que los animales poseían alma, para sorpresa de una prensa tana pronta a titular: “El Papa abre el paraíso a los animales”. Después de la Segunda Guerra Mundial, se da un cambio llamativo: los dueños de mascotas se refieren a sí mismos como “mamá”, “papá” o “tía” del bicho, a la par que suman a su nombre, el apellido familiar. Empiezan a proliferar también menciones a la espiritualidad, “hay símbolos como cruces y epitafios que invocan el cuidado y la protección de Dios, aludiendo cantidad de humanos a la espera por reunirse con sus mascotas en el más allá”. ¿Y hoy día? Según Tourigny, la tendencia reciente más notable es que ciertas necrópolis de cuerpitos humanos permitan que la persona sea enterrada pegadita a su mascota, aunque el enfoque más simple siga siendo el más recurrido: la cremación, sí, y dar eterno descanso en el jardín trasero. Siempre y cuando sea propio; si la casa es alquilada, a pensar otras alternativas…