En notas anteriores (Cash 22.1.17;12.2.17; 12.3.17) he intentado una introducción al análisis de las relaciones de subordinación de tres de los cuatro factores de producción (tierra, tecnología y trabajo) respecto del cuarto: el capital. En la evolución del capitalismo, el capital no solo hegemonizó la relación con los otros tres factores, sino que progresivamente transformó a éstos en una mercancía, tal que con sólo dinero parece poder accederse a todo lo necesario para llevar adelante una producción cualquiera.
En realidad, este verdadero pacman de la vida no se detuvo al establecer tales jerarquías. Luego los grandes capitalistas devoraron a los más pequeños. En secuencia, a su vez, los capitalistas de los países imperiales desplazaron a los de las colonias; los comerciantes internacionales subordinaron a los productores de cada país. Finalmente, el capital financiero pasó a fijar las reglas, en una etapa que llega hasta la actualidad, conocida con el espantoso título de financiarización de la economía. Es decir: hacer dinero con dinero, sin producir ningún bien ni brindar ningún servicio comunitario, es la sublimación de una tendencia, donde al capital solo le queda devorarse a sí mismo, porque en ese espacio fortunas no solo cambian de mano con el vértigo de un casino, sino que se destruyen de modo casi inexplicable.
El reaseguro final de los grandes jugadores, en tal lógica, es controlar el casino, que quiere decir hacerse cargo de los gobiernos o de suficiente influencia sobre ellos como para consagrar el derecho a no perder nunca, amparados por esa consigna que dice: “Es demasiado grande para quebrar”. Se postula que el daño en cadena de esas quiebras sería superior al costo comunitario de subsidiar todo tipo de salvajada económica. En Estados Unidos la discusión sobre el moral hazard, que no es otra cosa que ese debate, lleva ya más de 20 años y siempre se dirime a favor de las grandes corporaciones. Se instala así la resignación general de la sociedad. Y la concentración continúa.
Desde la que llamaríamos “academia sensible” aparecen los intentos de desconcentrar la riqueza a través de la política impositiva. Como respuesta, se multiplican los paraísos fiscales, aún dentro de la primera potencia mundial. Controlar, regular, exhortar, son verbos que van cayendo en desuso, superados por la competencia entre países para convocar inversiones, así sea secundarias, de aquellos que previamente han destruido los intentos locales de producción.
La solución no aparece. No puede aparecer cuando son las premisas de la relación entre los factores de producción las que se han distorsionado al punto de poner todo de rodillas frente al capital. Esa dependencia es la que hay que cambiar, a pesar de la enorme dificultad que representa que el modelo está en la cabeza de todos, incluso de los perdedores y de quienes sufren por causa de él.
Como en las películas de cine catástrofe, empiezan a aparecer señales debajo de los restos. La agricultura apoyada por la comunidad, con alianzas de productores y consumidores, se disemina por el mundo central, con miles y miles de casos, que han hecho que el tema ya forme parte de la política oficial de departamentos de agricultura de Inglaterra o Estados Unidos. Los fideicomisos que desarrollan barrios de viviendas populares sobre tierra que pertenece al común, logrando que se compren y se vendan viviendas con cuotas relacionadas estrictamente con los salarios (http://community-wealth.org/strategies/panel/clts/index.html).
La generación de energía a partir del sol en hospitales, escuelas, en espacios productivos comunes a numerosas unidades, que se hacen autónomas de cualquier sistema central. El tratamiento de efluentes a escala barrial, con diseños simplificados y estímulo a pequeñas empresas para su ejecución. Los bancos comunitarios, la moneda virtual, por ahora en etapa de sofisticación curiosa, pero con un desarrollo de alcance social más que previsible.
El mundo está hegemonizado por el capital financiero y seguirá así mucho tiempo. Dentro de él hay algunos millones de ciudadanos que están advirtiendo que hay que escapar de la trampa. La construcción de la democracia económica y de la producción popular se hará desde bien abajo, al advertir caso por caso que hay otras formas de organización social y económica. Se trata de la aventura humana
* Instituto para la Producción Popular.