En la Buenos Aires de los años cincuenta, el padre de Nelly Kaplan entró una noche en su habitación y le dijo que no podía continuar siendo una chica rebelde y contestadora: “O cambiás o te vas”. En ese entonces ella era una joven de 22 años que se aburría estudiando Ciencias Económicas y frecuentaba las funciones de cine-arte en la Cinemateca. Se tomó un tiempo y luego partió hacia París en barco, con el propósito de no regresar. No hablaba francés ni tenía suficiente dinero para establecerse. Solo llevaba una carta de la Cinemateca argentina para Henri Langlois, presidente de la Cinemateca francesa. Esa credencial le permitió convertirse en habitué de la principal entidad cinéfila de Europa y forjarse un camino propio en el mundo del cine.

Kaplan murió el jueves 12 de noviembre de coronavirus en Ginebra donde se había trasladado con su compañero Claude Makovsky, también fallecido este año en el mes de agosto. Nacida en la Argentina en 1931, de familia rusa, fue cronista, crítica, realizadora cinematográfica, guionista y escritora. Prácticamente desconocida en su país natal, desarrolló su carrera en Francia donde recibió numerosas distinciones por el conjunto de su obra literaria y cinematográfica.

En una entrevista realizada en 2019 por Film Quarterly, en ocasión de una retrospectiva de su obra en Nueva York, rememoró el hito que consideraba el inicio de su carrera: el momento en que Langlois le presentó al director Abel Gance, cuyas obras había podido ver en Buenos Aires. Trabajó con él como asistente en sus films Magirama (1956) y Austerlitz (1960) y estuvo a cargo de la segunda unidad de Cyrano y D'Artagnan (1963). “Gance me tiró al agua y me dijo ‘nadá’. Se lo agradecí siempre porque afrontar las dificultades es la manera de aprender”, afirmó entonces.

Después de realizar varios cortometrajes debutó en el largo con La Fiancée du pirate (1969). Era, en sus palabras, la historia de una bruja moderna, una joven que ejecuta una venganza: “Quema a sus inquisidores en lugar de ser quemada”. Negarse a terminar la historia con la muerte de su heroína le costó numerosos problemas con la censura francesa, pero se dio el gusto de ser aplaudida durante diez minutos por el público del festival de Venecia. Desde entonces realizó siete largometrajes a lo largo de veinte años, el último de los cuales fue Plaisir d’amour (1991).

Nelly Kaplan también tuvo una destacada actuación en el plano de las letras. Luego de su última película se dedicó a la escritura de guiones y novelas. Al llegar a París, en 1953, su primera actividad fue la corresponsalía para la revista argentina Gente de Cine, editada por el cineclub homónimo. Rolando “Roland” Fustiñana, fundador del cineclub y de la Cinemateca argentina, le había facilitado el contacto con Langlois y le encargó la cobertura de festivales como Cannes, Venecia, Locarno y Berlín. Kaplan realizó crónicas, notas y entrevistas, logrando de ese modo ser la única mujer que figuró en el staff de la revista y una de las primeras críticas de cine en el país. Finalmente obtuvo su propia sección, “Pantalla de París”, donde pasaba revista a la actualidad de la cartelera francesa.

Sus vínculos con los escritores surrealistas Philippe Soupault y André Breton la llevaron por el camino de la literatura. Con el seudónimo Belén escribió novelas como Mémoires d'une liseuse de draps (Ed. Jean-Jacques Pauvert, 1974) -editada recientemente en español como Memorias de una lectora de sábanas- que fue prohibida por la censura francesa. La historia incluía incesto, zoofilia y amor libre a bordo del velero Sperma en el que navegaba la heroína.

La muerte de Nelly Kaplan se lleva también parte importante de una memoria de la cinefilia del siglo XX. Sus textos periodísticos y literarios, junto con sus películas, nos brindan un camino para reconstruir esa historia y darle el lugar que merece, también en la Argentina.

* Lic. en Ciencias de la Comunicación; investigadora sobre historia del cine en la Argentina.