Lewis Hamilton es un monstruo grande que pisa fuerte. Tan fuerte pisa, que en 70 años de historia de Fórmula 1 hubo pocos pilotos capaces de conseguir la ingente cantidad de récords que acumuló en los últimos años en general y en las últimos meses en particular: así como supo ser el más joven en ganar una carrera y un campeonato, y desde 2017 es el piloto con más pole positions (ya suma 97), en el Gran Premio de Portugal de hace veinte días llegó a los 92 triunfos, superando la marca de 91 que hasta entonces hacía de Michael Schumacher el más ganador de la F1. La cerecita llegó este domingo con una nueva corona gracias a la victoria en el circuito de Turquía, que le permitió empardar los siete títulos obtenidos por el alemán, una cifra que parecía inalcanzable quince años atrás.
Es cierto que Schumacher y Hamilton contaron casi siempre con el mejor auto de la parrilla, que a su vez era el del mejor equipo, pero hay pocos antecedentes de un dominio tan extendido en el tiempo, tan abrumador, tan contundente, tan indiscutible como el establecido por el británico desde 2014, cuando los motores híbridos marcaron el inicio de una era que lo ha visto consagrarse en seis de los siete campeonatos disputados. El único que perdió fue el de 2016 en manos de su compañero Nico Rosberg, que semanas después se retiró de la actividad desbastado por el esfuerzo mental que supuso torcerle el brazo a su rival.
Pero hablar de Hamilton es también hablar de Mercedes. La fábrica alemana construyó una máquina tan perfecta este año que solo perdió por errores no forzados, alguna sorpresa climática o unos neumáticos que, imposición reglamentaria mediante, no están a la altura de la excelencia mecánica teutona. Los números de los autos plateados –repintados de negro para esta temporada– asustan: durante la era híbrida, entre 2014 y 2020, consiguieron siete campeonatos de constructores (otro récord y van…) y de pilotos consecutivos, además de 104 triunfos, 214 podios, 113 poles, 73 récords de vuelta y más de cinco mil puntos.
Los números de Hamilton en Mercedes, también: seis títulos, 112 podios en 153 carreras, 72 de los cuales ocupando el escalón más alto (un promedio de casi una ganada cada dos corridas), 68 pole positions y más de 2700 puntos acumulados. La única duda es qué tanto podrá elevar esas marcas, puesto que a diferencia de Schumacher, que arañó su última victoria en la etapa descendente del dominio ferrarista de la primera parte del siglo, Hamilton lo hizo en plena vigencia, imponiéndose deportiva y psicológicamente a sus rivales. Esta temporada, por ejemplo, se llevó 10 de las 14 carreras disputadas hasta ahora. No es descabellado imaginar que, de concretarse la inevitable renovación con la escudería por un año más, supere al alemán en títulos y cruce al trote, sin despeinarse, la barrera de los 100 triunfos.
Mientras Schumacher ganaba su última carrera en 2006, Lewis Hamilton era un por entonces joven piloto británico, de tez color café con leche oscuro, que a fuerza de resultados empujaba por un lugar en la Fórmula 1 desde la categoría telonera GP2. Que nunca antes un piloto negro, hijo de un emigrante caribeño de la isla de Granada casado con una británica, llegara tan alto en un ambiente históricamente blanco y aristocrático como el deporte motor europeo, explica el enorme magnetismo generado por un Hamilton que con el tiempo se ha convertido en un referente de la lucha contra la discriminación.
En ese sentido, como en la pista, va a fondo: durante el agitado 2020 promovió que la Fórmula 1 se sumara a la campaña “Black Lives Matter” con una foto conjunta de todos los pilotos en la grilla antes de cada largada y se subió al podio del Gran Premio de la Toscana con una remera impresa con la leyenda “Arresten a los policías que mataron a Breonna Taylor”, en referencia a una afroamericana de 26 años asesinada luego de una redada. Un sector importante de la cúpula directiva respingó la nariz ante el temor de que un posicionamiento político de esa envergadura pudiera traducirse en la caída de negocios en el futuro, sobre todo en un contexto donde la categoría registró un negativo de varios millones de dólares en su balance. Esa necesidad de dólares frescos explica la aparición en el calendario 2021 de la primera carrera en Jeddah, la segunda ciudad más poblada de Arabia Saudita, un país no precisamente adepto a la diversidad y las libertades individuales.
Hamilton llegó a McLaren en 2007, ni más ni menos que con Fernando Alonso, flamante bicampeón con Renault, como compañero. Su primera temporada fue el preludio de lo que vendría después, con un tercer puesto en la carrera inaugural de Australia que lo convirtió en el segundo piloto en llegar al podio en su debut desde que Jacques Villeneuve hiciera lo propio en 1996. La victoria en la sexta fecha de Canadá inauguró su costumbre de ganar al menos una carrera por temporada. Aquel año terminó con cuatro victorias y el subcampeonato por detrás de la Ferrari de Kimi Räikkönen. También con una Ferrari, ahora la de Felipe Massa, protagonizó en 2008 una de las definiciones más infartantes de las últimas décadas, quitándole la corona al brasileño, que jugaba de local en el circuito paulista de Interlagos, luego de pasar en la última curva de la última vuelta de la última carrera al Toyota de Timo Glock.
El campeón más joven hasta que en 2010 lo superó Sebastian Vettel, Hamilton pintó el 1 en McLaren, pero poco pudo hacer ante el ingenio de los técnicos de Brawn GP, quienes se valieron de un vacío reglamentario para colocar un doble difusor en la parte trasera de esos monoplazas que, para sorpresa de todos, durante media temporada fueron inalcanzables. Fue justamente ese equipo el que en 2010 se convertiría en Mercedes, marcando el regreso de la empresa alemana como escudería luego de 55 años. ¿El piloto principal? Un tal Michael Schumacher, que volvió del retiro y, si bien consiguió apenas un podio en tres temporadas, colocó las piedras fundamentales de la estructura, tal como reconoció el director ejecutivo de Mercedes desde 2013, Toto Wolff, unos días atrás: “Schumacher tiene una gran parte de esto. Si no hubiera sido por BrawnGP, la visión de Norbert Haug (su predecesor en la dirección) de un equipo propio y de Michael como piloto estrella, nuestro éxito no habría existido”.
Así, mientras Red Bull hilaba cuatro títulos al hilo entre 2010 y 2013 con Vettel y Mercedes afilaba el cuchillo, Hamilton siguió en McLaren. El retiro ahora definitivo de Schumacher, a fines de la temporada 2012, dejó vacante el auto que desde entonces maneja el británico. “Reemplazar a Michael fue una locura”, reconoció luego igualar la marca de 91 triunfos en el Gran Premio de Eifel. Durante ese fin de semana Hamilton recibió de manos de Mick Schumacher, el hijo de Michael, una réplica del casco de su padre. Mick, contendiente del campeonato de F2, suena como candidato para subir a la F1 en un futuro cercano. Los apellidos Hamilton y Schumacher, otra vez, volverán a encontrarse.