Parece increíble pero fue real. En Sydney había un atardecer con sol. En Buenos Aires recién empezaba a asomarse. Los Pumas sudaban sus últimas gotas de resiliencia contra los All Blacks. Quedaban segundos del 25-15 histórico y la imagen tenía la épica del aguante a puro tackle en la que el rugby basa su esencia.

Ese apremio duró un ratito pero no se compadecía de lo que había sucedido antes. Argentina ganó el partido desde el primer minuto, hasta con cierta comodidad. Solo los fantasmas de 28 derrotas en serie y apenas un solitario empate eran capaces de transmitir un tembleque con aroma a más de lo mismo. Pero no, esta vez se dio. Mucho antes de los 70 balcones y ninguna flor de Baldomero Fernández Moreno, la flor y nata de Los Pumas floreció en Australia después de 30 partidos. El número de Santa Rosa en el lenguaje de los sueños. Ellos fueron la tormenta perfecta que se desata. Le ganaron al seleccionado más dominante en deporte alguno que se conozca. Sólo comparable al Dream Team de EE.UU en básquetbol.


La victoria en la casa del rugby australiano -que seguramente disfrutó el memorable éxito argentino por la rivalidad que tiene con Nueva Zelanda- marca un hito de Los Pumas. Aún antes de la perspectiva que puede dar el paso del tiempo. Ese que se impone para construir el mito. Porque el 14 de noviembre de 2020 será lo que fue el 2 de noviembre de 1985 hasta el partido en el Sydney Bank Stadium. El día del empate en Ferro 21-21 con todos los puntos marcados por Hugo Porta. Una huella. La línea del horizonte que cómo contaba Eduardo Galeano se va corriendo a cada paso que das. Los jugadores tuvieron que caminar muchos para llegar a ese triunfo esquivo, resbaladizo, que en un par de ocasiones se les escapó por poco y una dosis de impericia.

Esta vez Porta vio el partido cuando se levantó, sin saber el resultado. Dejó un mensaje sobre el juego, al que considera el punto de partida para un cambio en la cultura del rugby. Un no rotundo a la violencia, que hasta la UAR se involucró cuando en plena cuarentena organizó un zoom para hablar del tema. Disparado por el asesinato en Villa Gesell del joven estudiante Fernando Báez Sosa por una patota de rugbiers.

Esos cuerpos musculados pierden su razón de ser si no los domina el cerebelo, encargado de coordinar sus movimientos. Los Pumas fueron como un organismo único ante un rival que era su karma. Ordenaron los dispositivos del juego con una matriz que ya tenían, el compromiso con cada compañero, la garra, las destrezas propias que nunca alcanzaban para lograr un resultado favorable. Estos Pumas que les habían ganado a todos menos a los All Blacks se sacudieron un peso de encima. Fueron noticia top en el mundo deportivo después de no jugar partidos oficiales desde el 8 de octubre de 2019 en el Mundial de Japón contra Estados Unidos (47 a 17).

Se entrenaron en sus casas, departamentos, jardines, terrazas, garages, en un salón del hotel en Australia, pasaron por hisopados y burbujas. Nicolás Sánchez, único dueño de los 25 puntos en Sydney, corrió 21 kilómetros por día en su vivienda. “Fuimos capaces de hacer esto y mucho más”, los promocinó en primera persona la UAR en un video motivacional antes de jugar en Sydney. Esta vez se les dio. El desahogo llegó y tienen motivos para festejarlo. Ojalá sirva también para empezar a modificar una masculinidad mal entendida que afecta al ambiente del rugby y del que, el propio deporte, no es culpable.

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