Llegar a la estancia es una experiencia en sí misma. Para los impacientes puede resultar desesperante, porque el paisaje es desolador, en tanto para los amantes de la estepa la felicidad será absoluta. La escasa naturaleza que ofrece la Patagonia tiene su nombre, y a medida que se recorren los kilómetros se aprende qué son el molle, el neneo, el coirón y la mata negra. El escenario santacruceño tiene también guanacos, avestruces y ovejas como protagonistas.
El paisaje de La María revela las increíbles revoluciones geológicas que ocurrieron en la Patagonia y formaron acantilados con multitud de cavernas, abrigos y aleros de muy diversos tamaños. Fueron precisamente estas formas las que resultaron ideales para que los habitantes de la región dejaran huella de su existencia hasta nuestros días. Las dataciones arqueológicas revelan 12.600 años de antigüedad. Algunas cuevas exhiben pinturas correspondientes a los cuatro niveles culturales que ocuparon sucesivamente la región, para finalizar con la cultura Patagoniense o Prototehuelchense, que habitó en la Patagonia austral los últimos cuatro mil años. Esto convirtió a La María en localidad arqueológica. Sin embargo, su aspecto más destacado como establecimiento arqueológico es la policromía de sus pinturas y la rica abstracción y simbología de los motivos representados.
La estancia ofrece un paisaje único: cañadones, mesetas, afloramientos rocosos de varios colores. Para descubrir La María hay que decidirse a ir y ver in situ de qué se trata. Cualquier descripción se queda corta y no le hace justicia. La estancia no tiene página web, ni está muy promocionada: solo tiene un perfil en Facebook y en algunas páginas de turismo informan pero no abundan fotos ni datos. De hecho, los dueños cuentan que el 70% de quienes llegan son extranjeros interesados por ver las pinturas rupestres. Josefina (Pepa) Ortola y Fernando Ricardo Berhn son sus propietarios hace 26 años. Ellos reciben, cocinan y guían a los turistas. Son los que atienden las reservas y las consultas; se encargan de todo.
UNA CASA PATAGÓNICA La casa está en pleno valle y parece minúscula en comparación con las 21.000 hectáreas que la rodean. El pasto es excesivamente verde, los rosales exultan de belleza y las flores generan un contraste importante con el mundo volcánico que da identidad a la estancia. Puertas adentro la casa es simple, básica. La mesa se sirve sobre mantel de plástico florido, la vajilla y los cubiertos no guardan ningún tipo de sofisticación. Si el día lo permite, quienes se lleguen a La María comerán un asado de cordero o una bifeada con verduras. En cambio si hace frío las opciones gastronómicas seguramente serán unos fideos caseros o una pierna de cordero a la olla. La propuesta se completa con una ensalada de frutas o algún postre tradicional. Comer en la estancia es un placer porque todo es absolutamente casero –el local más cercano está a 50 kilómetros– y desde siempre se autoabastecen. Se amasa el pan y se hacen dulces; tienen huerta, invernadero y animales; y como no podría ser de otra manera algún guindado completa las provisiones típicas de la estancia. En el casco hay DirectTV pero no señal de celular ni Internet, un detalle que cualquiera puede imaginar apenas empieza a recorrer los 150 kilómetros rumbo a la estancia. Las habitaciones son sencillas: no ofrecen ni lujo ni el confort asociado a las estancias de El Calafate o la Patagonia exclusiva. El mobiliario no está a la moda pero sí tiene calor de hogar, y algunas paredes están adornadas con cuadros hechos por los dueños con puntas de flecha que encontraron en el terreno.
La María ofrece tres recorridos principales armados para los turistas. El más completo incluye 40 de los más de 80 aleros que hay para ver. La excursión María Quebrada es la más abarcativa y lleva unas cuatro horas y media (53 dólares por persona), mientras la otra propuesta para conocer las pinturas rupestres lleva dos horas, se llama María Baja y tiene un costo de 42 dólares. El tercer recorrido es la visita al bosque petrificado, que se realiza en dos horas (50 dólares). Dependiendo de la suerte, como dice Ricardo, durante las excursiones se podrán ver calandrias, gorriones, algún guanaco, ñandúes, liebres, zorros y zorrinos.
Las pinturas están en el extremo norte de la estancia, en tanto los troncos fosilizados se encuentran en el corazón de la finca. Ricardo precisa entusiasmado que tres de los fósiles que se pueden ver –a diferencia de lo que están en Jaramillo o el Bosque Petrificado Sarmiento– son troncos del lugar y no de arrastre. En La María se pueden apreciar las raíces. Ver un trono petrificado es una de las tantas experiencias que comprueban que no somos nadie. Encontrarse frente a troncos gigantes hechos piedra es comprender que la naturaleza es potente, que nuestra existencia es un segundo en el tiempo de este planeta y advertir que todo evoluciona y muta.
ESTANCIA ADENTRO Conocer las cuevas y los cañadones junto a los dueños de la estancia es muy interesante, no solo porque brindan numerosísimos datos sino porque llenan sus relatos con pasión y entusiasmo. Meterse en los aleros es una experiencia aparte. Las manos en las cuevas impresionan, y mucho. Puede helar la sangre contemplar en silencio las rocas que reposan en ese confín del mundo hace miles de años y mirar esas manos por un tiempo atentamente. En una variedad de colores, cuantiosísimas manos parecen aún saludarnos. Cuando solo el viento acompaña, uno se pregunta e imagina si dentro de la roca habrá personas con las manos apoyadas. Es fuerte lo que se produce ahí mismo: estar en plena estepa patagónica –donde la contaminación visual, sonora y de todo tipo es nula– y quedar en absoluto desconcierto viendo simples pinturas que nos hablan de las historia de la humanidad. En otros lugares también aparecen animales (como escenas con guanacos o hembras de distintas especies en etapa de gestación), figuras humanas y geométricas. Los colores son amarillos, rojos, negros, ocres, violáceos, blancos, grises, azulados. Ricardo explica que la superposición de tonos implica que responden a distintos tiempos, pero no hay aún datación específica para precisar los años. Si bien un grupo de expertos de la Universidad de La Plata, encabezado por el especialista Rafael Paunero, visita la estancia hace años, recién se espera por estos meses la llegada de especialistas franceses que puedan especificar a través de nuevos estudios el tiempo de las pinturas. Volviendo a las manos, aparecen tanto en negativo como en positivo; llaman la atención figuras de hombres en círculos, espirales y ruedas dentadas. Las cuevas y los aleros no están todos juntos y por eso hay dos circuitos distintos. Uno de los espacios más destacados fue bautizado “el anfiteatro” y es lo más parecido a estar debajo de una ola gigante… pero de piedra.
Además de los recorridos para conocer las pinturas, también es interesante hacerse el tiempo para estar y conocer el casco de la estancia. Se pueden visitar la huerta y el invernadero, entro otras áreas. Estos lugares también tienen su magia.
Hay en Santa Cruz otros lugares donde se pueden conocer pinturas rupestres pero La María tiene la virtud de no estar tan comercializada, de ser atendida por los dueños y de contar con un entorno imponente. La María vale la pena porque lo simple y espectacular conviven, es al mismo tiempo conocer un recóndito lugar de la Patagonia y pararse frente a las huellas de la humanidad.