Creo un cuerpo que también duele, que se aletarga, que se cansa con las inhabituales contorsiones, que respira a través de las resonancias de este cúmulo vivido-sentido-imaginado-pensado.

En este instante mi cuerpo es un cuerpo a secas que, por primera vez desde hace mucho tiempo, siente ganas: esa energía vibrátil llamada deseo o voluntad de potencia o pulsión de vida o vitalidad. Estas pulsaciones reverberan en mis emociones dispersas y encuentran vías, canales, movimientos a través de los que se irradian y con ellos me irradio. Viene a mi patio una pareja de colibríes, extrañamente se acercan casi a la ventana y no hay flores, se topan con las inmensas calandrias y los presuntuosos zorzales. Cada vez hay más pájaros en mi patio, y logro verlos más claramente, por entre las ramas desnudas de los árboles que asoman desde la vereda. Entre esos pájaros y yo hay algo, aunque nada sepa de ellos, aunque no tenga ambición por conocerlos; su estar allí me aproxima a la serenidad y a lo desconocido.

A veces solía poner música mientras bailaba, pero ahora ya no lo hago, me basta el silencio o el rumor apagado de la noche.

Mi cuerpo piensa más rápido que yo misma, aunque sé que él y yo somos una sola cosa que habla, se expresa, se mueve y aprehende del mundo. En algunas instancias creo que soy más “eso que se mueve”, en la creación no-mecánica de movimiento, que esa que se dice “yo”; pero tampoco quisiera romantizar el cuerpo o la expresión que de él tengo, simplemente somos: por momentos todo va en una sintonía de sonidos acompasados y otras veces es disonante, a veces me oigo y a veces estoy sorda o me pronuncio a medias voces, y otras, aparece el encanto y escucho el tiempo con lo que él conlleva.

Pintar o escribir son un modo de contemplación que conserva fuerzas o cualidades fuera del “mí” o del yo, que afectan al cuerpo que soy y que son reveladas por procedimientos de expresión en aquello que hago, compongo o creo. Se trata de sensaciones que van desde variaciones sentidas sin conocimiento, hasta contracciones que se vuelven procedimientos de expresión casi como fórmulas perceptivas. Nunca sabremos lo que puede un cuerpo si no es por las maneras de expresión materializadas en aquello que hacemos, porque esas creaciones-invenciones componen un cuerpo poético -de sensación y sentido- que tiene sus efectos-afectos y sus consecuencias también simbólicas (materiales) en lo singular y en lo colectivo.

Bailar es otro modo, incluso de burlar a este tiempo, de sustraernos de las lógicas reinantes, de abrir un espacio otre, donde algo particular nos trasciende, y también se convierte en una potencia que acompasa el devenir o que lo interrumpe (suspende). Allí soy extraña, extranjera, pierdo mi nombre y mis referencias y encuentro rumbos inéditos que, a la vez, instalan otras inscripciones –que, por su lado, engarzan con lo que acontece o con lo que quizás este espacio-tiempo precisa de mí-. Ser-con diría aquel filósofo, ser-ahí-con, como también ser-en-el mundo (como diría el otro ) e incorporarse a las fuerzas pulsionales del presente -que seguramente continuarán pulsando e impulsando la vida-. (El Eros disputándose espacios-tiempos con las agencias con lógicas tanáticas, afirmadas en el rechazo de lo diverso y en la profunda inequidad estructural del planeta en el que vivimos).

He nombrado y re-nombrado al cuerpo a través de torsiones en los movimientos y en la escritura, estas pinceladas son siempre intermitentes, una deriva que no tiene un sentido definitivo ni un arribo seguro, a veces es incongruente, a veces cobra densidad y otras es leve, casi superficial. El cuerpo nombrado solo, como lo mencioné al inicio, sigue portando en sí, una huella-concepto-configuración imaginaria, a la vez escindida y excedida. Pero en realidad, este cuerpo es fallido y al mismo tiempo habitado en su misma fragilidad: cuerpo-sintiente-pensante-soma-ser-siendo; con su enorme potencia.

Puedo reconocer que, aún hoy estando aquel “cuerpo-naturaleza-objeto” en crisis -siendo aquello más o menos dicho, es decir por falta o por exceso-, no se ha podido con la ambición y voluntad de eliminarlo. De este modo, llevamos al cuerpo-ser hasta el horizonte extremo de su apertura, aunque ese mismo cuerpo –por enfermedad, accidente o catástrofe, por asesinato o por deceso “natural”, por inoculación de sustancias o extensión en prótesis– muera.

Incluso de esa manera, no se puede evitar el impulso de su re-nacimiento en otros cuerpos que se seguirán conjugando. Y así, a través del cuerpo-ser-movimiento-experiencia, nos asomamos a un vértigo desconocido, a una figura extravagante y a una vibración de la desnudez de la vida. Escuché alguna vez que “donde hay cuerpo insiste el misterio y la maravilla”, y es esa insistencia y esa “presencia”, la que permite este movimiento, este pensamiento, esta trasformación; su transcurrir, su florecer.