Ay de mí, pecador. Eso es lo que quiere decir el nombre de Alack Sinner. Un personaje cuya vida comienza en un barrio pobre de Nueva York, donde sufrió una infancia de privaciones, abandonado por su padre y con una madre prostituta. “Cuando era pequeño, ella trabajaba en la misma habitación donde dormíamos mi hermana y yo”, recuerda Alack ante un trago y ante Joe, el único capaz de recibir sus confesiones. No sólo las suyas, sino las de todos los que pasan por su bar –Joe’s Bar–, en el que Lou Reed invita a caminar por el lado salvaje desde la segunda página del flamante volumen que compila todas sus historietas. Pero enseguida Alack se acerca a la fonola para seleccionar “Cheryl”, en la versión de Charlie Parker, un tema que es capaz de hacer sonar una y otra vez, cerveza tras cerveza, como lo hizo la noche en que lo abordó Enfer, que terminaría siendo la madre de su única hija, nada casualmente bautizada Cheryl. El pecador en el infierno, cuándo no.
Por entonces Alack era taxista, pero antes había sido detective privado, mucho antes también policía, y en el comienzo de una sucinta enumeración biográfica había disparado por primera vez un arma en Corea, la pequeña gran guerra olvidada. Todos aún recuerdan Vietnam, pero ya nadie se acuerda de Corea, el primer país asiático del que los Estados Unidos se retiró con la cabeza baja y dejándolo dividido en dos, empezando a opacar su estrella ganada con la Segunda Guerra. De aquel campo de batalla, Alack regresó habiéndole salvado la vida a Nick Martínez, un amigo para toda la vida a pesar de sus eternas diferencias, y con el que coincidiría en la policía, pero no por mucho tiempo. De las fuerzas del orden Sinner se retiró muy joven, cuando decidió que no podía mirar hacia otro lado, que su ética y su moral no dependían de quién lucía qué uniforme. Prefirió romperse antes que doblarse, y apenas si se resignó a no dejar de ser del todo quién era al convertirse en detective privado, el oficio en el que entró en la vida de los lectores de las historietas de José Muñoz y Carlos Sampayo, dos argentinos probando suerte en Europa que encontraron en su personalísima versión del policial negro el mejor exorcismo ante ese perderse y encontrarse a un océano más allá de casa.
“Adiós amor mío”, le dirá Sophie a Alack. “Es una pena que este mundo tenga que desaparecer y nosotros con él”. Sophie será la última clienta del detective privado Alack, ya que al final de esa historia –una de las mejores de la saga, la sexta de las diez de la primera tanda, titulada “Chispas”– el personaje dejará el arma y se pondrá al volante de un taxi luego de dejar escapar por primera vez al (la) culpable, respondiéndole: “No creo que este mundo necesite tu ayuda para derrumbarse”. Culpable e inocente, como todos y también como ningún otro, Sophie será el otro gran amor de la vida de Alack, aunque eso se sabrá también más adelante.
Pero en ese diálogo, en la dialéctica del mundo condenado a desaparecer pero que no necesita de nadie para derrumbarse, puede resumirse la esencia de Alack Sinner (el personaje), habitante de una Nueva York que encarna a todas las ciudades, y también Alack Sinner (la historieta), primer hijo pródigo del fin de la historia de oro del género en Argentina, que cierra y abre al mismo tiempo la herencia de Oesterheld, Breccia, Solano López y demás. Publicados siempre antes en Europa, con escasas y tardías apariciones en las páginas de las revistas locales, Muñoz y Sampayo son el eslabón perdido entre lo que quedó de aquella increíble explosión creativa coronada por la aparición del guionista de Hora Cero y Frontera por un lado y, por el otro, la generación que tardó en seguir su camino, y que para poder existir debió también buscar un lugar en Europa.
Una historia y una lectura de la historia que se pude recorrer cuadrito tras cuadrito en Alack Sinner, reunida por fin y lista para (re)descubrirse en el necesario e indispensable volumen de 700 páginas con el que Salamandra Graphic desembarca finalmente en el mercado local. Un acontecimiento que instala por primera vez la obra grande de la dupla en el lugar del que escaparon pero hacia donde nunca dejaron de mirar. Argentinos hasta la médula, pero a trece mil kilometros de distancia durante casi medio siglo de historietas, este Alack Sinner encuentra hoy a Muñoz y Sampayo separados por ese abismo que alguna vez los unió. Pero tanto el primero desde su hogar en Milán como el segundo desde el porteñísimo barrio de Once, no pueden evitar mirarse y verse reflejados en Alack al hablar de su pasado y de su presente, mientras su hijo pródigo por primera vez se pasea a sus anchas por las calles de su auténtica ciudad natal.
Los autores
Uno escuchaba jazz, había dejado la poesía, desdeñado el periodismo y se había dedicado a la publicidad. El otro se repartía entre el Tata Cedrón y Almendra, y de haberse deslumbrado con las historietas había empezado a tomar conciencia de que se le estaba olvidando aquel brillo al haberlas convertido en su trabajo. Los dos terminaron escapándose de una Argentina que, como recuerda Carlos Sampayo en su libro Memorias de un ladrón de discos que le supo advertir Haroldo Conti, se estaba transformando en un país de ajustes de cuentas. “El que no está implicado en alguno de los dos bandos, o se va o se muere”, sentenció el autor de Sudeste.
Tanto Sampayo como Muñoz eligieron lo mismo, irse. Los dos con sus familias y pisando los 30, con pasaje sólo de ida hacia Europa, y reincidiendo enseguida laboralmente del otro lado del Atlántico en su especialidad, aunque abandonándola mas o menos enseguida. Sampayo porque ya no podía soportar la publicidad, Muñoz porque quería volver a creer en la historieta. Un amigo mutuo, el dibujante Oscar Zárate, sugirió que como los dos estaban ante el mismo brete, podían juntarse a ver qué pasaba. Zárate, que compartía con Muñoz su destino londinense, le pasó unos cuentos que le había hecho llegar Sampayo desde España. Los futuros guionista y dibujante de Alack Sinner se habían visto por primera vez, justamente, despidiéndolo en Ezeiza, ya que Oscar buscó Europa antes que ellos. “Por entonces yo tenía coche, así que lo traje de regreso a José, y en ese viaje empezamos a conocernos”, recuerda Sampayo, sentado en el living del departamento de Once donde desde hace seis años vive con su mujer y dos mascotas: una perra llamada Lulú y una gata eterna, que ya acusa dos décadas, que responde al nombre de Rita.
Aquella charla que empezaron regresando a la ciudad desde el aeropuerto fue la que retomaron cuando Muñoz –“envuelto en un poncho rojo y negro”, recuerda– desde Londres se tomó un tren, un ferry y otra vez un tren, y tocó el timbre de Carlos (“No lo reconocí, estaba hecho un hippie inglés”) en Casteldelfels, un balneario cercano a Sitges. “Era entonces un lugar proletario, lleno de gente afín. La pasé muy bien ahí”, se entusiasma Sampayo, que vivía en un departamento ubicado en un segundo piso, sin ascensor y con escalera externa, y había sobrevivido vendiendo desde garrafas de butano hasta bolsas de cuero (hippie también, pero mediterráneo), y escribiendo o corrigiendo solapas para la editorial Bruguera. “Ese departamento en Casteldelfels estaba a una cuadra del mar, en una calle llamada Marina”.
Fue ahí donde, una tarde de mediados de 1974, nació Alack Sinner. “En quince minutos teníamos delineado el trabajo que haríamos durante los próximos cinco años”, exagera Muñoz, intentando reflejar la –asegura– “inmediata convicción” con que se entendieron. Hablaron entonces de Raymond Chandler, Ross McDonald, Charles Williams, James M. Cain. También de historietas, porque Sampayo no sabía nada del tema, así que Muñoz comenzó a darle una suerte de curso, refiriéndose tanto a las particularidades de los guiones que entregaba Oesterheld hasta un repaso por los autores de la nueva historieta de autor que empezaba a encontrar su público en Europa, como la aparición de Guido Crepax en Italia o los trabajos de Wolinski y Pichard en Francia. Ese era el mercado al que apuntaban, pero a pesar de que aseguran haber encontrado enseguida personaje y temática, una primera muestra de su trabajo en conjunto tardó casi un año –en el que cambiaron Casteldelfels por Mallorca, para terminar instalándose en Brescia, Italia– en estar lista.
“Me costó porque no era lo mío, pero cuando terminé el guión del primer episodio creo que ya le había agarrado la mano”, cuenta Sampayo. “Pero entonces José se paralizó”. El supuestamente más conocedor del paño, que llevaba 15 años trabajando profesionalmente en el medio, terminó siendo el más lleno de dudas ante el cambio. “Lo que yo recuerdo era que estábamos los dos deambulando entre palabras y líneas que no conseguíamos dominar, y por eso no producíamos. Pero queríamos ganarnos la vida, porque comíamos salteado. Aunque es verdad que yo sentía que tenía el dibujo contaminado de gestos expresivos ajenos, de los que me quería limpiar. Por eso pasaba del pincel a la pluma, intentando recuperar lo que había perdido”, recuerda Muñoz, que justamente por esas dudas que lo aquejaban entonces confiesa que lo primero que hizo al pisar Europa fue buscar a Hugo Pratt. “Conseguí su teléfono en París, lo llamé y me fui hasta allá”, cuenta. “Porque después de haber sido tantos años ayudante de Solano López, ahora estaba trabajando directamente para el mercado inglés, y sentía que me había alejado de quien era cuando empecé a dibujar Precinto 56 para la revista Misterix en la breve época que la dirigió Pratt. Por eso lo busqué”.
Fuiste a ver al Papa...
–Y sí: buscando desesperadamente al Hugo. Me recibió, le mostré mi trabajo, y él me dijo lo que ya sospechaba: lo que hacía estaba bien, pero yo no estaba ahí. Ya no era el que él había conocido allá. Recordó que mi dibujo en Precinto 56 le recordaba al Red Barry de Will Gould, otro de sus maestros, y me aconsejó que retomase lo que había abandonado. Pero lo que hoy siento que me dijo entonces fue que nunca iba a poder ser él, así que tenía que ser yo. Por eso había dejado de aceptar encargos para dibujar historietas mientras vivía en una comuna, donde nos repartíamos entre tres personas nuestro único trabajo, de lavaplatos en una escuela lujosa de danza. En eso estaba cuando la policía cayó por la comuna, se me acababan las posibilidades de estadía legal en Londres y me empecé a cartear con Sampayo.
El fenómeno
Al repasar hoy en el tomazo que reúne todas las aventuras de Alack Sinner aquel demorado primer capítulo –“El caso Webster”–, se entienden los cabildeos e incluso las reservas de sus autores. Reservas que parecen mantenerse al día de hoy, ya que el libro no arranca ahí, como debería suceder de seguir una puntillosa cronología, sino que lo hace con un episodio en el que el protagonista recuerda su pasado, apropiado prólogo, pero escrito y dibujado cuatro o cinco meses después de aquel esforzado big bang. Es más, “Conversando con Joe” –así se llama el capítulo– tiene incluso un formato diferente (cuadritos más grandes, otra distribución de página), porque fue realizado para un efímero proyecto al estilo de los populares álbumes de bolsillo italianos de historietas.
Por entonces Alack ya empezaba a ser un fenómeno con vuelo propio, algo que no se podía anticipar con la sola prueba de “El caso Webster”, donde los parámetros del policial negro con detective privado están demasiado en su sitio –actitud recia, respuestas ingeniosas, disputas con la policía– y los dibujos aparecen como deudores todavía de sus inmediatos antecedentes. “Es verdad que el primer Alack tenía algo del protagonista de Precinto 56: es rubiecito, medio albino, la cara ancha. Pero Zero Galván tenía más los rasgos de Chuck Connors, una caripela muy importante”, concede y aclara Muñoz, al teléfono desde su hogar en Porte Ticinese, su barrio en Milán desde fines de los 80, mientras el solcito de principios de la primavera italiana entra por la ventana de la habitación que hace las veces de su estudio.
Sin embargo, a pesar de tantos titubeos iniciáticos, algo había en ese primer Alack Sinner: apenas lo vio el mítico Oreste del Buono no sólo lo compró para su influyente revista Alterlinus, sino que les encargó más capítulos. “Tardamos en venderlo, en realidad”, recuerda Muñoz. “Cuando lo compró Alterlinus respiré aliviado, porque se me estaban acabando los últimos ahorros de lo que había ganado dibujando historietas para los ingleses”. Entonces sucede la maravilla: con la soga suelta, Muñoz y Sampayo rápidamente convierten las aventuras de su detective privado en un reflejo de su mirada sobre el mundo y la realidad que los circunda. Y no sólo esto, también un vehículo para proyectar su paisaje interior.
Cuatro meses pasaron apenas entre ese encorsetado capítulo debut y la libertad de esa indudable primer obra maestra que es el tercero, titulado “Viet blues”. Pero ya en la cinematográfica secuencia del despertar cotidiano de apertura del segundo capítulo, “El caso Fillmore”, estaba resumido todo lo que sería Alack Sinner a partir de entonces: El largo adiós de Chandler en la mesa de luz al lado de un cenicero desbordado, una revista Time tirada por ahí con una improbable portada que titula “Argentine nightmare”, y la imagen de Alack aliviando su vejiga en el baño, con esa nítida línea blanca inédita que fluye desde su entrepierna. “Quince años dibujando historietas y nunca había dibujado un baño”, se retrata pensando Muñoz en su aparición estelar junto a Sampayo –y no en un cameo, sino codo a codo con su detective, al que encuentran por la guía telefónica, sorpendidos porque se llama igual que su personaje– ya en la cuarta aventura de Alack, “La vida no es una historieta, Baby”.
¿Cómo es que se atrevieron a tanto, y tan rápido, José?
–Es que con Carlos sentimos inmediatamente un viento a favor que disipó nuestros miedos. Cuando empezamos a publicar en Alterlinus, enseguida nos llegó a través de Oreste Del Buono la felicitacion de Federico Fellini, y el grupo de Wolinski en Francia se enamoró de nuestro trabajo con “Viet blues”, con el que empezamos a aparecer en Charlie Mensuel. Comprendimos que estábamos tocando algo, y la realidad cotidiana empezó a meterse en las historias a través de nuestra visión, o si querés nuestra arbitrariedad narrativa, pero la impresión era que nuestra historieta dialogaba con lo que sucedía en el mundo.
Lo que sucedía en los mundos de los autores, se colaba en los globos y los cuadritos. “No queríamos hacer evasión”, subraya Sampayo. “Yo sentia claramente que estaba haciendo literatura dibujada”, agrega, y recuerda haberse hecho amigo –mientras vivió en Italia, trabajando codo a codo con Muñoz– de Lorenzo Mattotti. Y también haber conocido a Tamburini y Liberatore. “Me sorprendió Andrea Pazienza”, comenta. “Era un joven con moto y un séquito de chicas que lo adoraban”. Cuando se le pregunta por qué tanto corazón roto en esas historietas, Sampayo no se anda con vueltas: “Si sos exiliado, te separaste y andás picafloreando, siempre tenés el corazón roto”.
Todo encontraba un lugar en los cuadritos de Alack Sinner, desde los fanatismos de Muñoz –Hugo Pratt en una guitarreada despidiendo el año en el Bar de Joe o Dick Tracy cruzándose con el protagonista por las calles de Nueva York– hasta los rostros de amigos y conocidos de la dupla. “Una de las primeras chicas de Alack tenía el rostro de una novia de José, que vivía en Brescia y fue la razón por la que nos instalamos allá”, revela Carlos. “Le había salido igualita”. También Sophie, un personaje memorable que se termino ganando un álbum propio, estaba basada en una amiga que se hicieron en la ciudad. “Se llamaba Elisa, una niña linda pero un poco mas gordita, porque Sophie era como un palito”, recuerda Sampayo. Muñoz agrega que se dedicaba a cuidar ancianos, y tenía el temperamento y el carácter firme y convencido que le dieron a Sophie. “Al principio era puro espectáculo, iba desnuda bajo el abrigo”, aclara el guionista. “Pero cobró poder con el tiempo, un poder real, no demagógico. Y los lectores la eligieron, me acuerdo que le escribían cartas a las revistas donde se publicaba la historieta”.
Los regresos
Una historia parte al medio la saga de Alack. Se llama “Encuentros y reencuentros”, tiene 96 páginas y tardaron casi un año en terminarla, entre 1981 y 1982, cuando está fechada la viñeta final. “En 1977, agobiados por lo que parecía estar transformándose en un regodeo, Muñoz y yo suspendimos Alack Sinner. Detrás quedaban diez episodios autoconclusivos”, escribe Sampayo en la contratapa de la edición española de Co&Co, publicada en 1993. “Debíamos reencontrarnos con él y para ello tuvimos que hacer que se encontrara con su mundo significativo. El resultado es un largo viaje a través de diferentes relaciones personales, de amor, de amistad, de parentesco”.
Muñoz y Sampayo abandonaron a Alack después de un capítulo en el que nunca sale de su casa –“Recordando”–, que transcurre entre evocaciones ebrias y afiebradas. Después de hacerlo taxista, evocar la guerra civil española, presenciar el fracaso de una huelga portuaria y dejarlo solo en medio de la calle con la que sería la madre de su hija abandonándolo por “su tristeza”, la figura de Alack no parecía dejarles ninguna salida. De todo laberinto se sale por arriba avisó alguna vez Borges, y por ahí escaparon Muñoz y Sampayo, creando nuevas series basadas en escenas y personajes de Alack, como El bar de Joe o las aventuras de Sophie en México, Goin’ south.
“Hay gente que escribe para no tocar la herida, y otros que escriben porque saben tocarla”, explica Muñoz. “Carlos y yo tuvimos la posibilidad de tocar elementos vivos de nuestra experiencia y trabajarlos de manera narrativa. Pero aquel viaje instrospectivo de Alack nos dejó medios julepeados, así que decidimos buscarle una vuelta sin abandonar todo lo que veníamos haciendo”. Además, dejar a Alack de lado solucionó el problema que les planteaba la revista donde venía saliendo el personaje, que les prohibió presentarlo ante una competidora. Entonces En el Bar y Sophie, y a otra cosa.
Al volver con Alack cuatro años después, tuvieron que barajar y dar de nuevo, repasando toda su vida, por lo que Encuentros y reencuentros funciona al mismo tiempo como un recapitulación y cierre de esos primeros años del personaje, y también un modelo de lo que sería desde entonces y en adelante cada reincidencia de la dupla en el mejor de sus alter egos, ya que cada una de las siguientes historias –que llegarían cada vez más espaciadas en el tiempo– siguen el planteo de ese primer regreso, con Alack encontrando nuevos personajes pero reencontrándose siempre con su pasado.
Por entonces Muñoz y Sampayo ya no compartían ciudad, sino que trabajaban a la distancia, con el primero instalado en Milan y el otro en Barcelona. Y al mismo tiempo habían ido lentamente regresando juntos a su origen en las historias que elegían dibujar: primero contando historias de inmigrantes ilegales en El bar de Joe, luego cruzando la frontera hacia el sur con Sophie, y finalmente entregándose a los recuerdos bonaerenses de Sudor Sudaca. Una vez empezado ese camino, ya no hubo vuelta atrás: en la historia con la que retoman al personaje luego de “Encuentros y reencuentros” –“Nicaragua”, fechada en 1986–, el detective privado retirado termina siendo torturado por parapoliciales argentinos. “Ya estábamos muy jugados políticamente, y lo que estaba sucediendo en Centroamérica era muy grave”, explica Sampayo, al que no se le mueve un pelo cuando se le recrimina la idea de hacer que un anciano Alack tenga que enfrentar semejante destino, ¿A quién se le había ocurrido? “Poné que a los dos, siempre a los dos”, responde con un guiño irónico Carlos, que enseguida desliza, confidente: “Pero siempre, cuando se trata de estas cosas, el mas malvado soy yo. Digamos que tengo esa pulsión”.
Para las últimas dos aventuras –“Historias privadas” y especialmente “El caso USA”– el tono es mas frío, y las tramas se multiplican y complejizan. “Descubrí que ya no tenía lugar para los personajes o frases que agregaba aligerando o comentando la trama”, confiesa Muñoz. “Porque, después del accidente, Carlos me reconoció que le había cambiado el paisaje narrativo interno, y las historias se fueron complejizando y superponiendo, alcanzando una fragmentación narrativa de la que participé, pero que también generaba cierto estupor”. El accidente de Sampayo fue una operación de corazón en la que se entreveró un virus interhopitalario que lo dejó dos meses en coma, justo cuando con Muñoz acababan de terminar una nueva serie de historias breves de Alack agrupadas bajo el título El final de un viaje. “Cuando desperté no me acordaba de nada, y escribí Memorias de un ladrón de discos para recuperar mi memoria”, revela Carlos, que desde entonces se ha dedicado a la literatura antes que a la historieta, aunque sin abandonarla totalmente. “Supongo que mi lenta persistencia como escritor de prosa desde aquel incidente debe haber terminado influyendo en mis historietas”, calcula. Y asegura que Alack Sinner es algo que ya pasó, “es el pasado, aunque esté presente”, insiste. Aunque finalmente agrega: “La verdad añoro bastante la pulsión que generó todo esto. Esa picazón”.
¿Te peleaste alguna vez con Alack?
–No, pero lo sentí demasiado exigente por momentos, especialmente en la última época. Porque tenía la sospecha de que quizás no podría responder a esa exigencia, por mi propia debilidad como persona y mi tendencia a la dispersión. Yo escribo, y si no puedo seguir, dejo. Así es como tengo mucho material, no te digo inconcluso, sino comenzado. Eso sí, son buenos comienzos. Prometedores.
El libro
Lo último que se sabe de Alack Sinner no es mucho. Se sabe que después del 11 de septiembre del 2001 dejó de leer los diarios, que se deja ver por las calles de su barrio de siempre, que lo quisieron asaltar pero con una mirada alcanzó para disuadir a los malvivientes, que las sentencias racistas de los tilingos de los barrios altos de paseo por los bajos lo hacen vomitar en la esquina, y que sigue sin sentarse a mirar la televisión. Nick Martínez asegura haberse cansado de que Alack se crea dueño de la justicia, un ya senil Demetrius sólo parece reaccionar en el asilo cuando se lo nombran, y su hija Cheryl deliza que a veces piensa que su padre está cansado, y que imagina a la muerte como un alivio. Pero no que no quiere que muera. Es su padre, después de todo.
Todo eso que se sabe del personaje de Muñoz y Sampayo no está en ninguna nueva historieta, sino en unos textos de su guionista incluidos en Alack, un delicioso catálogo publicado por la galería parisina Barbier & Mathon, acompañando una muestra de dibujos de Muñoz realizada en el 2011. Porque parece que ya no habrá nueva historieta de Alack Sinner. La última vez que sus autores se reunieron a ver qué salía, coincidiendo con su presentación en Comicópolis en 2015, no salió nada, confiesan. “No quiero ser taxativo ni catastrofista”, aclara Sampayo. “Por eso, si surgiera una buena idea, nacida de la necesidad, me gustaría hacer algo con José. Pero uno pierde la pasión que sustenta algunas cosas. Y a la vez gana en razón, y en prostatitis”, bromea.
Por su parte, Muñoz confirma que durante esa última reunión no surgió ninguna cosa que los convenciera enteramente a Carlos o a él. “Ni tampoco a Alack”, agrega, con una sonrisa. “Además, no se si viste el libro de Salamandra: es un objeto que tiene una presencia definitiva. Para qué agregar otro fragmento narrativo, ¿no? ¿Qué le hacemos ahora hacer a éste? Está tan bien con su nietito al final, una imagen tan tierna, que a veces parece sumergir todo en el ridículo, pero es un ridículo que nos salva, ¿viste?”.
Cada uno por su lado, mientras tanto, los autores de Alack Sinner aún tienen su proyectos. Sampayo, por ejemplo, acaba de editar La dictadura ilustrada y otros cuentos (Mil Botellas). “Mi primer libro de cuentos”, se enorgullece. “El primero lo escribí en 2006 y el último en 2013”. También tiene un proyecto pendiente de unos textos ilustrados con dibujos de Fernando Oliva, bautizado Nacimiento, que disfruta anticipando en su muro de Facebook. José también está a punto de recorrer ese camino, con un libro argentinísimo que saldrá en Francia, en octubre. En castellano el título es Barrio adentro, pero en francés se llamará Faubourg sentimental, por un verso del tango de Cadícamo, “Anclado en París”. “Es una introspección mía como dibujante y de Alejandro García Schnetzer como escritor”, cuenta Muñoz. “Es un barrio real, pero inventado. Donde a Alejandro le hubiese gustado vivir, donde yo creo que viví. Son 130 dibujos, realizados durante los últimos 3 años”.
Mientras desde su hogar en Milán se preocupa por coordinar las reediciones de Alack Sinner en Italia –cuatro tomos mensuales, que se venden en los quioscos–, en España y en Estados Unidos, donde está por salir el primer tomo, Muñoz confiesa que cuando la gente de Salamandra inicialmente le propuso sacar toda la saga en un solo volumen, no estuvo muy de acuerdo. Le pareció demasiado. “Pero ahora lo veo todo junto y me parece que es la idea justa, vamos a ver si en otras lenguas nos aceptan la misma propuesta”, se entusiasma. “Porque lo veo y me parece que Alack se ha juntado consigo mismo. Es más, agarro el tomazo y lo agito mentalmente como una maraca, y empiezo a sentir como todas las historias que están dentro encajan finalmente, los personajes se van mezclando, y espero que se saluden todos”.
Le pregunté lo mismo a Carlos, y ahora te lo pregunto a vos: ¿alguna vez te sentiste peleado con Alack?
–Para nada, mi relación con él siempre ha sido entrañable. A veces simplemente no tenía nada que decir, y otras veces él no tenía nada para decirnos a nosotros. Pero si mirás atentamente el dibujo de tapa de la edición de Salamandra, vas a ver el cariño que le tengo. Y también el cariño perplejo y tierno que tiene Alack hacia nosotros.