Fueron cinco los grandes directores de Hollywood que se fueron a la guerra y fueron cinco los que regresaron, no sólo para contarlo sino, fundamentalmente, para legar a la historia un registro audiovisual de la participación de los Estados Unidos de América en la mayor contienda bélica que haya conocido el mundo. Esa es la historia del libro Five Came Back: A Story of Hollywood and the Second World War, escrito por el periodista Mark Harris y publicado hace tres años en idioma inglés. Con dirección de Laurent Bouzereau (todo un especialista en el arte de producir documentales extra para ediciones en dvd) y guión del propio Harris, la serie documental homónima producida por Netflix acaba de estrenarse en las pantallas de todo el mundo. Tres intensas horas que terminan dando forma a una cápsula temporal: un viaje a una era en la cual la entrega patriótica era un ideal universal, los villanos del mundo resultaban tan obvios como diabólicos y la participación de los EE.UU. en acciones bélicas alrededor del mundo no estaba mal vista. Más bien todo lo contrario. Un período de la historia en el cual un puñado de los cineastas más encumbrados y poderosos de la industria cinematográfica de Los Ángeles eran capaces de abandonar familia, trabajo y comodidades para formar parte del esfuerzo por derrotar a los nazis, “japs” y fascistas que avanzaban en su camino de destrucción en Europa, Asia y África. Cada uno a su manera, en circunstancias y momentos diversos durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, John Ford, Frank Capra, William Wyler, John Huston y George Stevens dejaron de lado la parafernalia de luces, sets y pantallas de proyección trasera para embarcarse o volar hacia otras latitudes y longitudes, rodando en el campo de batalla o bien representando combates en el lugar de los hechos, días después del enfrentamiento real; editando miles y miles de metros de material preexistente para transformarlo en un nuevo ente narrativo; relatando una crónica del origen de la contienda y de algunas de sus consecuencias en los soldados que regresaban del frente. Haciendo, en definitiva, lo que toda nación hace en tiempos de guerra: propaganda.

Luego del ataque a la isla hawaiana de Pearl Harbor que signó el ingreso estadounidense en la guerra luego de años de un semblante marcadamente aislacionista, una vez enlistados con grados militares que iban desde el de teniente coronel hasta el de comandante, los cinco realizadores pusieron manos a la obra y comandaron la realización de un par de decenas de cortos, medios y largometrajes producidos por el brazo cinematográfico del Departamento de Guerra y el Ejército de los Estados Unidos. Varios de ellos serían inmediatamente exhibidos en los cines de todo el país. Otros, en cambio, deberían esperar algunos meses e incluso años antes de ver la luz, a la espera de las circunstancias adecuadas. En algún caso extremo, serían guardados bajo llave durante décadas. Una de esas películas, incluso, sería producida exclusivamente como evidencia para ser presentada en los famosos Juicios de Nuremberg. El viaje de Five Came Back, serie documental en tres capítulos, comienza con imágenes de archivo y la aparición en cámara de cinco importantes realizadores contemporáneos. Cada uno de ellos adopta el rol de guía y ángel guardián de uno de los directores homenajeados: Steven Spielberg se ocupa de William Wyler, Guillermo del Toro de Frank Capra, Paul Greengrass de John Ford, Francis Ford Coppola de John Huston y Lawrence Kasdan de George Stevens. A ellos se les suma, en estricta voz en off que hace las veces de puente entre segmentos, Meryl Streep. Se trata de una excelente elección narrativa, ya que además de relatar sucesos y anécdotas, de señalar éxitos y fracasos de la empresa fílmica en su conjunto, cada uno de ellos dedica varios minutos a describir tanto la ética de trabajo de los cineastas como la estética de sus obras. El primer episodio repasa algunos de los aportes creativos de “los cinco” antes de la guerra. Detalle nada menor: más allá de tratarse de películas de propaganda bélica diseñadas para levantar la moral de los soldados, sus familias y el público en general o de hacer “conocer al enemigo” a partir de una descripción de sus características negativas, de ser producciones muy vigiladas y fiscalizadas por el Estado y de resultar, en ese sentido, vehículos más que fines creativos en sí mismos, cada una de estas películas lleva la marca de su creador. Un estilo particular, una idiosincrasia, una forma de ver el mundo y al ser humano. Y a la guerra.

Por qué luchamos

En aquellos tiempos la televisión estaba en estado fetal y las ubicuas cámaras de registro actuales eran parte de la ciencia ficción. El cine era el único medio capaz de registrar y transmitir imágenes desde los diferentes teatros de operaciones. Con lógica y sentido cronológico, de todas las películas producidas y/o dirigidas por el selecto grupo la primera en ser revisada es The Battle of Midway, el cortometraje de John Ford que le costó a su realizador varias heridas como consecuencia de un intenso fuego cruzado. El director de Fuimos los sacrificados, Más corazón que odio y La diligencia –quien nunca volvería a ser el mismo después de la guerra, según la confesión de su amigo John Wayne–, junto a un equipo de camarógrafos militares, viajó a la remota isla de Midway y pudo registrar el ataque de cazas nipones a las instalaciones, además de algunas escaramuzas tierra-aire desde la plataforma de un portaaviones. La urgencia de las imágenes es palpable y la felicidad en los rostros de los aviadores rescatados luego de días flotando a la deriva es tan real como emotiva. El contraste de esta película con San Pietro, que el actor y director John Huston (El halcón maltés, El tesoro de Sierra Madre) filmó en un pequeño pueblo italiano, no podría ser más interesante. Habiendo llegado con su equipo unos días más tarde de lo previsto, Huston tuvo que recrear en el lugar tiroteos, explosiones, impactos de mortero, avances y retrocesos del ejército. Si bien sobre el final una placa confiesa que “ciertas imágenes” fueron simuladas, lo cierto es que más de la mitad del film recupera el estilo de muchos de los noticiosos cinematográficos más primitivos, esas “actualidades” centradas en batallas, ejecuciones y hechos públicos de envergadura que las productoras recreaban artificialmente sin comunicarle al espectador las condiciones de producción. Spielberg confiesa que, por un lado, sintió una gran decepción al enterarse de la falsedad de las imágenes, aunque inmediatamente destaca la ferocidad de los movimientos de cámara –que parece sacudirse con las explosiones y esconderse del fuego enemigo– o la eficiencia de Huston para dirigir a los soldados y que estos simulen mirar a la cámara para potenciar el efecto de realismo. Nada más lógico –en particular el efecto realista de las batallas–, teniendo en cuenta que el director llevaría a cabo una operación similar en la famosa secuencia del desembarco en Normandía de Rescatando al soldado Ryan. Los cadáveres que pueden verse en San Pietro, por otro lado, son bien reales. Como también lo son las sonrisas de los niños durante los últimos minutos de metraje, los alemanes ya expulsados del pueblo y las ruinas del poblado como testigos del punto más bajo, del cual sólo se puede salir yendo hacia arriba. La esperanza del año cero.

Tanto San Pietro como The Battle of Midway pueden verse de manera completa en Netflix, junto con otras diez películas producidas o dirigidas por el quinteto de realizadores. Entre ellas, se destacan dos de las siete producciones de la serie Why We Fight, el ingente esfuerzo de Frank Capra en esos años de guerra: Prelude to War documenta la escalada de acontecimientos que terminaron embarcando a los EE.UU. en el mayor esfuerzo militar de toda su historia; The Battle of Russia, en tanto, es un largometraje en dos partes que alaba, con toda clase de adjetivos, el espíritu guerrero del pueblo ruso ante los intentos de conquista de su territorio a lo largo de los siglos. Que apenas algunos años más tarde, durante el inicio de la Guerra Fría, los soviéticos mutaran de héroes a villanos sin escalas está relacionado con las cambiantes posiciones de las piezas en el tablero de posguerra, ayudada desde luego por los mismos mecanismos propagandísticos: esos rusos comunistas dejarían súbitamente de encarnar la resistencia y el honor y volverían a comerse a los niños crudos. El director de Sucedió aquella noche y Caballero sin espada fue el único del grupo de directores que no fue testigo directo de las batallas, concentrando todo su esfuerzo en la sala de edición, apuntando los cañones audiovisuales con las mismas herramientas del enemigo. Sus films son precisas máquinas propagandísticas que utilizan material noticioso de archivo, animaciones y gráficos, imágenes del conflicto y fragmentos de películas de ficción norteamericanas y extranjeras, alterando su sentido a partir del montaje, la voz en off y el uso de la música. Know Your Enemy: Japan es un ejemplar perfecto: el largometraje estuvo en preparación durante un par de años y pudo verse en algunos cines unas semanas antes del fin de la guerra, siendo retirado de circulación luego de las explosiones nucleares de Hiroshima y Nagasaki. El retrato del pueblo japonés en su conjunto es extremo y, por momentos, absurdo: una sociedad enferma de los pies a la cabeza, desde el Emperador hasta el último campesino de la isla más remota. Disfrazadas de verdades históricas y conclusiones sociológicas, la película expresa de manera flagrante una serie de falacias, medias verdades y los prejuicios xenófobos más enraizados. “Cada soldado es la copia exacta tomada de un mismo negativo”, afirma enfáticamente el locutor; luego de una serie de argumentaciones sofísticas, se termina concluyendo que el bushido, el antiquísimo código del samurai, es esencialmente “el arte de la traición”. No es casual que esta producción de enorme efectividad propagandística generara tantos resquemores en el Departamento de Guerra: una vez derrotados, los norteamericanos deberían convivir con los japoneses durante muchos años, y lo que menos deseaban era continuar fomentando esos mismos prejuicios.

Las cicatrices de la guerra

William Wyler (Ben-Hur, Lo mejor de nuestra vida) realizaría la más exitosa y popular de todas esas películas: The Memphis Belle acompaña a los integrantes de un bombardero en su última y peligrosa misión sobre territorio alemán, una narración patriótica llena de suspenso, acción y emoción diseñada para celebrar a la aviación norteamericana. Wyler terminaría con una sordera casi total luego de acompañar en varias misiones a los miembros del escuadrón. John Ford, en tanto, participó del Día D registrando el desembarco en Normandía. Afirma Harris en su libro que, luego de asistir a esa carnicería, el director se internó durante tres días a consumir alcohol en cantidades industriales. Nadie volvería a ser el mismo después de la guerra. George Stevens (El desconocido, Gigante), por caso, tuvo la oportunidad de avanzar en territorio alemán mientras eran liberados los campos de concentración que, en muchos casos, no eran más que eufemismos para verdaderas fábricas de exterminio. Lo que tanto él como sus cámaras vieron en Dachau quedaría registrado en su memoria y en el celuloide para la posteridad. Nazi Concentration Camps, que comienza y termina con una declaración jurada firmada de puño y letra, es un documento de una hora de duración conformado por las más horrendas imágenes de la destrucción del hombre por el hombre: ex prisioneros desnudos cuyos cuerpos esqueléticos son acompañados por las más extraviadas de las miradas, pilas de cadáveres trasladados a improvisadas tumbas por maquinaria pesada, habitantes de los pueblos cercanos obligados por las fuerzas vencedoras a ser testigos directos del espanto. Otra clase de horrores esperaba a los soldados norteamericanos al volver a su país: la recuperación después de una mutilación física, la incomprensión de familiares y amigos, los problemas psicológicos derivados del estrés intenso de la guerra. Let There Be Light es un esperanzado pero duro registro del paso de un grupo de veteranos por una institución mental, donde intentan superar las secuelas psicológicas de aquello que acaban de dejar atrás. Dirigida por John Huston con gran empatía y sensibilidad, la película fue considerada demasiado pesimista para los tiempos de paz que se avecinaban y no pudo verse durante casi cuatro décadas: su estreno formal fue en el Festival de Cannes de 1981. Algunas de las heridas habían comenzado a cicatrizar.