Paradoja por donde se la mire, el trabajoso proyecto de impuesto extraordinario a las grandes fortunas, eufemísticamente llamado "aporte solidario" y que implica una contribución obligatoria por única vez de los patrimonios superiores a los 200 millones de pesos, será tratado este martes en el Congreso Nacional y ya se sabe –porque así lo anunciaron– que los diputados del Frente de Izquierda, Romina del Pla y Nicolás del Caño, se abstendrán a la hora de la votación. Y así coincidirán de hecho, cualesquiera sean las fintas retóricas que pretendan justificar este disparate, con la vergonzosa genuflexión del radicalismo residual que integra la coalición neofascista opositora a todo.
Ambos partidos se alinearán así, de hecho y digan lo que digan, en vergonzosa solidaridad con los multimillonarios evasores y fugadores de divisas, casi todos componentes de una de las oligarquías latifundistas y explotadoras históricamente más insolidarias de América Latina. Dicho sea así, con todas las letras, en la ilusión –casi seguramente vana– de que algún diputado o diputada troskista o radical, a la hora de votar sienta una fuerte "turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de una acción deshonrosa y humillante". Tal la definición del vocablo "vergüenza" según la Academia de la Lengua.
Mientras tanto, vale la pena recordar que la memoria de los pueblos no es finita, como algunos y algunas creen. La memoria siempre está, como la luna y el sol y aunque no los veamos, y por eso esta columna no quiere dejar de vincular tan infamantes decisiones de legisladores electos por el pueblo, con el 50º aniversario de la creación de las Ligas Agrarias Chaqueñas –el sábado 14 de noviembre– que en esta tierra se recuerda en paralelo al juicio que se inició esta semana en la sede del Tribunal Oral Federal de Resistencia, tras haber sido elevado por la jueza federal Zunilda Niremperger, superando todos los inconvenientes que el paso del tiempo conlleva.
En la primera tanda de testimoniales, el abogado Mario Piccoli, querellante y víctima, explicó la militancia pacífica de su hermano Carlos Servando Picolli, dirigente de las Ligas Agrarias asesinado la noche del 21 al 22 de abril de 1979 por fuerzas militares y policiales. Otro testimonio fue el de Ester Escobar, viuda de Raúl Estigarribia, víctima también de operativos del terrorismo de Estado, y también declaró Raúl “Quique” Lovey, dirigente histórico y sobreviviente que explicó la importancia del movimiento agrario que se incorporaba a las luchas populares que ya se protagonizaban en sindicatos y universidades.
En aquellos años, entre los logros más importantes de las Ligas Agrarias se anotaron mejores precios para el algodón y el girasol, así como un notable crecimiento de las cooperativas, tanto en cantidad como en número de socios. Lo que permitió la acaso primera visibilización de un sector históricamente postergado: la presencia protagónica de la mujer campesina fue fundamental.
Otro aspecto importante de esos logros, en palabras de Mario Piccoli, "provino de la presencia y acompañamiento de la Iglesia Católica, que hoy, lamentablemente, en gran medida ha abandonado ese camino". Como fuere, las Ligas Agrarias Chaqueñas "constituyen una reserva moral cuyos valores y convicciones deben marcar nuestro presente y futuro, puesto que en la actualidad se observan muchos de los problemas que existían en la década del 70. Se requiere repensar y diseñar políticas de Estado que impulsen decididamente la agricultura familiar y la economía popular con sistemas de producción que estén acompañados de valor agregado. O sea una estrategia agroindustrial exportadora que produzca alimentos orgánicos sanos para nuestra población y la obtención de divisas para nuestro país".
Por aquella época Mario era un adolescente –el menor de seis hermanos, tenía sólo 14 años cuando asesinaron a Carlos Servando– y recuerda que con frecuencia "llegaban la policía o integrantes del ejército a nuestra casa en el campo”, ubicado en Pampa Alegría, distante 15 kilómetros de Sáenz Peña. “Revisaban toda la casa a cualquier hora del día o la noche, lo que nos llevó a quemar fotos y elementos de Carlos. Nunca encontraban nada, pero teníamos siempre miedo de que nos pusieran algo. Se sabía que en casa de otros productores vinculados a las ligas agrarias habían colocado granadas o armas de fuego en bolsas de sorgo para después descubrirlas ellos mismos”. Otras veces llegaban helicópteros que "aterrizaban en el patio de la casa y descendían militares con armas largas. Era todo particularmente aterrador y nos daba pánico”. A raíz de tanto acoso y presión, amigos y parientes se alejaron porque tenían miedo, y su padre, Luis Piccoli, sumido en profunda depresión, se suicidó en marzo de 1977.
Hoy y en democracia, postula Mario, "se requiere una reforma agraria que amerite el regreso de los productores a la producción para darle un contenido verdaderamente federal a nuestro país. Se debe encarar una nueva distribución de la tierra donde el único que puede reclamar algún grado de pertenencia es aquel que la trabaja. La tierra es lo dado, no se incrementará, por lo cual requiere una planificación responsable y racional de su uso en términos ecológicos".
Hasta aquí los dichos, los hechos y la memoria, que cada lector y lectora cotejará con las vergonzosas decisiones de dos partidos políticos de la democracia argentina que en estos días coinciden asombrosamente en contradecir sus propias tradiciones.