La comida mejora la vida y, parece, también salva a la television argentina. En un 2020 cruzado por una pandemia que no da tregua y obliga a la vida hogareña como nunca antes en el siglo XXI, los programas de cocina se constituyeron en la compañía elegida por los argentinos para pasar este año sin referencia temporal posible. Desde el actual Masterchef Celebrity que rompe todos los índices de audiencia, pasando por el eficaz El gran premio de la cocina, hasta el recordado Bake off que a esta altura de este particular año parece haberse emitido en otro siglo, los concursos gastronómicos destronaron a la ficción -en suspenso, obligada por las circunstancias- como el género más demandado de la pantalla chica local. Por carencia o posibilidad, la comida televisada en lógica competitiva resultó un cóctel atractivo para una sociedad que hizo de la vida en casa la cocina de su propio restaurante.
A la par del aumento en la ventas de las harinas, el auge de la “masa madre” y de los planos pornográficos de la comida casera inundando las redes sociales, los ciclos gastronómicos se volvieron una suerte de tutorial al que se les prestó más atención que nunca. Fueron -son- entretenimiento y aprendizaje. La falta de posibilidades de ir a comer afuera que impuso el ASPO, el cierre de servicios a través de los cuales muchos se alimentaban, la escasez de dinero ante ingresos reducidos o suspendidos, o la imposibilidad de contar con empleadas domésticas (tache la que no corresponda), aumentó la demanda sobre todo lo que tenga que ver con la comida. En cualquier variante y formato, cocinar aglutina audiencia en la TV abierta local. Y no engorda.
No es casualidad que todos los canales de TV abierta cuenten en sus programaciones con ciclos gastronómicos, sumando al magazine alrededor de la cocina que es ¡Qué mañana! en El Nueve, al rendidor y amable Cocineros argentinos en la TV Pública, al moderno Modo Food en América TV, al made by Mariano Peluffo de Como todo en Net TV, o al renovado Carna a la parrilla en El Nueve. Todos ellos se suman a La peña de Morfi (Telefe), ese ciclo omnibus culinario-musical que desde hace años acompaña durante las mañanas y mediodías de los domingos con exquisitos encuentros musicales en vivo, hasta que la pandemia los permitió. Incluso, programas que no lo son incorporaron la cocina como segmento, como es el caso del recién estrenado Flor de equipo (Telefe) o el de Quedate en casa (El Nueve). Si hay pandemia, que no falte el morfi.
El caso más visible del fenómeno es el de Masterchef Celebrity (lunes a jueves a las 22.30, domingos a las 22). El ciclo que Box Fish produce para Telefe no para de sumar audiencia. Desde su estreno, que se convirtió en el debut de mayor audiencia del año en la TV argentina, hasta su anteúltima gala de eliminación, que promedió 21,6 puntos de rating, el concurso de cocina se convirtió en el programa más popular de la pantalla chica local. Una audiencia que, por su curva ascendente, no parece haber alcanzado su techo y de la que muchos se valen para demostrar que la tele de aire no murió, que en todo caso lo que le faltan son contenidos atractivos. Una verdad a medias, teniendo en cuenta que las nuevas costumbres tienden a buscar ficciones en Internet (plataformas, OTT, servicios de streaming gratuitos o por suscripción), y entretenimiento y noticias en TV. Un éxito no hace costumbre.
Son variadas las razones artísticas por las cuales Masterchef Celebrity no solo concentra audiencia sino que además trajo nueva a la pantalla chica. El formato internacional, probado en otros países, encuentra eco en las audiencias, a las que atrae por motivos distintos aunque no excluyentes: la competencia entre los participantes, los desafíos culinarios de cada envío, aprender algún tip que conceden los jurados para implementar en sus hogares, y hasta el morbo de quienes esperan la caída al suelo de la tortilla o el sufrimiento de los famosos ante un plato imposible. Cada cual elige su razón para sintonizar el ciclo conducido por un innecesariamente eléctrico Santiago Del Moro, reducido al lugar de presentador de publicidades y contador del tiempo restante para finalizar las pruebas. De hecho, la exitosa versión española del formato directamente prescindió de su presentadora a partir de la cuarta edición.
En Masterchef Celebrity los protagonistas son el jurado y los participantes. El casting ATP (Apto para Todo Público) de “famosos” sirve para recrear aquella vieja imagen de la familia sentada frente al televisor: los hay de todo tipo y profesión, edad y ámbito cultural. Hay desde un exfutbolista hasta una influencer, pasando por un reconocido actor, actrices mediáticas, cantantes populares de distintos arraigos musicales, humoristas y hasta la exesposa del futbolista más importante del mundo. Esa Torre de Babel alrededor de la cocina se mixtura con un jurado en el que cada uno sabe hacer su juego: Germán Martitegui la juega de malo, Damián Betular de serio y Donato de Santis del tano entrador.
En este aspecto, el concurso gastronómico sabe recurrir con justeza a la edición, recurso fundamental para entender por qué sus cinco envíos semanales no cansan a los espectadores. Hay en el montaje de todo lo que pasa en cada jornada de grabación la clave del éxito en las sombras del ciclo. En primer lugar, como herramienta mediante la cual se le da al programa un tono que no por generar tensión en la preparación de los platos, las devoluciones y en la instancia de repartos de delantales blancos, grises y negros pierde la brújula. Masterchef Celebrity huye de la lógica del quilombo, el griterío y las internas. Lo suyo es entretener sin pisar la banquina, aún a riesgo de posarse de lo políticamente correcto (el “piiip” silencia palabras que ni siquiera llegan a ser “malas” y que se escuchan en la tele todo el día). Incluso, hasta las más crueles devoluciones del jurado, principalmente de Germán Martitegui (reemplazado en persona y personaje por Dolli Irigoyen), suelen estar recubiertas por un tono jocoso que le reduce seriedad a la cuestión.
La otra magia de la edición es “poner en caja” la incontinencia verbal y ególatra que puede llegar a afectar a los famosos/mediáticos que participan. El riesgo de que el programa se desbandara en el deseo de figurar de algunos de los participantes fue -hasta ahora- bien equilibrado en el corte final que sale al aire. No es que no haya sobreactuaciones (Belu Lucius, Analía Franchín, Vicky Xipolitakis y siguen las firmas), pero el ciclo nunca llega a ser acaparados por esos tediosos unipersonales en los que suelen caer otros formatos que se emiten en vivo, como el Cantando o el Bailando. Ante el exceso, la edición. A veces, incluso, exagerada, al punto de que en el programa hubo varios casos positivos de Covid-19 (Polaco, Vicky Xipolitakis) y nada se dijo al aire. De eso no se habla.
En pleno siglo XXI, reversionando aquellos antiguos programas de cocina de otros tiempos, convirtiéndolos en formatos que trascienden a la realización de una mera receta, el boom culinario en la pantalla chica local es el hecho artístico de 2020. Camuflados en concursos o en magazines, los ciclos de cocina son hoy la vedette de la TV argentina. Un viejo género que encontró en la crisis la receta para volver a sentar a la toda la familia frente al televisor.