Empezaba el siglo y Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota emprendían la retirada. Al borde de lo disparatado estaría asociar tal mera acción -la de retirarse- con lo que las murgas uruguayas hacen al momento de abandonar el tablado, en carnaval. Momo Sampler, el disco de la despedida del grupo, es de rock y aledaños. Muy y tan del rock y aledaños como para pensar que ese momo del título tiene el sonido del rey-dios del carnaval. Pero como el matiz, la entrelínea sutil, o el motivo sugerente han sido la constante conceptual y estética que la banda del Indio Solari y Skay Beilinson sostuvo durante nueve discos en estudio y veinticinco años, entonces no hay por qué impedirle el paso a la murga. En efecto, el disco de los escapularios de plomo, estaño y antimonio fundidos e incrustados en doscientas cincuenta mil tapas, y del texto de Apuleyo, tenía títulos que así lo sugerían. O al menos intentaban empujar: “Templo de Momo”, “La murga de los renegados”, “Murga de la virgencita”, “Murga purga”... Carnaval de títulos explícitos, al cabo, que no haría más que sopesar ese otro sonido.
Otro, sí. Hágase un ejercicio de memoria, pues. ¿Acaso “Templo de Momo”, más allá de la incitación al fumón de La Plata para que salga de su letargo y vaya a desfilar, no está más sostenido en la viola riffera de Skay, que en quintos y repiques? ¿No es “La murga de los renegados” una socarrona jugarreta de espesuras y capas sonoras más que un poseso ritual montevideano? Otra: ¿“La murga de la virgencita”, la hermosa pieza que incorpora al ruso Dimitri Rodnoy en chelo, tiene algo que ver con la impronta de carnaval, más allá de esa evocación al buen dios que toca el tambor?
Remarca, profundiza este universo de paradojas e ironías ricoteras que uno de los temas principales del disco se llame “Pool, avena y papusa” –el del flaco Merlín y el negro Burgundy- y que su sonido sea un blues a lo Cream, más que una marcha camión a lo Jaime Roos. O que otro al nivel –“Una piba con remera de Greenpeace”- se parezca más a una sombra de los primeros Redondos que a las atrevidas incursiones de Opa, La Banda o Raíces por la música del Río de la Plata. Apenas vuelve el péndulo estético hacia Momo la cruda y travestida “Murga purga”. Aunque un poco en clave de batucada y a tempo más veloz, aquí sí Patricio Rey resuena murguero en un intento -además de los tambores loopeados que vienen y van, claro- más explícito por legitimar el talante del título.
Fue, es y será también recordado Momo Sampler – de cuyo lanzamiento oficial se cumplen hoy veinte años- como el disco en que Patricio Rey terminó de destrabar esa fase más electrónica, maquinal y mediatizada que ya venía mostrando los dientes desde el agradable par Luzbelito - Ultimo bondi a Finisterre, y que el Indio Solari desarrollaría con tacto de sobra en su etapa solista. Harían lo suyo en las consolas Mario Breuer, Eduardo Herrera, y el baterista devenido samplero y socio musical del Indio en Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, Hernán Aramberri. También, aunque bastante menos, los marginados “cuasi sesionistas” Semilla Bucciarelli, Walter Sidotti y Sergio Dawi, que han evitado poco dar a conocer tal frustración. Pero la suerte ya estaba echada… En un osado intento de fundir un raro y oscuro dios del carnaval con sonidos pertrechados de modernidad, fue el bravo tándem Solari-Beillinson el que dio cuenta casi en soledad, como siempre, del país que vivía y del que viviría en breve. Directa marcha en este sentido “La murga de los renegados”: “No da más / la murga de los renegados / No da más / la murga sin la bendición / Entre soportes, modorras ciegas / y oscuridad de bodega sin luz / va esa murga desencantada /que lleva siglos así”.
La Orquesta Antibalas -como se autobautiza la banda en “Dr Saturno”, anticipándose tal vez a las furibundas represiones callejeras de fines de 2001- destellaba entonces un collage de sentimientos densos y angustiantes. Un collar hecho de paranoias, alienaciones, cultura rock -siempre-, pulsiones de muerte, tragedias, muecas, y máscaras en tensión que, en efecto, parece estar presagiando también la debacle social y económica de la era. Ese combo, sumado a un Solari que explicitaba cada vez que abría la boca su amor por el carnaval de los barrios montevideanos, por Araca la Cana o Falta y Resto, a la vez que recordaba su participación en la murga El Vaso Roto y reconocía la incapacidad axial de la banda para tocar algo que se pareciera a eso. “A nosotros no se nos ocurre pretender hacer murgas ni el ritmos de ellos”, dijo en febrero de 2001 en la revista La García. “El rock es un evento transcultural. Hubiera sido ridículo que uno quisiera hacer murga (…) este es un carnaval al uso Patricio Rey (…) la idea está en jugar con el concepto del carnaval, con la jerga del carnaval”.
Por eso las texturas maquinales, los climas procesados, las capas. Por eso, aquello del rock and roll y aledaños, en clave de encrucijada estética. De cruces enrevesados. Por eso lo de la fiesta pagana, las canciones grotescas y la idea del disfraz como metáfora de otra constante en el trayecto redondo: el de la farsa (siempre actual), lo careta y la hipocresía expresadas en formas laterales, sacrificiales, simbólicas, aciagas. ¿Acaso no se desprende del álbum una mueca triste, casi trágica, de carnaval? Las multitudinarias presentaciones del último disco de Patricio Rey en el Estadio Centenario de Montevideo -hablando de momos y murgas- no hicieron más que refrendar tal sino. Aquellos temas nombrados al principio más el resto (de la flojita “Morta punto com” hasta la críptica y alienada “Pensando como una acelga”, pasando por ese alegato de resonancias célticas llamado “Rato Molhado”, o la asfixiante y distorsionada “Sheriff”) fueron la alfombra sonora que, además, le tendieron a los Redondos sus últimos momentos de música en vivo en este mundo (agosto 2001, Chateau Carreras, Córdoba) cuando la Argentina estaba por estallar en mil pedazos.
No sigan pidiendo que se vuelvan a juntar, es en vano. Aquel no solo fue el eclipse ideal colocado por la mano invisible del tiempo, sino también el único posible. Habían calado hondo en el ánimo de la banda esos River de 140 mil ricoteros (abril de 2000) que terminaron en desmanes, incidentes y hasta un tipo amenazando gente con un cuchillo, que obligó a los organizadores a terminar el show con las luces del club millonario encendidas. Algún signo de despedida conllevaban las vísceras de Momo Sampler para quien quisiera oír. “Pool, averna y papusa” sugiere algo en su primera frase (“Su llave arrojó / se fue, sin más”). O, si se quiere, una más críptica aún pero que habla más por ser la última del disco y de la historia. La que encierra los misterios del ratón mojado: “Una sombra chinesca / que encandila a su muerta / y se va...”