Hubo una vez, hace mucho, que Mauricio Macri hizo como que trabajaba. Su padre lo inició en los secretos del negocio inmobiliario, o al menos trató, y como cuenta alegremente el ahora presidente, eso lo llevó a Nueva York y una especie de amistad nocturna con Donald Trump, ahora también presidente. Al Macri joven no le fue bien en eso de ser empresario, como masculló públicamente su padre, y luego se dedicó a ser presidente de Boca y político, donde le fue mejor. Le quedaron de Nueva York experiencias inéditas para él como la de tomar un taxi y una gran admiración por las superficies de la ciudad norteamericana, la copia a lo que se ve sin pensar en lo que hay detrás.
Lo que explica cosas como los nuevos carteles colgados en las esquinas de las avenidas principales de esta sufrida ciudad, igualitos a los de Nueva York, que mencionan la calle que uno está cruzando. Este recurso fue usado en la Gran Manzana y luego copiado en algunas otras ciudades de Estados Unidos como parte de un programa del que los macristas no se enteraron. Resulta que los neoyorquinos se estaban hartando de la cantidad de tonterías que ensuciaban visualmente sus calles, pobladas de carteles, semáforos, señalética, tachos de basura y propaganda. La idea fue juntar lo más posible en un solo lugar creando un poste principal del que colgara el semáforo, el cartel de la calle, el de la calle que se cruza, el tacho de basura y la señalética de estacionamiento. La Quinta Avenida es un buen ejemplo de este recurso, que despejó bastante las aceras. Aquí se copió el cartelito y nada más, pero al menos lo colgaron de una farola con lo que no sacaron nada pero no agregaron más cachivaches.
Pero la idea se está agravando visiblemente en la avenida Entre Ríos, que por razones incomprensibles vive un programa de renovación urbana que une lo inútil a lo cuerdo, en partes muy porteñas. En esa avenida se están restaurando edificios privados, como el muy lindo y muy arruinado de la esquina de San Juan, y se instalaron los carteles de las transversales pero luminosos, cosa que todos noten cuánta gestión. También se están repavimentando las veredas, cosa ya repetitiva en algunos tramos. Y hasta se están instalando farolas a la francesa, sin mucho plan –algunas cuadras tienen tres, otras dos– pero al menos como un gesto de elegancia. Nadie aprovechó la oportunidad de la repavimentación para convencer a las compañías de cable de que entierren sus cableríos, con lo que sigue la mugre de postes oxidados y telarañas polvorientas.
Para ser justos y evitar acusaciones de permanente arbitrariedad, corresponde contar aquí la saga de la gran novedad urbana de Nueva York, la inauguración de la pequeña línea de subte en la segunda avenida de Manhattan. La obra es apenas una extensión de la línea Q, que une Brooklyn con la isla y sube por Broadway, y no lleva a las treinta cuadras de línea nueva, con apenas tres estaciones. El récord es que este proyecto fue dibujado en 1920 por el ingeniero Daniel Turner para llegar a Harlem, con lo que la primera etapa se inauguró con 97 años de atraso. El segundo récord es que empezaron a cavar en 2007 y lo terminaron diez años después. El detalle que más le gustaría a Macri, a su sucesor en la Ciudad y a funcionarios como Daniel Chain o Héctor Lostri, es que Nueva York se las arregló para que los tres kilómetros de subte costaran 4500 millones de dólares, o un millón y medio el metro.
La arquitectura de las tres nuevas estaciones es tan mediocre y anodina como la de nuestra Línea H, con la misma idea de hacerlas muy altas porque el túnel es profundo y con la misma pobreza de ideas. La diferencia es que las norteamericanas tienen wifi y aire acondicionado. Y la gran diferencia es el arte que se comisionó para decorarlas. Las estaciones de subte macristas tienen temáticas y mosaicos que reproducen obras de artistas comprobados. Pero las obras originales, especialmente comisionadas, son francamente olvidables. En las tres estaciones de Manhattan se le pidió a Chuck Close una serie de murales en mosaico gigantescos. El artista produjo retratos de neoyorquinos notables como Lou Reed, Cindy Sherman, Philip Glass y él mismo (falto de modestia, Close siempre se autorretrata). En otra estación hay otra serie notable de mosaicos de Vik Muniz retratando neoyorquinos anónimos en tamaño natural. Más modesto, Muniz se retrató en medio de la multitud.
Estas impresionantes obras son originales y no reproducciones, y costaron una fracción muy pequeña del presupuesto final: una décima del uno por ciento del costo de la obra. Cumplen una función que nadie pareció entender por aquí, donde el arte se usa como mera decoración para zafar arquitecturas muy flojas. En la Línea Q, las estaciones parecen estar para alojar estos murales de primera línea, lo que en buena medida lava lo anodino del edificio que las aloja.
BA Elige
Los comuneros del FpV de la Comuna 3, Balvanera y San Cristóbal, tomaron los cuestionamientos al programa BA Elige y los llevaron un pasito más adelante. En la edición de m2 del sábado pasado se contaba que el programa es una convocatoria a que los vecinos pidan obras por mail, una suerte de compulsa, para crear un programa de 500 millones de pesos a incluir en el presupuesto del año que viene. Las obras tienen que ser pequeñas y no generar gastos a futuro, con lo que no vale pedir una comisaría o una escuela, que son grandes y crean salarios a pagar. El tema de fondo es que el BA Elige se superpone a lo que deberían estar haciendo las Comunas que, según la ley que las creó, tienen el poder de hablar con sus vecinos sin necesidad de mails y administrar este tipo de pequeñas obras. No extraña que el macrismo nunca haya reglamentado la ley.
Y no extraña que el programa BA Elige sea un cuento de ese ente trucho, la secretaría de Participación Ciudadana, creada por Horacio Rodríguez Larreta en sus tiempos de Jefe de Gabinete. Larreta tenía la secretaría bien a mano, en su propia oficina, y la dedicaba a hacer obras que siempre “pedían los vecinos” y siempre tenían presupuestos desorbitados. Como comprobó PáginaI12, hasta se deformaban los planos de veredas para hacerlas parecer más grandes de lo que eran. Los comuneros María Suárez y Gabriel Zicolillo detectaron además que las propuestas están ya siendo “direccionadas por operadores” y que todo el proyecto simplemente puentea a las comunas y sus consejos consultivos: hay que hablar con macristas y con funcionarios macristas, o nada.
Las propuestas que ya se pueden ver en la página de BA Elige son realmente exóticas. Un vecino botón pide un “detector de huellas digitales” que compruebe el presentismo de los docentes, mientras que otros piden arreglos de plazas en la comuna 3 que no están en la comuna 3, o la instalación de una biblioteca en una villa que tampoco está en esa comuna. Todo el sistema es incontrolado, no hay manera de saber si los que proponen algo para una comuna viven ahí ni tampoco de saber que lo que se decida hacer fue realmente lo más votado o lo que le conviene a la secretaría de Participación Ciudadana. Y, como señalan los comuneros, todo el mecanismo es una manera de saltarse controles, la Legislatura y la ley de Comunas.
Basura no es suelo
Nuestro país sigue sin invertir lo que necesita invertir en no envenenarse de a poco, con lo que toda declaración “ecológica” debe tomarse con gruesas y largas pinzas. No hace falta investigar mucho para entender esto, porque basta ver pasar un colectivo en cualquier esquina de esta nación para quedar prolijamente ahumado: la prioridad de que el pasaje sea barato es tan fuerte que las empresas tienen impunidad de bañarnos en cáncer. Las calles por donde pasan colectivos son visiblemente más grises que las que no tienen transporte público aunque tengan tránsito, porque como siempre a los ciudadanos sueltos se les imponen cargas y gastos que las corporaciones esquivan. Los autos que circulan por Argentina tienen un nivel de razonabilidad que el transporte público alcanzará algún siglo de estos.
Y ni hablar de la basura, que es un negocio bien cotizado y que sigue siendo tratado así, y no como el problemón que es. Como siempre, los diversos gobiernos le encajaron al peatón solito más cargas, como la de no usar bolsas en los supermercados. No es que esté mal, en absoluto, pero nuevamente todo el trabajo le queda a los privados y no a un Estado que parece incapaz de todo. Nuestros ríos siguen esperando que se ponga de moda y se considere indispensable el tratamiento de residuos líquidos, cosa rara y escasa por aquí. Como el Estado no puede encajarle esa a los ciudadanos, las aguas están llenas de detergentes, merdes y antibióticos.
Con lo que la noticia tan levantada por los medios oficialistas de la creación de un gran “Bioparque metropolitano” en el inmenso basural de Villa Dominico deja un pelotón de dudas. Ese horror de lugar fue creado en 1979, plena dictadura, para tirar la basura del curro del momento, el Ceamse al que le dieron 400 hectáreas y mano libre. Cerrado recién en 2004 cuando llegó a los 46 millones de toneladas de basura, el basural de Dominico formaba parte del “cinturón ecológico” –sólo a los militares se les ocurre llamarlos así– junto al basural de Ensenada y el Norte III, en José León Suárez, estos dos a punto de cerrar y todavía en plena actividad, respectivamente.
Según las autoridades de turno, el basural de Ensenada “se fue convirtiendo” en un enorme espacio verde porque creció el pasto, aparecieron árboles y arbustos, y hasta “60 especies de aves”. Como la basura no se ve, el lugar se declara “verde” y se abren 343 hectáreas al público. Ya se plantaron árboles y cañas, se construyó un invernadero y hasta un laboratorio de microcultivo. Y se abrieron tres accesos al público, con algunas plataformas de madera para recorrer los bañados. Hasta se habla de hacer un jardín botánico y un anfiteatro para actividades culturales. Para terminar de blanquear el proyecto, se reclutó –es fácil– a la Sociedad Central de Arquitectos para llamar a un concurso de ideas.
¿Y la basura que forma el subsuelo del pastito? El anuncio oficial busca tranquilizar diciendo que hasta 2034 la Ceamse “debe controlar” que la basura no contamine suelo o napas. Pero lo único concreto que se avisó es que ya hay una planta que trata los gases que salen de semejante masa de basura y otra que “trata” el líquido que surge. ¿Y si hay contaminación? ¿Cómo puede la Ceamse “controlarla”? Lo único a lo que puede aspirar esa entidad es a dar aviso y cerrar el parque, momento en que más de uno se arrepentirá de haber tratado de pasar basura enterrada por suelo.