La Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos que preside Teresa de Anchorena recibió esta semana una visita inusual. La Comisión está creando una verdadera red de contactos internacionales para aprender y coordinar acciones con vecinos y colegas más lejanos, con lo que el año pasado hubo visitas de viejos amigos, como Paraguay y Uruguay, y de vecinos con los que había menos tránsito, como Chile. Esta vez llegó una delegación de alto nivel de la Administración Estatal de Patrimonio Cultural de la República Popular China, encabezada por su subdirector, Gu Yucai. También estuvieron en la visita el subdirector general del departamento de Leyes y Políticas Chen Peijun, el director de la división de Asuntos Externos Wen Dayan y el consultor del departamento de Museos Jiao Lidan.

Hablar con el subdirector Gu fue una ventana a una realidad muy distinta a la nuestra pero, que al final es patrimonio, muy parecida en otras. La Administración china tiene a su cargo las políticas de tesoros indecibles como el palacio imperial de Pekín, la Gran Muralla o los guerreros de terracota, para mencionar apenas algunos. China simplemente abruma en cantidad, en calidad y en antigüedad, y la lista de sitios históricos parece infinita. Para cuando uno llega a hablar de la identidad de los barrios, se pasó por jades, escuelas enteras de pintura en seda, siglos de literatura impresa y una cantidad de templos y espacios rurales enorme.

Pero los chinos tienen muy en claro y muy al frente la idea de que su patrimonio es su identidad, con lo que sus políticas sobre el patrimonio son directas y ambiciosas. Por un lado, explicó Gu, se invierte fuerte en fondos y en energía política para preservar y difundir los grandes tesoros, muchos no tan conocidos como deberían. Por el otro, se trata de conservar la identidad del patrimonio más cotidiano, identitario pero no monumental. Gu explica, para sorpresa occidental, que tienen los mismos problemas en pueblos y ciudades que tenemos nosotros, el de las demoliciones y reformas inconsultas. Y también tienen el problema de la contradicción entre la idea de “progreso” y la de preservación, tan falsa por allá como por acá. La sorpresa se agranda cuando Gu subraya con naturalidad que muchos casos saltan y se evitan gracias a los vecinos movilizados y a los medios de prensa locales.

Con lo que surge una imagen mucho más compleja que la habitual, en la que los vecinos también se organizan para cuidar lo suyo y frenar a los especuladores, y consiguen reglamentaciones locales, obras que les interesan y preservación de todo tipo de espacios. Para Gu, este es uno de los motivos por los que su país tiene tantas Areas de Protección Histórica -para darle un nombre porteño- y tantos pueblos enteros cuidados como patrimonio. La idea es ecuménica y abarca hasta recuerdos de épocas de guerra y humillación, como es el caso de Hong Kong o Macao, y de áreas de Shangai. En el primer caso, se preserva la arquitectura histórica aunque sea inglesa y un recordatorio de la violencia con que los británicos tomaron el lugar. En el segundo se hizo un trabajo espléndido de preservación del patrimonio portugués, incluyendo las iglesias. Y en el tercero se preservó el famoso Bund, la zona de rascacielos y edificios occidentales que fueron el centro del poder económico extranjero en China antes de la segunda guerra mundial, incluyendo los barrios de mansiones. “Todo es patrimonio, todo es parte de nuestra historia, no importa quién lo haya construido”, dice tersamente Gu.

Por supuesto que China no preservó todo ni va a preservarlo, y se sabe que allá se construyen ciudades casi de un día para el otro. Pero Gu explica que la Administración Estatal es un ente poderoso y autónomo, que hay un claro interés del Estado en mantener la identidad cultural, que ese interés se sostiene con los años y que es considerado un contrapeso a la internacionalización económica y social del país.