Luxor volvió de un viaje por Brasil alucinado no tanto por las playas, los paisajes o las cervezas, sino por los galones de arte en las paredes de las calles. De murales a simples grafitis, las ciudades también pueden hablar desde ese espacio híbrido entre lo privado y lo público, un blanco a ocupar y disputar a punta de pintura.

En la memoria se le activó esa vez que unos muchachos aparecieron en el Normal 3, su secundario en La Plata, para hacer algo parecido con las paredes. Nada raro: la capital bonaerense –como pocas en el país, y quizás en el mundo– siempre fue, entre sus calles y diagonales, un gran paredón pintado e intervenido. Un diálogo visual y cultural a lo largo de largos años.

Cada época tuvo su tendencia y algunas perduraron (preferentemente las futboleras, en otro plano también las políticas). Pero, con el tiempo, también ganaron su presencia artistas por fuera de esos círculos, muchos desde la usina de la Facultad de Bellas Artes (hoy de Artes, a secas), aunque también otros tantos ajenos al mundo académico.

Cebado, de vuelta a La Plata, Luxor se arrimó al mundo grafitero, aunque con cierta timidez, sin agarrar el aerosol durante mucho tiempo. "Hasta que en 2010 me animé a una pared… y no paré más." La primera fue en una de las cinco esquinas de 8 y 65, a una cuadra de Plaza España y cuatro del Parque Saavedra: una luna, un sol y una chica con un fósforo encendido que aún perduran en el frente de una pizzería. Diez años más tarde, Luxor está preparando un libro con los más de 400 murales que hizo primero en La Plata y alrededores, pero luego en el resto del país, en Perú, Uruguay, Brasil (tras aquella experiencia que reconoció como "uno de los motores" para hacer esto) e incluso Italia.

Todo ese periplo –desde Los Hornos natal hasta paredes del mundo– lo llevó a observar que "el dónde influye en lo que querés decir". Y que "todo quehacer es político", porque "es imposible separar lo que pensamos de nuestro día a día: el hecho político está en todas las situaciones de lo cotidiano, incluso en lo más mínimo". Acaso la evidencia más literal haya sido Volver a habitar, aquel proyecto que implicó pintar paredes en los barrios más perjudicados por la inundación de 2013. Casi al mismo tiempo, hizo también por barrios platenses la saga Protectores, que llevó a las paredes al Gauchito, Gilda, Rodrigo y hasta el Maruchito.

De ahí tomó la costumbre, a la hora de encarar una pared, de involucrar personas del barrio o lugar "para que se sientan interpeladas y hasta puedan dejar un pincelazo, un rodillazo; su impronta". Por eso, muchas veces va sin un boceto previo, dispuesto a escuchar. Lo mismo cuando comenzó a pintar en interiores.

Soles, lunas, flora, fauna y humanos son algunas de las marcas en las obras de Luxor. También el uso de mucho color. "Me gusta pensar la relación de las personas con la naturaleza, y de las personas entre sí. Cómo se produce ese diálogo. Y le meto colores porque es una manera de que la persona que pasa se tenga que detener a mirar. Si es un lugar luminoso, permite laburar una paleta más oscura; en otras circunstancias se usan pinturas claras para que pueda verse de noche."

Hay en Luxor un estilo que perdura (puede confirmarse en decenas de esquinas platenses, por ejemplo). No así, en cambio, el uso de elementos: "En la primera pared, por ejemplo, hice el relleno con aerosol y la línea con un pincel finito, pero fue un error. Entonces comencé a hacer todo con el aerosol. Con el tiempo, pintando activamente en la calle, me di cuenta de que hay que usar las herramientas posibles: pincel, rodillo, también aerosol, y no una sola. Hay que trabajar con lo que venga".

Con el tiempo, Luxor logró hacer de esto su forma de subsistencia. Y se diversificó hacia trabajos en formatos más pequeños, como pinturas, cuadros o dibujos. Entre todos, asegura, lleva hechos más de cuatro mil. También lo contactan para contratarlo y pagarle por su arte y su trabajo. Esta nueva etapa va acompañada de la participación en dos colectivos: un taller compartido con les pintores Lula Limón, Conskamikaze y Yapan, más el escultor Antu Miguez; y TRAMO, una "asamblea de muralistas, gravitares e interventores".

El taller se llama Obrador 45, comenzó a funcionar en 2016 y terminó convirtiéndose además en un punto de encuentro para muchas personas que gustan del oficio: "No solo clientes que apoyan comprando nuestro trabajo, sino también muchos compas muralistas, grafiteros, pintoras, ceramistas…". Aunque, como suelta, también le gusta "salir a buscar algún paredón por ahí".

"Para que sea popular, una pintura tiene que atravesar los lugares donde mayormente pasamos: tiene que estar en la casa, hospitales, escuelas, barrios... en todos los lugares donde habitamos", afirma quien fue más allá del muralismo, pero siempre vuelve. Eso sí: jamás de arrebato. "Siempre pido permiso. Me gusta charlar con la personas, conocernos, ver si se copan en dar su pared. Y, en base a eso, pensar qué se puede pintar". Del intercambio con quien, en definitiva, habita el lugar, "muchas veces salen ideas o propuestas".

Al principio flasheaba con pintar toda la fachada de un edificio. El fetiche de todo muralista, de hecho. Pero después lo repensó: "Era algo imaginado desde un lugar individual. Luego entendí que lo importante es encontrar algo para decir y cómo, y no tanto el formato o el tamaño".

Obsesionado con "generar herramientas para compartir la obra con la comunidad", y que ésta se relacione con la pintada, este obrero del arte de La Plata al mundo va directo al corazón desde esa ciudad en la que cada pared parece tener algo para decirnos: "Pienso las pinturas como una caricia, como un abrazo en colores. Salir a la calle y dejar un cariño a aquellos que la verán día a día. Y que cualquier persona que pase pueda tener una experiencia placentera al verla."