En las últimas dos décadas, Gran Bretaña dio a conocer a una generación de escritoras tan notables como diferentes entre sí: Bernardine Evaristo, Rachel Cusk, Joanna Walsh, Helen McDonald, Hilary Mantel, Helen Oyeyemi, Olivia Laing, Lucy Ellmann, por nombrar algunas; todas ellas en un arco que va desde el fanástico hasta la más elegante novela histórica, pasando por la autoficción experimental, el cuento breve, el ensayo-novela estilo Sebald o eventos atrevidos como Ducks, Newburyport de Lucy Ellmann –ganadora del prestigioso Goldmisth’s Prize-- que usa el “fluir de la conciencia” durante mil páginas, en primera persona y en una sola (larga) oración.
En este grupo diverso se destaca la escocesa Ali Smith, casi desconocida en español y especialmente en Argentina, donde sólo se consigue Primer amor (su debut de 1995) y algún ejemplar usado de Accidental, publicada por Alfaguara hace más de diez años. Ahora Nórdica distribuye La historia universal, un libro de cuentos de 2003 que es una introducción excelente a su narrativa, tan amable como poco convencional.
A los 58 años y varias veces nominada para los premios Booker y Goldsmith, Smith vive en Cambridge con su mujer, la dramaturga Sarah Wood (Smith también escribe para teatro, aunque no produce un texto nuevo desde 2005). Criada en Inverness, dejó la Universidad cuando estaba completando su tesis porque se enfermó: durante años, el síndrome de fatiga crónica le impidió hacer cualquier cosa hasta que, en su lenta recuperación, empezó a escribir cuentos porque la agotaban menos, física y mentalmente, que otras tareas. Desde Primer amor, en 1995, nunca dejó de publicar y ahora mismo se encuentra embarcada en un proyecto muy particular. Mejor dicho, una intervención literaria que es también editorial y que comenzó en 2014 con la novela How to Be Both, un libro en dos partes que fueron impresas y distribuidas en orden aleatorio. El proceso de producción fue relativamente fácil y le dio una idea: lanzar una serie de libros que se publicaran muy cerca del momento de su escritura, rompiendo esa lapso de tiempo a veces muy largo entre las dos instancias. “Quería mantener lo ‘novel’ de la novela”, explica, “volver a esa noción de ‘lo nuevo’. El concepto fue hacer lo que hacían los novelistas victorianos: entonces una novela debía ser novedosa. Dickens publicó Oliver Twist mientras la escribía, estaba inventando la historia mientras salía para los lectores”. La primera fue Otoño, en 2016, una novela que gira alrededor de un anciano y sus sueños mientras espera la muerte en el geriátrico y recibe visitas de una joven, amiga y vecina. Winter, de 2017, es mucho más oscura: un cuento de Navidad acosado por un niño muerto y la rivalidad entre dos hermanas. Spring, del año pasado, tiene referencias a Brexit aunque Smith tiene claro su punto de vista sobre literatura y política: “La ficción es política. No puede no serlo. Pero proponerse escribir algo político significa que será política y que no será ficción en sí misma. La ficción te dice, al inventar una verdad, lo que es realmente verdadero. Eso es todo lo que los escritores de ficción pueden hacer. Si se le pide más a la ficción, la ficción no podrá cumplir. O no será lo suficientemente buena, o no funcionará”. Summer, el cierre, se editó hace poco: Smith entregó cada una alrededor de cuatro meses antes de la publicación.
Los cuentos de La historia universal (2003) pertenecen a otro momento de la vida y la carrera de Ali Smith, pero ya están en el libro la mayoría de sus recursos, procedimientos y temas favoritos. Adam Begley en The Paris Review los resumía así: la cronología mezclada y perturbada, las adolescentes precoces, el amor no correspondido o el fin del amor, la fascinación con la simultaneidad. Se podrían agregar los ecos, los espejos, las historias contadas dos veces, el festín de puntos de vista en apenas cinco páginas. Todo suena, sin embargo, mucho más “difícil” de lo que realmente es: Ali Smith tiene el don de escribir cuentos complejos que se leen con enorme facilidad. Y la virtud de que los procedimientos nunca ahogan su sensibilidad. Esto queda muy claro en el cuento del título: “La historia universal” empieza en una librería de viejo de pueblo y va siguiendo a cada uno de sus personajes, como si una mosca se posara sobre ellos –de hecho, el cuento también cuenta la trayectoria de una mosca--: la librera y sus circunstancias, una edición de El Gran Gatsby y sus diferentes lectores, el hombre que compra todas las ediciones de Gatsby para su hermana, artista contemporánea, la artista que, con los libros, completa su obra. Es un despliegue técnico sin personaje principal y habla de la lectura, de la soledad de los negocios de pueblo, del paso del tiempo, del amor por leer y de los libros que olvidamos, de la belleza olvidada y los proyectos inútiles. “Rápido” es uno de sus clásicos relatos en espejo o simultáneos: una chica toma el subte a casa, cree ver a la Muerte en la plataforma aunque sólo se trata de un hombre de traje pálido; poco después confirma su intuición cuando el viaje se retrasa porque alguien se ha arrojado a las vías. El accidente, estar lejos de casa, todo la hace reflexionar: “Así que un desconocido había muerto. No me importaba, ¿por qué iba a importarme? En lugar de eso, para sentir algo me puse a prueba, me asusté imaginando qué pasaría si todo lo que era mío dejaba de serlo, y de ahí llegó la certeza, tan franca e irrebatible como el cristal de aquella ventanilla, de que nada había sido mío jamás”. En la segunda parte del cuento –o del otro lado del relato-- está la pareja de la viajera que se asusta por la tardanza, que también se imagina perderlo todo, que desespera: el cuento expone la ansiedad del vínculo amoroso y el derrumbe que implica la posibilidad del fin. “Mayo” explora otros vericuetos del amor: aquí también hay dos puntos de vista, pero la pérdida ocurre porque una de las amantes se enamora de un árbol: “Era inevitable. Estaba en flor”, explica. “Paraíso” es uno de los mejores cuentos del libro: tres puntos de vista de tres hermanas que trabajan en diferentes sectores comerciales y turísticos de un pueblo cercano al lago Ness. La cercanía de Smith con las vidas de los empleados y los trabajadores es vívida y nunca paternalista: su cuentos están llenos de cajeras de supermercado, de chicas borrachas la noche de Navidad y de mujeres que limpian casas, mucho más que de escritoras y académicas.
Ali Smith investiga las posibilidades de los relatos: con frecuencia sus cuentos despiertan al lector del hechizo de la ficción y le dejan saber que se está leyendo una construcción, le permiten ver la arquitectura. “Érase una vez un hombre que moraba junto a un camposanto. Pero no, no siempre fue un hombre; en este caso en concreto, se trataba de una mujer. Aunque, francamente, hoy en día nadie usa ese término. Ahora se le llama cementerio”. Estos pasos en falso tantean las diferentes maneras de encarar una narración y desnudan el artificio pero no son trucos: son invitaciones al juego ficcional y una manera de decir que hay infinitas historias en diferentes momentos. Y que ella, la autora, sólo está sintonizando, buscando el dial que trasmita la que quiere contarse aquí y ahora.