La vida se impone sobre la muerte. Por eso, por segunda vez en dos años, en el Congreso se escuchará hablar de la interrupción voluntaria del embarazo como derecho.
Lo dice con claridad el proyecto de ley que, a fuerza de militancia, de lobby, de reclamos justos pero siempre postergados con argumentos de ninguneo (¿cuántos años escuchando que son otras las prioridades?, ¿que con el dinero destinado a salvar vidas de mujeres se podrían hacer otras cosas?, ¿que las creencias privadas de algunos deben regular las vidas de todes, propios y ajenos?), va a llegar a los recintos donde votan diputados y senadores. Lo dice también el estallido de deseos que llenó redes sociales y chats de corazones verdes, del mantra que desde hace días desparrama Vilma Ibarra: “hay que debatir, persuadir, explicar que las cosas como están hoy están muy mal. Se penaliza el aborto y los abortos suceden”.
Con la foto de las históricas como estampita, con la imagen de los pasos de baile de Nelly Minyersky, Nina Brugo, Marta Rosenberg, Dora Barrancos en la calle, nos encaminamos a cerrar un año que nadie podía imaginar el 19 de febrero, ese día luminoso tan lejano hoy, cuando el pañuelazo de la Campaña por el Derecho al Aborto sembró de alegría la zona del Congreso. Miro las fotos de una marea verde, en verano, ante un escenario con el parlamento de fondo y miles coreando lo que las chilenas de Las Tesis cantaban sobre el escenario. Parece de otra era, pero fue este mismo año, semanas antes de que por primera vez un presidente reivindicara la legalización del aborto en voz alta, en la apertura de las sesiones.
Pasaron los meses y febrero, pandemia mediante, parecía de otra era hasta esta tarde. Eso también es la vida.
Lo sabemos, porque no solo pasó en 2018: no va a ser fácil, no hay nada garantizado más que el deseo de que la democracia argentina salde una deuda que tiene hace décadas. Tenemos la fuerza para jugar y empujarlo. Somos viejas, niñas, adolescentes, adultas jóvenes, maduras. Queremos que suceda, y lo ponemos sobre la mesa en momentos en que la reacción (ultra) conservadora desparrama fake news, argumentos autoritarios y hasta violencia para tratar de contener lo incontenible. Esas voces, que hostigan a mujeres que no tienen miedo de hablar en voz alta y defender lo que piensan, ahora dicen “si hay aborto, hay guerra”, pero desde la perspectiva de derechos humanos sabemos que si hay aborto legal, lo único que hay son más derechos. A la salud, a no morir en condiciones de indignidad para honrar la hipocresía ajena, a no vivir la vida que no planeamos, a no tener que acomodar el propio deseo, el propio cuerpo, el plan de una vida, a conformar expectativas ajenas. De eso, tan luego, se trata el futuro cercano que empezamos a respirar -otra vez, qué increíble- en el mundo legislativo sobre el fin de este año capaz de desarmar todas las previsiones.
A veces, las leyes son piezas de rompecabezas. Pueden crear un espacio para nuevas realidades, pero también dar marcos de legitimidad a lo que ya existe y creció por fuera de la imaginación legislativa. Finalmente, se trata de garantizar ciudadanía y un piso en común para reconocernos como sociedad. ¿Suena a magia? Puede ser, pero es el mundo real. Corrijo: es política, militancia, dignidad, justicia. En Argentina sabemos de eso.
Por hablar del pasado reciente: lo vimos suceder hace diez años con la sanción de una ley de matrimonio que asumía, y protegía, lo que en el mundo real pasaba hacía mucho, y que sin embargo el cuerpo legal desconocía. Lo vimos dos años después con la ley de identidad de género, y ese mínimo (porque todavía falta muchísimo) de respeto hacia cómo les otres se perciben y quieren proyectar su día a día.
Luego de la sanción del matrimonio igualitario (la madrugada helada más increíble en años), la entonces presidenta puso en palabras algo sencillo y que muches, durante el debate público que animó el año 2010, habían intentado evitar porque se les representaba como el fin del mundo. Cristina Fernández de Kirchner dijo que esa noche, mientras ocurría el debate en el Senado para resolver la media sanción pendiente, se fue a dormir. Al despertar el día siguiente, tenía “los mismos derechos (que al irse a dormir) y había cientos de miles que habían conquistado los mismos derechos que yo tenía. Nadie me había sacado nada y yo no le había sacado nada a nadie”. Es inevitable espejar esas palabras en un fragmento del texto que acompañó al proyecto del Poder Ejecutivo: “si el Congreso acompaña este proyecto y se sanciona la ley propuesta, cada persona podrá seguir pensando y decidiendo conforme a sus convicciones como lo hace hoy; pero no todo seguirá igual, porque tendremos mejores condiciones para que ocurran menos abortos que los que hoy suceden, y está probado que contribuiremos a reducir infecciones, perforaciones uterinas, otros daños en la salud y las muertes evitables por abortos inseguros”.
Como si las leyes fueran piezas de rompecabezas de un mundo diferente, futuro, sí, pero no tan lejano.