¿El mundo se desliza hacia el bien o hacia el mal? No se moleste en contestar, es una pregunta retórica que me hago frente al espejo. Y me digo, mientras me peino, que el mundo ha basculado entre momentos en los que ha prevalecido el bien, y en otros el mal. Épocas de paz, épocas de guerra, épocas de equilibrios, épocas de injusticias. Pero me temo que hoy el mundo se desliza hacia el mal, por motivos que voy a tratar de justificar, junto a ustedes, codo a codo.  Eso sí: sean buenitos, sino los voy a mandar a la...

Definamos el bien como el bien colectivo. Que me vaya bien como individuo no significa nada. Puede ser simplemente suerte. Buenas serían aquellas personas que desean que otras personas estén bien. O que se esfuerzan en joder a la menor cantidad de gente posible. ¿Yo soy bueno? No se moleste de nuevo, es la pregunta retórica que me hago mientras me afeito. Digamos que en la medida en que uno apuesta a proyectos colectivos, socialistas, de izquierda o populistas, es alguien que anda por el mundo promoviendo lo bueno, o al menos luchando contra la maldad, representada en diferentes formas de opresión.

Están las zonas grises, que posiblemente sean la mayoría. Y a veces cuesta entender si algo es bueno o malo. En las revoluciones se mata gente en nombre del bien de los que quedan vivos. ¿Se debe hacer, está mal, es un mal necesario? Los romanos invadían y sometían, pero era para llevar el progreso a los pueblos bárbaros, y te construían una acequia. Claro que podían haber hecho la acequia y regresar a Roma, pero se quedaban para vigilar que los bárbaros no le sacaran el parquet para hacerse un asado.

Grises. Si bien hay gente que no tiene reparos en ser y denominarse mala, hay una mayoría que tira la piedra y esconde la mano; o que se miente también retóricamente, como el que odia a una negra pero se cree bueno porque le da la ropa que ya no usa a la empleada doméstica. Grises, grises, grises.

En el siglo XIX, el italiano Auguste Comte creó el concepto de positivismo. Todo indicaba que con el auge de la ciencia el mundo se encaminaría hacia un futuro pródigo, más justo y (digo yo) más bueno. Ese optimismo duró más o menos hasta la Primera Guerra Mundial. La matanza evidenció que la ciencia iba a ser del que la pudiera pagar, y que sería usada para fabricar vacunas pero también bombas.

Desde entonces, hubo intentos de apostar al bien colectivo; el más notable fue el de las revoluciones socialistas, que fracasó en parte porque el dogma decía que el sistema buscaba el bien para todos, pero los hombres que integraban el sistema eran buenos o malos en partes semejantes a cualquier sociedad.

Pero los proyectos socialistas nos permitieron creer que había un equilibrio posible, un lugar, aunque sea simbólico, donde el bien colectivo era una opción. Del otro lado, el capitalismo, con su sálvese el que pueda, los ricos son buenos porque triunfaron y los pobres son malos porque perdieron, y todo lo que sabemos. Cuando los estados socialistas cayeron, ya no hubo equilibrio posible, ni siquiera simbólico. El último intento fue el de la Patria Grande, que está bajo bombardeo, virtual y real, como bien sabemos.

¿Qué pasó con la idea del bien colectivo? Derivó en búsquedas individuales o en proyectos colectivos de escasa fuerza, que poco pueden hacer contra el Poder, que a la primera de cambio te la pone, y sin vaselina. Ya se sabe que "el camino al infierno está plagado de buenas intenciones".

Luego de la segunda guerra, Hannah Arendt, una filósofa judía, presenció el juicio a Adolf Eichmann y acuñó el concepto de la "banalidad del mal",que sostenía que Eichmann no era un demonio sino un hombre "terriblemente y temiblemente normal", un burócrata, parte de un engranaje asesino. Él se había limitado a hacer la parte que le correspondía. El mal no olía a azufre ni tenía cuernos. Era banal, era común, gente como uno, pero diferente a uno.

La banalización del mal la entendimos. El bien se banaliza cuando se ejerce (o se intenta ejercer) desde uno mismo, y no como parte de una epopeya colectiva. Mientras el mal es un ejército, el bien es un rebaño de buenudos que protestan desde el patio mientras los mean desde el balcón.

El asunto, creo yo, es que el bien y sus defensores no han sabido (o logrado) amigarse con el dinero. Por cada filántropo (que quizá lo sea porque regalar plata le sale más barato que pagar impuestos) hay un millón de garcas. Y da la casualidad que los que tienen la plata son lo peorcito de cada casa.

La gente que busca el bien colectivo no tiene amigos poderosos. Los que buscan el mal colectivo sí. Ahí se verifica la globalización casi como en ninguna otra cosa. Por ejemplo, una señora de barrio norte que odia a los negros peronistas, tiene como aliado a la Fox de EEUU. Imagínese.

Pero más importante aún, es que desde aquella definición de Arendt, el mal ha aprendido a disfrazarse de medio de comunicación, de iglesia, de liberador de países oprimidos, de inversor. Mientras el bien se disfraza de inocencia, el mal se rodea de las mejoras manicuras y jefes de marketing.

El mal ha aprendido también que banalizarse es una excelente estrategia, una fenomenal herramienta. Los malos aprendieron que podían dejarse ver como engranajes (como Eichmann), incluso como idiotas útiles o víctimas; o verse buenos, como Hitler, que era re malo pero amaba a sus perros.

En cambio los buenos no se animan a dejar verse malos. Los buenos solo se permiten verse malos odiando a los malos, ese es su límite. En ese sentido, los revolucionarios que mataban a sus enemigos para que triunfase su proyecto, la tenían más clara. ¿O habrá sido ese el error? Pregunta retórica sin respuesta.

El resultado de que el mal se banalice, ahora como estrategia, logra lo que estamos viendo en la Patria Grande: que gente de bien elija soluciones y representantes del mal, sea por ignorancia o pereza intelectual. O porque le escondieron la maldad como totalidad y le dejaron ver apenas los engranajes, que parecen gente como uno(banales, como Eichmann firmando papeles que parecían postales pero eran sentencias).

El mal es una verdadera aldea global, la bondad es la familia Ingalls sin teléfono y con el caballo de tiro enfermo. El problema de la búsqueda del bien no es tanto la fortaleza y el marketing de los que prefieren el mal. Es la ñoñez con la que se atacan las ideas dañinas.Y las pobres herramientas (vea que no digo armas) con que cuenta. No es casual que, como dicen, el diablo vista de Armani y que Dios (que últimamente debe andar de gira por otra galaxia) vista de pastor.

Quizá luchar para que triunfe el bien es un oxímoron, porque la lucha es contra otras personas, o sistemas, que incluyen personas. Pero es evidente que para lograr el bien colectivo hay que empujar a otros a  la infelicidad, al dolor. Y eso nos haría casi malos. Para esa lucha se inventó (quizá) la política. La política transforma la lucha por el bien colectivo en una epopeya posible. Comenzó con un grupo de pastores que querían vender las ovejas al terrateniente a un mejor precio. Seguramente los cagaron a palos, pero la lucha continúa hasta hoy. Y los objetivos son los mismos. Si esa lucha no es colectiva, es pura cháchara. Y está condenada a la derrota.

Así como las ideas se debaten en el terreno de la imaginación, la lucha entre el bien y el mal (desde mi óptica, claro, otros sentirán que el bien es dar una moneda al pibe que mendiga y listo) se debate según el estado de las fuerzas de cada uno. Y, para que el bien sea más efectivo, quizá debamos ser más malos o construir mejores herramientas. Pero no me haga caso, son preguntas que me hago frente al espejo.

 

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