Enzo fue asesinado. Sabemos que era gay por testimonios, porque ser taxy boy no te hace gay. Pero enseguida la rapiña de les constructores de santorales identitarios salieron etiquetar de manera unilateral: “crimen de odio” en seco. Lo que esta nota no niega, pero que si quiere problematizar por lo que en esa operación político-discursiva hay una abyección redoblada: Enzo era un “trabajador sexual” por autodefinición, dicen quienes lo conocían, que fue asesinado con y por odio, pero rasgando un poquito el “velo de la ignorancia” vemos que su asesinato se inscribe en una trama que ya tiene, en lo inmediato, pocos meses de intrigas como antecedentes en el mundo escort y que pasaremos a contar. Así como también este asesinato se suma a una sedimentación de otros homicidios, conocidos, de taxi boys y otros, condenados al secreto, por una construcción política neoconservadora hacia el trabajo sexual.
¿Enzo era puto? Eso dicen. La palabra puta no tiene género masculino. Algunes considerarán un privilegio de orgullo para identificarse como tales y otres una ventaja más del machismo. Lo cierto es que la prostitución la ejercen tanto varones, como mujeres, trans, no binaries, et. al. Y que cuando se habla de prostitución como trabajo o “situación de”, siempre se apunta a las mujeres con un discurso que hoy ya es antiguo no solo por el tiempo transcurrido de ese “direte”, sino por el cambio en las relaciones sociales: prostitución no es trata y pueden ser fioladas mujeres como varones que cada vez lo son en número cada vez más llamativos al calor del derrape capitalista ¡Hasta mujeres fiolan varones! Porque si queremos hablar de “normalidad” en términos de “lo mayoritario” (Durkheim murió en 1917), es claro que aún sin censo cierto, la prostitución femenina es numéricamente más extendida. Pero que el árbol no tape el bosque: los varones que ejercen la prostitución y que se denominan a sí mismos como “trabajadores sexuales”, taxi boys o escorts si publican “en página”, garpan “derecho” a otres, sea en la Plaza Once o en departamentos privados de varias ciudades.
Desposesión y descarte
En agosto de 2014 Aldo Pedernera fue asesinado por Diego Castillo y Elizabeth Rojas a cuadras del Congreso Nacional. Lo mataron a puñaladas y el discurso que hace de estos pibes “continuadores del patriarcado” lo condenaron al olvido y no figura su nombre en ninguna lista de víctimas de la violencia reivindicada por organizaciones o grupos de interés que es lo que abunda. Parece que todavía falta entender que género y sexualidades disidentes no es un tema sobre identidades canonizadas, sino sobre vidas que importan y las que no. ¿Aldo fue asesinado por odio? Quizá sí ¿Pero eso alcanza para configurar crimen de odio? Y si alcanza, ¿su muerte y su olvido no se debe más al carácter de su actividad y/o a una orientación sexual que no conocemos? ¿Aldo era gay? El silencio de defensores de derechos ensordece lo mismo que su voz extinta.
Lo mismo ocurrió en julio de este año: envuelto en una cortina de baño apareció apuñalado hasta el pulmón un taxi boy arrastrado por las escaleras hasta el piso 4. El victimario: un millonario de 42 años que vivía en La Recoleta. Este asesinato convocó a una asamblea de trabajadores sexuales en AMMAR. En este encuentro se comentaron varios casos de violencia y, recuerda el director de la película Miserere Francisco Ríos Flores quien acercó el parecer de los taxi boys de calles y plazas, que se debatió como autodesignarse, y en este fluir de significantes danzaron “taxi boy”, “escort”, “gigoló”, “trabajador sexual”. Ese día uno de ellos, Mariano Toledo, resaltó por su capacidad de organización, empuje y pasión.
En primera persona
Mariano, taxi boy, lo dice muy clarito: no siempre se sabe si un escort es gay o no, lo que si queda claro en el caso de Enzo es que fueron dos que conocen muy bien cómo funciona este circuito o que tienen un informante “de adentro”. Para Mariano el móvil del asesinato fue el afano y las condiciones de clandestinidad que otorgan una ventaja supuesta a los victimarios en la posible vergüenza que se proyecta hacia algunes familiares y el embretado sobre prostitución. Cuando la cada vez más desprestigiada Comisión Interamericana de Derechos Humanos sostiene que la violencia contra personas LGBTIQ+ es: “una violencia social contextualizada en la que la motivación del perpetrador debe ser comprendida como un fenómeno complejo y multifacético, y no sólo como un acto individual”, debemos hacerle honor a tal cita y decir que si existiese algún registro del “servicio”, sabuesos habría ya sobre los perpetradores. De hecho, confirma Mariano, hace unos meses comenzó una serie de robos con golpes a taxis boys en la Ciudad de Buenos Aires. Solo en el último mes hubo tres, pero una denuncia: el dispositivo de la abyección actúa implacable sobre los pibes. Confirmando a Mariano, Matías, Augusto y Marcelo, otros chicos taxi boys, reafirman que en los casos anteriores el modus operandi fue idéntico: una pareja contrató servicio, se hacen presentes en el domicilio y luego de un confuso jugueteo comienzan los golpes, los insultos y luego el robo después de reducirlos. Y aclara Mariano, hay un hecho que les llama atención y no puede dejar de asociarlo a este hecho y que corrió como alerta en las redes digitales y de boca en boca. Hay en Buenos Aires un conocido taxi boy dominicano “que hace mucha plata”. Mide 1.90 y otras medidas similares lo hacen reinar el mercado en este momento. Este chico aceptó la reserva de turno dos veces de una pareja. En la primera ocasión, el portero les pidió identificación (es un edificio paquete de Recoleta) por lo que la pareja se retiró. Insistieron pidiéndole que les evitara ese trámite. El caribeño que hoy junta morlacos a lo grande les dio hora saltando el control y la pareja se apersonó. Apenas entraron comenzaron movimientos extraños, miradas cruzadas y dudas que fueron interpretadas por el huésped quien se estiró hasta alcanzar su máxima altura y les pidió el pago por adelantado, ante lo que uno de ellos le dijo que preferían irse. El dominicano es campeón de taekwondo, lo hace saber al contratar sus servicios pero una cosa es decirlo y otra verlo, cuerpo de un Olimpo de fierro, difícil de reducir en un mano a mano. Esta situación no requirió denuncia, pero si corrillo. Solo recientemente uno de los casos de los que fueron robados y golpeado fue denunciado, los otros dos siguen en el circuito oculto de la clandestinidad para nada progresista en donde la discriminación se complejiza con el modo en que nuestras leyes e instituciones administran las vidas de las personas que ejercen la prostitución sometiéndolas a riesgos en la espera de una sociedad que anhelamos pero sabemos no está a la vuelta de la esquina.
Hay que hablar de “eso”: ni tótem ni tabú
Sería una anécdota lo que le pasó a un cana pampeano
si no lo precedieran los párrafos anteriores. A mediados de 2011, un efectivo
de “la fuerza” fue expulsado cuando sus “sus superiores” se enteraron que era
taxi boy. Claro, un yuta podrá desde tener denuncias por violencia de género,
torturas a pibes, choreo o afano a manteros, pero ser escort no pasará. Tan
abyecto es el tema, que su nombre nunca fue publicado, solo se supo que en “las
extras” era “porno policía” (¿?). El Fiscal de Investigaciones Carlos Carola
determinó con su pluma desbalanceada que las tareas eran incompatibles. A falta
de una ley explícita, buena es la jurisprudencia. Ojalá el fiscal tuviera otra
lista de “extras” incompatibles, quizá así tendríamos más seguridad, más
igualdad y más justicia, de esa que hay que construir problematizando los discursos neocons hacia la prostitución.