Desde la primera escena, Niña Mamá la hacen sus protagonistas. Ellas cuentan su verdad. Se las escucha y se las ve apenas guiadas por las preguntas del personal de salud -todas mujeres, también- que está de espaldas o fuera de plano. Cada entrevista se desarrolla en un solo cuadro, en blanco y negro. La primera que se muestra es una chica de 20 años, después de tener su cuarto hijo. Quiere ligarse las trompas, pero hay 60 personas en lista de espera para esa intervención. La trabajadora de salud le pregunta si usa preservativo, si lo pudo hablar con su pareja. “Lo que pasa es que con él no se puede hablar”, dice ella, con una sonrisa, y baja la mirada. La cámara se detiene en sus gestos con el bebé. El último testimonio es el de una joven que llegó al hospital con un aborto incompleto, “casi muerta”, dice ella misma. “Hay muchas que no pueden contar, porque a mí me asustaron que hay muchas que, practicando el aborto, también murieron”, dice tomada de costado, todavía en la cama del hospital. Los testimonios hacen la película dirigida por Andrea Testa que ayer se estrenó por Cine.Ar. Cada protagonista, cada adolescente que vive la maternidad -y un par que decidieron interrumpir embarazos- cuenta cómo irrumpió en sus vidas y qué hicieron con eso. El ascetismo estético y político elegido permite que la experiencia reluzca en sus claroscuros, en una singularidad irreductible. Nada de generalizaciones: la voz de cada niña y adolescente es toda la escena y arma un caleidoscopio, una voz colectiva que resuena. “Para ellas, para todas, por nuestro derecho a decidir”, es la frase que cierra el film.

Los testimonios se tomaron en los hospitales Paroissien, de Isidro Varela y Bocalandro, de Loma Hermosa. En 2018, mientras la sociedad discutía la legalización del aborto, las adolescentes fueron registradas para el documental que se estrenó el 5 de marzo de 2020, en el cine Helios. Las chicas, que ya habían visto la película, fueron invitadas al estreno. Una de ellas era la primera vez que iba al cine. Niña Mamá no pudo seguir el circuito que se preveía antes de la pandemia, y por eso su estreno virtual es una oportunidad de verla.

“Desde el principio, yo quería hacer un documental sensible, para mí la palabra de la sensibilidad era muy importante, también generar ese espacio de escucha. Quería ir realmente a la escucha y al encuentro de las jóvenes de sectores populares del conurbano bonaerense, saber qué les pasa. Mi pregunta era qué pasa con el embarazo adolescente, qué pasa con el aborto”, dice Andrea y reconoce que “hay algo de choque, de tensión, que desde mi clase media porteña, en mi adolescencia, si bien pasaron varios años, la viví en otro marco. Sí de clandestinidad, de silencios, de cómo a partir de algún caso cercano de interrupción de embarazo, se iba abriendo esto de… la mamá de tal, la tía, la prima, como un entramado de que las mujeres abortamos. Las mujeres abortamos. Esa tensión para mí era importante cuando en otro sector de la población eso está negado”.

La película se vio en noviembre de 2019 en el Festival de Ámsterdam, donde había público de América Latina, pero también de Europa, a quienes ver el film les generó preguntas. “Se dieron debates súper interesantes sobre la lucha por el aborto legal, sobre el acceso a la educación sexual integral y la mirada más europea preguntaba mucho por el sistema de salud, las cifras, el marco legal. Había mucha demanda de información, que me pareció interesante porque la película no asume ese lugar, sino que absorbe todas esas cifras para poner en escena lo que se esconde detrás de esas cifras”, dice Andrea sobre la falta de subrayados de Niña Mamá. Ninguna voz en off dice lo que la audiencia debe leer o interpretar. Está todo a la vista.

Eso que se puede ver como ascetismo, es una decisión estética y política, si es posible separar los términos. “Para mí era importante ese espacio de escucha, de encuentro, de reflexionar sobre el dispositivo cinematográfico, sobre el abuso de poder que muchas veces se hace sobre nuestros cuerpos en las representaciones. Asumimos ese compromiso ético, político y sensible de no violentar cada vez más, con la película, y ahí se va armando un marco. No hay repregunta, no hay un zoom”, plantea la primera propuesta del film. Había algo claro: se les preguntaba a las usuarias del hospital si querían participar, y la respuesta no era discutible. No valía insistir. El prejuicio sobre las dudas lo derrumbaron las reacciones reales: las que querían, lo hacían sin muchas vueltas.

La única intervención explícita del detrás de cámara es casi una urgencia. Marcela, con su hijo en brazos, está hablando de la cesárea que le hicieron cuando llegó al hospital, con politraumatismos debido a un ataque de su pareja. Cuenta que una amiga a la que pudo mandarle un mensaje le salvó la vida. “Ella llamó al 143”, dice la entrevistada. Y Andrea interviene para subrayar que el número es otro. “El 144”, se escucha afuera de plano. Marcela asiente. Cuenta lo que vivió con una sonrisa, y también que no quería a ese hijo, pero desde que lo conoció, está “cada vez más enamorada”.

El único plano que muestra a cada protagonista es parte de ese cuidado. “Para nosotres era prohibido hacer un contraplano, porque eso significaba interrumpir ese evento de salud, significaba decir bueno, corten, esperen. Poner la película, que los cuerpos ahí estén en función de la película y no la película asistiendo a eso que estaba pasando. Si yo quería cortar y cambiar el ángulo, era hasta correr escritorios y sillas, o camas, o cuerpos que están ahí también dolientes, cuando estamos en estas escenas que están en las camas. Había algo ahí de sostener un único punto de mirada, un punto de vista, y ahí también, el lugar es el de ellas para mí, hubiese sido otra película si filmábamos a las trabajadoras de salud”, considera Andrea. En la película se registra un parto, de una joven que sólo después del nacimiento llora, y apenas grita. El recambio de un implante subdérmico es otra de las escenas. 

Para la directora, filmar así también fue también distanciarse de un dispositivo de poder. “Fuimos desarmando ese lugar autoral, tanto desde los tiempos de montaje, desde la fotografía, desde el sonido. El trabajo fue ser muy conscientes para no poner nada sobre lo que ya crece ahí. En fotografía elegimos filmar con un lente de 50 milímetros, porque era el que más se asemejaba a nuestra relación con el espacio y cómo estábamos mirando. No es un teleobjetivo donde la distancia nos permite estar más lejos y una ilusión de más cerca, sino que teníamos que estar ahí compartiendo y no ocultar nada. Si la película era posible, era sin ocultar nada, sin micrófonos ocultos, sin cámaras ocultas, si había que acercarse y hacer un primer plano, teníamos primero que acercarnos como personas”, describe Andrea, quien también subraya que el montaje, a cargo de Lorena Moriconi, tuvo esa misma dirección. “No pensamos en una estructura dramática ni qué necesitamos ni cómo presentar una narrativa, sino en ir dejando las marcas de estos testimonios y confiando en una voz colectiva. Son pequeños fragmentitos de entrevistas que originalmente quizás duraban 50 minutos cada una, 40 minutos, son pequeños retazos y arman algo colectivo muy fuerte”.

Historias con nombre y apellido

Anabella tiene 13 años. No tiene documento de identidad, todavía. No esperaba el embarazo, pero se declara firmemente en contra del aborto. La niña tiene también una enfermedad de transmisión sexual y la trabajadora de salud que la entrevista le insiste en que no basta con que ella tome la medicación, también debe hacerlo su pareja. Anabella explica que su embarazo es de riesgo y se embrolla un poco al decir que su útero todavía no está desarrollado. Pero sabe perfectamente qué está afrontando. “Que aparezca esa voz de primera mano de adolescentes pequeñas, de decir 'estoy en contra del aborto', para mí fue un límite ético y da cuenta de esta disyuntiva. No se está obligando a nadie a hacer nada, sino que puedan acceder a la información y al ejercicio de sus derechos”, dice Andrea y sabe que al personal de salud y a las docentes esa experiencia no le resulta ajena. De igual modo, el testimonio la interpeló. "Escucharlo a una niña de 13 años, decirlo de la manera en que lo dijo, que ni siquiera fue desde una postura tímida, fue muy ferviente. Sí, me incomodó muchísimo, me interpeló y fue un límite, para mí fue una clase de cine. Lo digo así porque de verdad, asumir el lugar del poder que te da estar haciendo una película, del montaje, cómo seleccionar esos relatos, tener también miedo de qué puede llegar a producir la película” en la discusión por la Interrupción Legal del Embarazo. “Para mí era como un miedo cómo se va a interpretar esta película, cómo va a ser usada, pero a la vez yo no podía cortarle eso, lo que estaba diciendo tiene una magnitud… de un montón de preguntas que se abren. A mí, más que pensar estoy en contra de lo que estás diciendo, me generó muchas preguntas. Porque Anabella, con 13, con este embarazo que llegó y que dice ‘yo no lo buscaba, no’, y ahí cambia la voz, está atravesando una enfermedad de transmisión sexual. No tuvo documentos… Cuántas violaciones a sus derechos acompañan este proyecto de vida. Me pregunto, cómo es, cómo es ahí la responsabilidad social”.

El engarce de unos quince testimonios no trae moralejas. Se trata de escucharlas. De ver cómo siguen con sus vidas. Y que para ellas, interrumpir un embarazo trae riesgos muy palpables. “En la película no sólo aparecieron esos condicionamientos más si queremos religiosos, o culturales, o cómo los enmarquemos, también aparece el miedo a morir. Porque las que dicen que están en contra, no es sólo por no matar una vida, sino aparece muy fuerte miedo a que les pase algo. Entonces, eso es la experiencia muy cercana de que pasó. Historias de personas que lo van a hacer de cualquier manera. En los relatos de las interrupciones, que también hay dos casos, que son jóvenes un poco más grandes, pero ya sostienen maternidades desde muy pequeñas. Hay un momento en el que no importa cómo, en esa desesperación, pero lo voy a hacer. Voy a interrumpir esto porque no puedo, no puedo por infinidades de razones, y creo que ahí esa subjetividad aparece de manera muy contundente”, señala Andrea.

Hace poco, la directora supo que el film fue seleccionado para el Festival de Documentales de Hong Kong. “Es muy fuerte ver que la potencia de todas estas niñas llegue tan lejos”, dice Andrea.

Las protagonistas agradecieron la película. “No voy a decir qué me dijo cada una, pero digamos que lo más compartido fue que bueno que esto exista para que no le pase a otra. Incluso las dos que sostienen más fuerte posiciones en contra, también agradecieron. Entonces, acá hay algo potente, de que también pudieron escuchar a las otras", refiere Andrea. 

Hay otro efecto de Niña Mamá y tiene una contundencia que lleva al cine a otro plano.  "También pasó que una de las chicas hace poco se contactó conmigo porque había quedado embarazada de nuevo y no quería tenerlo”, dice Andrea. “Eso, ya está. Me pareció muy fuerte y la tuvimos que acompañar y habilitar esos espacios que sino, están cerrados. Pero la película le permitió eso, saber que puede ir a un lugar y ejercer su derecho. Sigue su misma realidad de pobreza estructural, entonces es muy fuerte que ahora haya podido tomar otra decisión. Para mí hay algo de escucharse a sí mismas y escuchar a las otras, que entiendo que ellas lo tienen ahí como un tesoro”, cuenta Andrea, quien concluye con una consigna y súplica. “Que sea ley urgente, para habilitar estos canales que están tan cerrados. Para muchas, pero las pibas son las que están tuteladas por todos lados. No hay mucho respiro ahí”. 

Andrea Testa