El siglo XIX rioplatense está plagado de acontecimientos trascendentes de nuestra historia. Parafraseando a Halperín Donghi, hay revolución y guerra. A lo largo de este siglo también hay una zona de construcción de elementos fundamentales en torno a los cuales se va a ir constituyendo nuestra comunidad política. En vísperas del Día de la Soberanía Nacional, que se celebra el 20 de noviembre en conmemoración de la batalla de la Vuelta de Obligado, es importante pensar qué se entendía por soberanía en esos días, pero también por Nación o incluso por República. Indagar sobre estos elementos permite pensar la historia como problema. De alguna forma, exige aligerar la mochila de preconceptos y viajar cómodos por el camino turbulento del siglo XIX rioplatense, donde los buenos y los malos no existen y los acontecimientos son más complejos de lo que parecen.
Para aprovechar el feriado y crear una hoja de ruta por ese pasado plagado de pasiones presentes, el Suplemento Universidad convocó a Marcela Ternavasio, doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), investigadora del CONICET y del Consejo de Investigación de la Universidad de Rosario, y a Hilda Sabato, doctora en Historia por la Universidad de Londres e investigadora superior del CONICET en el programa PEHESA del Instituto Ravignani. Los grupos de investigación que ambas dirigen publicaron recientemente, y de forma conjunta, el libro “Variaciones de la república. La política en la Argentina del siglo XIX” (Prohistoria, 2020).
Ajustar la mirada
Con la multiplicidad de elementos técnicos que permiten el acceso a la información, el rol del historiador se encuentra en permanente tensión sobre cómo divulgar sus trabajos sin perder precisión conceptual. Para ahondar en esa tarea y evitar las interpretaciones maniqueas en términos de buenos y malos, Marcela Ternavasio propone “brindar versiones problematizadas” sobre el pasado que no son condescendiente con los hechos. “No es nuestra tarea hacer las veces de un tribunal de la historia que absuelve o condena a los personajes o a los periodos históricos, entendemos que no es el formato que suele tener mayor llegada al gran público pero es también nuestro compromiso ético y político”, remarca, como una suerte de declaración de principios.
A diferencia de lo que se pretende, la mirada del historiador no busca confirmar prejuicios del presente. Por el contrario, la propuesta de búsqueda tiene que estar basada en una operación de extrañamiento respecto de lo que se pretende indagar, o como afirma Hilda Sabato, “el pasado es otro, no es lo mismo que la actualidad, por lo tanto la aventura del historiador y lo fascinante del oficio es poder aventurarse en el conocimiento”.
“Tratar de entender eso que sabemos que es distinto de nosotros. Por supuesto que vamos a indagar ese pasado desde las preguntas que hacemos en el presente, desde nuestra posición ideológica y demás, pero con la idea firme de intentar conocer algo. Esa curiosidad por el pasado sin el prejuicio que los actores o los procesos puedan llegar a generarme”, agrega.
Este ajuste de la mirada es un requisito indispensable para problematizar el conocimiento histórico, en particular el de aquellas fechas o procesos, que a partir de su reactivación política, ganaron agenda pública en la actualidad y buscan ser reinterpretados al calor de las discusiones políticas presentes.
Marcela Ternavasio
Pensar la soberanía nacional
Establecer y conmemorar un día como representante de la soberanía pareciera ser algo bastante complejo de explicar. Para ello habría que emprender una tarea de indagación sobre lo que implica para los actores sociales y políticos del siglo XIX el concepto de soberanía. Ternavasio plantea empezar con una distinción: “Hay dos dimensiones de la soberanía que en esta conmemoración se mezclan de manera problemática. La soberanía tiene una dimensión externa que surge a partir del derecho internacional frente a otros Estados soberanos, y al mismo tiempo tiene una dimensión interna. En las revoluciones hispanoamericanas el gran dilema frente a la soberanía exterior es justamente que son revoluciones de independencia”. Si partimos de esta delimitación vamos a encontrar que el reconocimiento exterior como Estado soberano es algo muy importante a la hora de pensar la soberanía. La historiadora rosarina propone distinguir ese tipo de reconocimiento del de otros países revolucionarios y señala como ejemplo que “Estados Unidos no lo necesitó” porque la guerra con Inglaterra se cierra con un tratado bilateral. “El problema frente a la obcecación de Fernando VII de no reconocer esas independencias va a generar un clima geopolítico durante décadas hasta que finalmente esas soberanías sean reconocidas por quien había sido la antigua metrópoli. Ahí entonces hay una dimensión que es buscar el reconocimiento de otras potencias en tanto y en cuanto la que tenía que hacerlo no lo hace”, añade.
Ante esta distinción respecto del ámbito interno y del externo de la soberanía es que Marcela Ternavasio afirma que “después de los dos fracasos constituyentes de 1819 y 1826, ambos centralistas, que buscan establecer una República nacional constituida bajo un régimen centralista, lo que Juan Manuel de Rosas hace es dejar esas discusiones en suspenso”.
Este congelamiento de la discusión por la Constitución y la conformación de la Nación es problemático porque es un periodo donde, en todo Hispanoamérica, es complejo distinguir asuntos internos de asuntos externos de las naciones que se están conformando. “La pregunta que se harían los uruguayos frente al Día de la Soberanía nacional en Argentina es qué tendrían que decir ellos frente a la intervención de los ejércitos rosistas en las disputas, que en ese momento hay en Uruguay entre (Fructuoso) Rivera y (Manuel) Oribe”, plantea Ternavasio. En tal sentido, lo que la intervención anglo-francesa está haciendo con ese bloqueo es exigirle a Rosas que no intervenga más en el sitio de Montevideo frente a los conflictos facciosos que suceden dentro de la política uruguaya.
El gran problema que subyace en la conmemoración de este día no es la representación heroica de la batalla de la Vuelta de Obligado. Por el contrario, el conflicto estaría situado en que, como afirma Ternavasio, “la banda oriental muestra el dilema de facciones y partidos que se alían mutuamente entre las dos supuestas naciones que no están claramente configuradas con un estatus soberano definido”. “Más allá de la firma de la independencia y del tratado de paz que dio lugar a la Republica del Uruguay, lo que está en juego es lo que Rosas deja congelado: constituir la Nación implicaba que Buenos Aires perdiera todos sus privilegios en los recursos de la Aduana y el monopolio de la libre navegación de los ríos”, agrega.
Por tanto, sacralizar la soberanía y conmemorarla con referencia a este hecho puntual es un ejercicio más propio de la política que de la historia.
Conformar la Nación
Si hablar de soberanía encierra sus complejidades durante el siglo XIX, pensar la Nación antes de 1853 es aún más difícil. Rosas, como buen heredero de la tradición revolucionaria que se inicia en 1810, representa las gestas de mayo y julio en las fiestas federales. Crea una representación del pasado, lo ritualiza exaltando el valor de la confederación y se ofrece como su más fiel protector. La propaganda política del rosismo es uno de los más destacados elementos del régimen y consagra en el ejercicio del voto la unanimidad política.
Sin embargo, si la pacificación interna creada por el rosismo a través de la eliminación del adversario político, es un activo valioso para la futura organización nacional el Estado nación es aún un anhelo poco explicitado en tiempos del Restaurador. En este sentido es que Hilda Sabato remarca que “el eje del problema en 1853 es conformar una Nación que tenga y que pueda asumir la soberanía en tanto Estado autónomo”.
“Para eso lo que instituye la Constitución es la República federal como novedad. Porque lo que habíamos tenido en el pasado era más bien una alternancia o una disputa entre un modelo más bien centralista o unitario, donde se erigía una autoridad central con bastante más poder que las soberanías provinciales, que habían estado desde el origen de todo el conflicto”, destaca.
La República federal será la novedad de la época; se crea una nueva instancia que es el Estado federal. Es este nuevo Estado el que encarna la completa soberanía de la nueva Nación, por lo que Sabato. plantea que “para que esto sea posible, las provincias deben resignar parte de su soberanía en esa instancia de poder centralizado que va a ser el Estado nacional, sin embargo se reservan todo otro poder que no hayan delegado por ese acto constitutivo” y agrega que “ahí surge una República federal que es nueva, una innovación completa, y partir de ahí el problema durante mucho tiempo va a ser la disputa entre cuánto poder se quedan las provincias y cuánto poder tiene el Estado nacional”.
Por lo tanto, el camino de la construcción de ese Estado nacional que hoy reconocemos comienza su consolidación con posterioridad a la sanción de la Constitución de 1853. Es importante destacar que la soberanía popular, entendida como constitución de la comunidad política, está presente con anterioridad de la conformación del Estado nacional. Como remarca la historiadora de la UBA, “Rosas también entiende que el poder radica en el pueblo”. “Tal es así que él realiza elecciones todos los años para ratificar su poder. El problema central acá no es la soberanía, el problema es cuánto poder se quedan las provincias y cuánto poder se delega a la Nación”, sentencia.
En definitiva, reflexionar sobre la historia no solamente supone conocer los acontecimientos y hechos que destacan las efemérides, implica también advertir las grandes líneas que configuraron nuestra vida en comunidad, cuyos sinuosos y complejos recorridos no siempre gozan del tiempo suficiente para ser pensados. Transitar ese camino también nos debe permitir reflexionar sobre qué clase de comunidad política queremos ser y qué elementos de nuestro pasado común no queremos repetir.
Hilda Sabato