CEMETERY 7 puntos

Francia/Reino Unido/Polonia/Uzbekistán, 2019

Dirección y guion: Carlos Casas.

Duración: 85 minutos.

Estreno disponible en Mubi.

Uno de los mitos africanos por excelencia, el cementerio de elefantes, es el polo de atracción y punto de partida creativo del último largometraje del español Carlos Casas, cuya anterior Solitude at the end of the world, rodada en Tierra del fuego, fue exhibida en el lejano Bafici 2006. El cine de Casas se ubica usualmente a mitad de camino entre el documental y la experimentación formal más extrema y su última creación no es la excepción, aunque tal vez la palabra que mejor se acerca a las imágenes y sonidos de Cemetery –como así también a sus repercusiones en el espectador– sea la ensoñación. Dividida en cuatro capítulos, la película comienza con el registro de un elefante de avanzada edad y un hombre (¿su mahout o cuidador, un ángel guardián, su contraparte humana, una futura reencarnación?). Un mono escucha atentamente las palabras que surgen de una radio, la descripción de un desastre natural que ha acabado con la vida de millones de seres humanos. La voz ubica la acción en Sri Lanka, aunque el espacio bien podría ser otro, concreto o mítico.

Hay un dejo del cine del tailandés Apichatpong Weerasethakul en esa cruza entre realidad y ensueño, entre cotidianeidad y fantasía, aunque Casas también le dedica varios minutos al documento etnográfico y natural: una escena extensa muestra en detalle el baño del paquidermo en un lago, ayudado en la faena por el hombre. La intuición indica que se trata del último remojón antes de la despedida de este mundo, un bautismo inverso que prepara al animal para el destino final en el recorrido de su vida. La placa que señala el comienzo del segundo segmento marca un quiebre radical y los protagonistas pasan a ser un grupo de soldado armados que andan en busca de alguien o algo innombrado. El lugar antes habitado por el elefante y el hombre luce abandonado y el ingreso de cada uno de los mercenarios a la profundidad de la selva termina, en todos los casos, con una misteriosa desaparición. Casas acomoda en este segundo capítulo los términos de la ficción pura, plataforma para el siguiente paso: abandonarlo todo en pos de la abstracción.

A partir de ese momento, las voces humanas desaparecen y sólo se escuchan los sonidos de la naturaleza. Un rayo misterioso que surge de la montaña y se eleva hacia el cielo (o viceversa), un plano subjetivo desde el lomo del elefante, siempre en movimiento, sombras misteriosas acompañadas de sonidos tanto o más indescifrables. Las fotos quemadas en la fogata y el abandono de los walkie-talkies son los últimos vestigios de la civilización; lo que queda es la espesa jungla y sus tesoros milenarios, alejados de la actividad y la mirada humanas. El final espera y, en él, la imagen de la naturaleza se impone como reflejo físico de lo espiritual. Rodada en la jungla de Sri Lanka con una parada en Atacama, Cemetery –que formó parte de la competencia oficial del festival especializado FidMarseille– crea una fábula visualmente imponente cuyo sentido es, al mismo tiempo, diáfano e indescifrable. Como un misterio religioso del cual el creyente cree haber asimilado el sentido sin terminar de integrarlo por completo a su entendimiento. El cine también puede ser eso.