Alberto Giordano vive en Rosario, donde hace más de veinte años que se desempeña como docente de teoría literaria, investigador y ensayista. Su ámbito natural fue siempre la academia, pero en los últimos años, ese marco que suele ser hermético tanto hacia adentro como hacia fuera, comenzó a mostrar signos de un desgaste que le permitió a este profesor salir a tomar un poco de aire. Sus investigaciones venían ocupándose de las escrituras del yo y de los modos del ensayo literario y ya habían sido publicadas en diversos libros: Manuel Puig: La conversación infinita (2001); Modos del ensayo: De Borges a Piglia (2005), Una posibilidad de vida: Escrituras íntimas (2006) y luego El giro autobiográfico en la literatura actual (2006), un texto que por diversas razones tomó una relevancia por fuera de los claustros universitarios.

Estas excursiones tuvieron que ver con la escritura. Giordano comenzó a llevar un cuaderno de apuntes que funcionaba como una suerte de diario personal. Allí despuntó dos vicios: el de diarista y también, de algún modo, de ensayista errático de diversos temas, con una estructura de apuntes breves, a la manera de Montaigne. Lo curioso es que este ejercicio que inició casi quince años atrás, lejos de los mentados cuadernitos Moleskine, lo hizo a través de Facebook. Cada domingo el profesor subía una entrada sobre algún tema: recuerdos, vivencias familiares, charlas con amigos, impresiones de lecturas recientes o repasos de lecturas fundantes, reflexiones en torno al ejercicio de la docencia, sus discusiones con la crítica académica, la sombra de la depresión, su gusto por el tango y el jazz. Al poco tiempo los posteos se volvieron en libro con el título El tiempo de la convalecencia (2017), por la editorial rosarina Ivan Rosado. A ese diario le siguió El tiempo de la improvisación (2019). Y a ese, este año, lo continuó Tiempo de más, tercero y último tomo de esta trilogía autobiográfica, diarística, que escribe precisamente el mayor experto argentino en diarios y autobiografías.

Este año, el camino literario iniciado con esos volúmenes, redobla la apuesta con Volver a donde nunca estuve: Algo sobre mi padre (Bulk editores), bello y sutil texto autobiográfico, que confirma con la fuerza y la delicadeza de las grandes obras, el lugar de Alberto Giordano en la literatura argentina. El desembarco de este autor en librerías culmina este año con la edición de El giro autobiográfico, por Beatriz Viterbo que reúne en un sólo tomo sus dos libros sobre el tema. En esta charla epistolar entre el litoral y Buenos Aires, repasa algunas de las ideas presentes en todos estos libros, a la vez que los orígenes de su proyecto como diarista. Mi primer experimento lo realicé en la adolescencia, en mis tiempos de ajedrecista. En cuadernos Rivadavia de tapa dura, casi todas las noches, anotaba y comentaba las partidas que había jugado en esa jornada, las amistosas (en el Club Rosarino) o las de los torneos. Cuando me preguntaban por qué lo hacía, apelaba a la coartada pedagógica: el registro y el autoexamen minucioso podrían contribuir a mis aprendizajes. En verdad lo hacía para jugar al autobiógrafo, para usar mi vida como materia de un libro imaginario.”

Pensaba en Facebook, el soporte que elegiste, que te pregunta “¿Qué estás pensando, Alberto?” De algún modo también es una incitación a la anotación de los pensamientos, de una perspectiva particular, algo que puede acercarnos a lo ensayístico, que también es otra de tus preocupaciones.

-Debo reconocer que no elegí Facebook cuando decidí llevar un simulacro de diario y un cuaderno de apuntes que pudiesen tener alguna recepción inmediata, era lo que tenía a mano, disponía de una cuenta. Si me hubiera tomado un tiempo para pensarlo, tal vez habría elegido llevar un blog, para quedar a salvo del parasitismo de algunos comentadores, pero entre las dichas del tiempo de la convalecencia estaba la de actuar sin premeditación. El disparador para anotar algo en cada jornada nunca fue la pregunta ¿en qué estás pensando?, sino más bien: ¿qué puedo escribir hoy, anécdotas familiares, pensamientos a la manera de los moralistas, recuerdos amorosos, impresiones de lectura, sin renunciar a producir sensación de cotidianidad? Hubo días en los que el posteo tomaba la forma de una entrada de diario, otros, las de un fragmento memorialístico, otros, las de un micro-ensayo. A veces tengo la impresión de que pasé del ensayo crítico a lo autobiográfico mediante un salto, de que el cambio de registro y de tono, no solo de temática, fue radical. Ahí están los apuntes sobre las ocurrencias de mi hija o sobre los fantasmas de la depresión para probarlo. Otras veces, en cambio, creo que la práctica del "intimismo espectacular" no es más que la prosecución del ejercicio ensayístico por otros medios.

En relación a este proyecto de diarios. ¿Cómo fue en todo caso pasar de investigar y trabajar críticamente con diarios de escritores a pasar a escribir uno? Sos un especialista en la materia, debe haber sido difícil en el momento de la escritura que la cantidad de referencias no te haya abrumado.

-Es curioso, pero no recuerdo ninguna ocasión en la que la referencia a mis diaristas de cabecera como Julio Ramón Ribeyro, Virginia Woolf, Paul Leautaud, Rosa Chacel, Raúl Ruiz, no me haya servido de estímulo. Jugar a ser como ellos, escritores de cuaderno, egotistas irónicos, siempre me entusiasmó, aunque advirtiera que mis destrezas retóricas y mis vivencias personales rara vez estaban a la altura de las circunstancias. Desde chico, la imitación fue mi Beatriz, y el de epígono improvisado, uno de mis roles preferidos. Hay entradas de Tiempo de más en las que reflexiono sobre esto. De lo que a veces me costó reponerme fue de haber confrontado mis experimentos diarísticos con los de otros escritores contemporáneos y próximos. Recuerdo la vez que leí Estados de Daniel Gigena y sufrí al notar que sus apuntes tenían un encanto y una sutileza, un aura de prosa ligera, que los míos no conseguían.

¿Cuál o cuales fueron los sentidos de tener un diario para vos? Suelen pensarse con el sentido de conjurar el indetenible paso del tiempo, o producir ciertos efectos benéficos para el carácter, entre muchos otros.

-Aunque, como sugerí antes, los míos son más bien simulacros de diarios, por las condiciones de escritura y el irreprimible impulso ensayístico, las ganas de sostener el intimismo con cierta constancia respondieron, por lo general, a los mismos propósitos que mueven a los diaristas genuinos. Poner algo a salvo del olvido y fantasear con su resurrección póstuma. Reflexionar sobre las ambigüedades de las propias inclinaciones y preferencias, con la coartada de conocerse mejor y la secreta aspiración a convertirse en un personaje interesante. Prescribirse reglas de conducta con miras a una improbable puesta a punto ética, aunque para un diarista psicoanalizado, cualquier propuesta de mejoramiento espiritual solo puede asumirse con espíritu irónico. Realizar ejercicios de estilo para aligerar la consistencia de los apuntes, volverlos más flexibles y ascéticos, con la ilusión de que suenen a prosa conversada.

Los diarios van del 2014 al 2020 y acaba de salir el tercero tomo de la trilogía que se anuncia como el último, Tiempo de más. ¿Te parece que a lo largo de esos años el sentido del ejercicio fue cambiando?

-Desde que comencé a responder este cuestionario, echo de menos la posibilidad de reproducir y comentar las respuestas en un cuaderno de apuntes virtuales, enlazándolas con referencias a circunstancias cotidianas, por ejemplo: anoche terminé de leer Diario pinchado, la novela de Mercedes Halfon, mi entrevistadora; durante el fin de semana volvimos a ver Gambito de dama, la serie de Neflix, y mi pasado de ajedrecista obsesivo no deja de retornar en oleadas. Ya no estoy seguro de que Tiempo de más habrá sido el último volumen de mis diarios en Facebook. Cuando comencé a actuar de diarista, como nadie me lo había pedido y a nadie le importaba, pude disfrutar de una especie de inocencia retórica que luego se fue perdiendo con la prosecución del ejercicio. Diría que ahora escribo mejor, sin que el esfuerzo se note tanto. Mi deuda con Nora Avaro, la editora de los dos últimos volúmenes, es, a propósito de este aprendizaje, inconmensurable. Ignoro si ese supuesto mejoramiento estilístico habrá tenido efectos sobre mi escritura en términos de sutiliza y perspicacia. ¿Habré sido capaz de presentar lo insoportable de la depresión, lo misterioso de sus causas y su retorno, con mayor autenticidad en el último volumen que en el primero? ¿Y qué habrá pasado, entre uno y otro, con la voluntad de explorar lo equívoco –a veces encantador, otras intratable- de los vínculos filiales?

OTRA VUELTA DE TUERCA

Hay que decir que desde que Alberto Giordano publicó El giro autobiográfico en la literatura actual hasta el presente, la literatura contemporánea siguió profundizando en las vueltas de ese giro. Si bien las escrituras íntimas (diarios, cartas, etc) y la autoficción no son nada nuevo, en los últimos años se hicieron tan fuertes en el campo, tan presentes e insistentes en librerías, que ganaron sus propios detractores. Giordano es además de un cultor del género, uno de sus más sofisticados defensores. Por eso, ante la pregunta acerca del exceso de narcisismo con el que habitualmente se caracteriza a los autores que practican esta forma, responde: "Diría que en todas las conductas humanas hay un gesto narcisista de base, sobre todo en la de quienes se ofuscan contra las escrituras del yo: confunden el narcisismo con una falta moral para poder darse aires de superioridad sin demasiado esfuerzo. Como en las otras formas de vida, lo que importa en las performances autobiográficas es el destino, y no la existencia, de los impulsos narcisistas: no da lo mismo si se fortalecen en el sentido de una objetivación que responde a demandas de reconocimiento, que si son capaces de dejarse afectar y trasmutar por impulsos de otra naturaleza, tendientes a la descomposición y la metamorfosis subjetiva. La transformación de una vida en obra literaria –la creación de modos de existencia singulares- requiere de la intervención y el dominio circunstancial de esta otra clase de impulsos.”

En el prólogo de El giro autobiográfico decís que a la primera edición le habías puesto de “la literatura actual” para atraer la atención del periodismo. Ahora sacaste esa parte. ¿Sentís que es un concepto que ya se instaló en el campo de la crítica literaria? ¿Creés que sigue siendo actual?

-Las cosas sucedieron tal como las cuento en ese prólogo. Pergeñé una fórmula que parecía capturar el espíritu de la época, fijar algo significativo de nuestra actualidad cultural y artística, para atraer la atención sobre mis ensayos críticos. La fórmula se impuso y continúa vigente, junto a otras que aluden más o menos a lo mismo: “giro subjetivo”, “giro intimista”, “espectáculos de intimidad”. Todas dicen algo verdadero acerca de nuestro presente, en el que la legitimidad de los escarceos autobiográficos, sobre todo si se presentan como testimoniales, parece irrevocable. Lo cierto es que a mí me importaba muy poco trazar coordenadas generales, el disfraz sociológico me chingaba por todas partes. Lo que en verdad perseguía era lo de siempre: entrar en intimidad con la rareza de algunas experiencias irrepetibles, que se desprenden imperceptiblemente del proceso cultural que facilitó su circulación. La etnografía de lo cotidiano en los viajes en ómnibus de Elvio Gandolfo; el devenir autobiógrafo del happenista Raúl Escari; los ejercicios de supervivencia de Gabriela Liffschitz; el arte de la demarcación sutil en las crónicas de María Moreno; por nombrar las que primero me vienen a la memoria.

En tus diarios hay un factor que va en contra de lo autocelebratorio o narcisista, que aparece constantemente desarmando situaciones de cierta gravedad, sean filosóficas o vivenciales, que es el humor. ¿Cómo pensaste esto vos?

-Hay una sentencia del filósofo español José Luis Pardo que acostumbro repetir en clase: “el arte de contar la vida no es más que el arte de vivir”. Para comprender la riqueza de esta afirmación es necesario aclarar que por “contar la vida”, Pardo entiende algo más complejo y ambicioso que narrar o registrar una historia personal: darse cuenta de que la vida es un proceso incierto en el que reinan lo azaroso y lo inestable; tenerla en cuenta, responder a sus pulsaciones y sus ritmos sincopados, como quien se expone a las alternancias de la marea. Para contar la vida sin fosilizarla es preciso contar con ella, vivir en la escritura las interrupciones y los recomienzos sin disimular la omnipresencia del sinsentido. En los géneros autobiográficos, que suelen tender a la autocomplacencia y la fijación de caracteres, el recurso al humor y la autoironía suele ser el mejor medio de restituirle a la escritura su vitalidad disolvente. Es la gran lección de Iñaki Uriarte, uno de los intimistas en actividad que más admiro (la editorial Pepitas publicó el año pasado la edición completa de sus Diarios). En los apuntes de Uriarte, el encanto de una prosa cuidadosamente desaliñada, inclinada hacia lo curioso o lo absurdo, sobre todo en los trances introspectivos, manifiesta el punto de vista de una convicción paradójica: la de quien se sabe interesante, por raro, no por excepcional, pero rehúsa tomarse en serio.

Esto aparece también en Volver a donde nunca estuve, desarmando la idea de un libro de duelo ¿Cómo surge el deseo de escribir un libro sobre tu padre? ¿Es parte de una serie que estaba en los diarios, que cobró espesor?

-Antes de volverse propio, el deseo de que existiera un libro compuesto a partir de las entradas sobre mi papá y su mundo se manifestó en Alfonso Mallo, un amigo escritor radicado en Santiago de Chile. Contra mi escepticismo, fue él quién entrevió la posibilidad de un libro autónomo y obró en consecuencia. Armó secuencias y constelaciones que yo no hubiese podido imaginar. Aunque figura como editor, Alfonso es el coautor del “libro de Aldo”, como lo llamamos nosotros. Durante un tiempo me resistí a aceptar que el proyecto fuera literariamente viable, pero apenas él anunció su propósito de ensayar algunas combinaciones, yo respondí con una proliferación de nuevas entradas. Para garantizar la autonomía del conjunto, y favorecer la plasticidad del montaje, Alfonso suprimió los títulos y las referencias diarísticas. Después yo practiqué algunas reescrituras. Hacia fines de 2001, mi papá sufrió un derrame cerebral que lo dejó afásico y le paralizó la mitad izquierda del cuerpo. Hasta ese momento había sido un hombre vigoroso y carismático, un verdadero mito familiar. Ya en 2004, después de leer Íntima de Roberto Appratto y Patrimonio de Phillip Roth, comencé a fantasear con la idea de escribir una narración sobre los días previos al accidente, sobre los viajes, la música y el cine que compartimos. Sin la intervención de Alfonso, tal vez nunca hubiese existido un libro sobre mi papá. Por eso, aunque nos conocemos desde hace apenas tres años, lo considero un amigo de toda la vida.

Me preguntaba por los efectos que la escritura de este libro tuvo sobre tu vida y tu recuerdo de tu padre. ¿Escribir sobre la vida tiene efectos sobre ella?

 

-Hace un par de meses volví a análisis por un rato, para destrabar un dilema puntual. Aunque no venía al caso, enseguida me encontré narrando la historia de papá, pero esta vez con los tonos de la comedia sentimental, ya no con los del melodrama. Cuando le conté a Alfonso lo curiosas que me habían resultado esas sesiones, aunque los temas eran los de siempre, descubrió la razón enseguida: “Ahora, cuando hablás de tu papá, hablás de Aldo, el personaje del libro. El tono de la rememoración, el que lo hace revivir, es el de tu escritura.” Joseph Conrad escribió que “los muertos solo pueden vivir con la intensidad y calidad de vida que le prestan los vivos”. No sé qué pensaría papá de su metamorfosis en personaje, seguro tendría mucho para agregar y bastante para corregir. Ojalá mi libro le haga justicia, más que a su memoria, al buen humor y la melancolía que me ganan cuando lo recuerdo.