El paradigma del amor romántico, desde el psicoanálisis, es el amor neurótico en su carácter más típico, que articula celos, seducción y vergüenza como realización simple del deseo.

Hay una escena típica: él se queja de que ella es celosa. Ella dice que él es seductor fuera de la pareja. Pero cada vez que él regresa a la casa tienen sexo. Esa escena repetida admite una interpretación clara: los celos son una condición erótica de la relación. Es decir, ella lo desea en la medida en que él puede desear a otra mujer, porque para interesarse en su deseo necesita sacárselo a otra mujer. Hasta que un día la relación se afianza y él se vuelve un ser doméstico (o domesticado), entonces ella empieza a salir más y es él quien se pone celoso, siente que el deseo de ella lo humilla, mientras que ella se queja de su posesividad, empieza a despreciarlo y, sin darse cuenta, busca excusas para que la relación termine, porque su condición erótica es que él desee a otras. Por eso los celos femeninos, aunque provoquen un sinnúmero de quejas y malestares, cumplen una función en el erotismo conyugal. Entonces es posible afirmar que el complejo de Edipo, en definitiva, son los celos. Es decir, el Edipo es una estructura que se verifica por sus efectos y uno de ellos son los celos como condición amorosa.

Podríamos definir el amor romántico como aquel que se desprende de una serie de vivencias (comunes en la histeria femenina): 1. Querer que el otro quiera; 2. Puesta a prueba de la espera; 3. Idea de entrega. Los tres componentes se resumen en la letra de la canción que dice “Dame tiempo para darte todo lo que tengo”, de Julieta Venegas. Desde hace unos años se critica el amor romántico, pero en análisis muchas mujeres no dejan de preguntar ante la decepción amorosa “¿Tendría que ser más histérica?”, como si todavía no encontraran otra forma de situarse en el erotismo. Es que todavía no pareciera haber una alternativa menos sufriente para el amor romántico, para esa histerización que el amor pareciera requerir como vía de entrada a una escena de seducción; lo decimos porque esa pregunta que se hacen esas mujeres “¿Tendría que...?” muestra que donde no está la histeria empiezan a aparecer imperativos acerca de cómo una debería ser, ese “tener que” que pone en evaluación a mujeres y varones, que implica expectativas que parecen menores pero son más absorbentes, por ejemplo, que ellas tengan que no reclamar presencia para no sentirse pesadas. Quizá “deconstruir” el amor romántico no sea ir más allá de esa experiencia, sino hacerse la pregunta de por qué no se puede jugar con el romanticismo, en el que a todos nos toca el papel de seducidos.

Entonces, “amor romántico” quiere decir, para el varón, el deseo posesivo que se expresa en celos y, para la mujer, el síntoma de “amar el amor” al punto de que puedan, ambos, establecer relaciones de dependencia emocional que se sostengan en cuota importante de sufrimiento. Freud en el siglo XIX inventó un método para curarse de eso y lo llamó psicoanálisis.

Sin embargo, el “amor romántico” se distingue de una serie de casos con que nos encontramos hoy, que podemos llamar “amor del XXI” o “post-amor”, en los que el varón se ubica en una posición seductora, desplaza los celos directamente hacia ella y, antes que con un efecto de histerización, nos encontramos con mujeres que se sienten avergonzadas por sentirse “densas”, “intensas”, culpables de no hacer lo suficiente o lo correcto para que un varón las elija o se quede con ellas. Es decir, la histeria que respondía con síntomas a la demanda amorosa y que básicamente se define como la defensa frente a la fantasía de seducción, hoy se presenta como reivindicativa, incluso desplazando su síntoma a las causas generales; o también bajo la forma de la desmentida (por lo tanto, distinta de la represión). Son quienes dicen “Sé que es un idiota, estoy harta de su maltrato, pero aún así lo quiero”. La maniobra de ubicar allí algún efecto de conflicto no tiene asidero, por el contrario, culpabiliza. Sumado a ello, el sufrimiento amoroso por parte de las mujeres no era cuestionado en otros tiempos, pero en la actualidad a ese sufrimiento se le suma la culpa por sufrir, porque se supone que una mujer “cool y empoderada” no debería hacerlo.

*Psicoanalista. Doctor en Psicología y Doctor en Filosofía. Fragmento de su último libro “El fin de la masculinidad. Cómo amar en el siglo XXI” (Paidós).