Iris camina por los laberínticos pasillos abiertos del Barrio Las Mil Viviendas, en Corrientes. Un hombre la piropea groseramente, le chifla, pero la chica sigue caminando, inmutable, haciendo que la pelota de básquet golpee el piso y vuelva a tocar las palmas de sus manos. El peloteo regresa en forma de eco y se mezcla con conversaciones lejanas, algún grito, un saludo, mientras la cámara continúa presentando de manera indirecta el espacio en el cual tendrán lugar las acciones, reacciones y anhelos de los personajes. Ese extenso plano-secuencia inicial pertenece a Las mil y una, segundo largometraje de ficción de la correntina Clarisa Navas, que allá lejos y hace tiempo, justo cuando la pandemia comenzaba a tomar cuerpo, abrió la sección Panorama del Festival de Berlín. Diez meses más tarde, la película se presenta en la Competencia Internacional del Festival de Mar del Plata (podrá verse a partir de mañana) y tendrá un lanzamiento virtual en la plataforma CineAr Play la primera semana de diciembre. La directora de Hoy partido a las 3 vuelve a ensayar un relato coral donde los cuerpos y sus deseos están siempre en primerísimo plano, un film de ninguna manera autobiográfico que, sin embargo, está muy anclado en las experiencias personales de la realizadora y el reparto. Una película de ficción que intenta encaramarse en la realidad, representar cierta verdad. Iris (la actriz debutante Sofía Cabrera) es no tanto la protagonista en un sentido estricto –aunque su historia personal haga las veces de corazón de un cuerpo vital y movedizo– como una guía para ingresar en un universo complejo y rico que es la totalidad del film. Iris, sus dos hermanos y el grupo de amigos del barrio descubren la sexualidad, con todos sus dolores y placeres a flor de piel, surfeando prejuicios y peligros. Sobreviviendo.

Clarisa Navas nació y vive en Corrientes, aunque no duda en autodefinirse como una persona nómade. Cada dos por tres viaja a Formosa para dictar clases en la escuela de cine ENERC de esa provincia y se la pasa cruzando la frontera con Paraguay, donde está filmando una película a lo largo del tiempo, de manera intermitente. “La verdad es que nunca sé muy bien qué responder a la pregunta de dónde vivo. Paso varios meses en muchos lugares. Pero mi familia vive en el Barrio Las Mil y es un lugar al que siempre vuelvo”. Navas hace un breve cameo en Las mil y una y puede vérsela practicando lo que pudo haber sido su profesión: el básquetbol. “Si hubiese tenido cinco centímetros más de altura no estaríamos haciendo esta nota, porque estaría jugando en la liga”, afirma en comunicación con Radar desde su casa en la capital correntina. “Practico el deporte desde los diez años, siempre en la posición de alero y a veces de base, y llegué a jugar en la primera división en Buenos Aires, en el equipo de Argentinos Juniors”. Luego del estreno de Hoy partido a las 3 (2017) –que hacía de otro ámbito deportivo, el fútbol femenino amateur, el teatro de operaciones del relato– la realizadora dejó de jugar profesionalmente, pero su amistad con Sofía Cabrera, una de sus compañeras de cancha, la impulsó a llamarla para encarnar a Iris. ¿Y el título de la película? Desde luego, tiene que ver con el nombre del barrio, pero “también es una suerte de visión o sensibilidad ligada al hecho de ser mujer y de pertenecer a una minoría. La expresión ‘pasar las mil y una’ engloba todo eso. La idea original partió de una vivencia muy personal relacionada con el hecho vivir en el barrio, de haber transitado historias muy parecidas a las que se ven en la película. Pero también creo que hay algo muy vital, que tiene que ver con construir imágenes desde la periferia, con actores y actrices pertenecientes a Corrientes y a la región, porque también hay gente de Chaco y Formosa. Y, de alguna manera, hacer un manifiesto, un ejercicio de resistencia desde un barrio en el cual, al que nace o crece ahí, le es imposible pensar que en el futuro va a poder, por ejemplo, hacer cine. El punto de partida de Las mil y una es algo que comencé a escribir cuando era adolescente, un cuento que tenía que ver con todas esas cosas que iban pasando. Siempre pensé que, en algún momento, iba a poder hacer esta película y el guion fue escrito a partir de ese viejo relato”.

Callada, nerviosa, un poco temerosa y, sin embargo, determinada una vez que toma decisiones, Iris afirma rotundamente que no es lesbiana. “Pero te gustan las mujeres”, le dice su hermano sin repetir y sin soplar. Ahí está Renata (Ana Carolina García), una chica algunos años mayor y mucho más experimentada, que acaba de regresar de Paraguay luego de una separación sentimental con su pareja, una mujer de unos cuarenta años. “Al final, lo mejor eran los petes”, le cuenta Renata a Iris, quien dice que no, que ella nada, que ni siquiera se toca ahí abajo. De Renata dicen mil cosas: que es una puta, que anda con todos, que tiene sida. Su nueva amiga no se anima a preguntarle y es cautelosa a la hora del contacto físico; sin embargo, no puede evitar buscarla, caminar y hablar con ella, recorrer de nuevo ese barrio familiar y verlo con nuevos ojos. Clarisa Navas recuerda el origen de su película previa, Hoy partido a las tres, y afirma que “nació de una dimensión festiva. También de minoría, a la cual yo pertenecía, y de trabajar desde una urgencia que, en ese momento, eran mis compañeras de fútbol. Había una energía vital que tenía que aprovechar porque de otra forma iba a deshacerse y todo surgió como un deseo colectivo. Pero ya en ese momento, hace cuatro años, estaba pensando en que la siguiente película sería Las mil y una”. Trabajar con gente cercana, con amigos y vecinos. A la hora de elegir a todas esas personas que pondrían el cuerpo delante de la cámara, Navas y sus colaboradores diseñaron un casting especial, aunque siempre supo que Sofía –su compañera de básquet, su gran amiga– sería la protagonista, Iris. “Ella nunca había actuado, pero la dupla que se armó con Ana Carolina, que es licenciada en artes dramáticas y actriz, generó una simbiosis que ayudó mucho a la hora del rodaje. Los dos hermanos están interpretados por actores profesionales correntinos y la mayoría de las personajes secundarios son actores que trabajan en la región, aunque también hay personas del barrio que nunca habían actuado, ni en el cine ni en el teatro”.


Clarisa Navas

Si bien la película regala un tono realista tan palpable que parece robado de la realidad, el guion de Las mil y una fue fuerte y pautado. “Tuvimos un rodaje muy breve, de apenas tres semanas, y fue el momento de recoger lo que se había trabajado antes en ensayos muy largos. Los rodajes para mí, al menos hasta ahora, han sido instancias en las cuales hay que recuperar mucho del trabajo previo”. Para la realizadora, lo más importante a la hora de elegir el reparto fue que se tratara de personas que pudieran construir una presencia desde un lugar personal, “ya sea por haber transitado experiencias similares o por vivir en la periferia. Hay un lugar sensible ahí que me parece muy difícil de construir si no se pasa por eso. También por una cuestión ética. A partir de los ensayos, meses y meses de trabajo, surgieron espontáneamente formas de improvisar a partir de esas experiencias y de apropiarse de ciertos textos o dinámicas. Eso se bajaba a papel y de vuelta a empezar, por lo que el guion se reescribió todo el tiempo hasta llegar al momento del rodaje. Fue un guion, digamos, poroso”. En cuanto a la estructura visual de la película, Navas describe que, a la par de los ensayos, hubo mucho trabajo alrededor de cómo construir las imágenes de ese espacio, “un lugar tan querido para mí y que, al mismo tiempo, es tan vulnerable a esa típica imagen ligada a la marginalidad, a la pobreza. Mi pregunta fundante a la hora de plantear la puesta en escena fue cómo construir algo diferente, de manera ética, sobre un lugar que habité y todavía habito. Construir un mundo que pueda evocar la sensación de estar ahí, de ser parte de una minoría, un lugar que a veces se vuelve complejo. Y que empuja a poner el cuerpo de un modo especial, una especie de estar siempre alerta. Una manera de existir única. Son cosas que fuimos charlando con Armin Marchesini, el director de fotografía, de manera que la cámara se hiciera eco de esos lineamientos. Creo que los planos-secuencia tienen que ver con ese espíritu de tránsito, porque los barrios se van armando de tránsitos, no son algo fijo. El tiempo continuo también tiene que ver con el movimiento del cuerpo de los actores en el lugar, que contrasta con los planos fijos en los interiores. Algo que, a su vez, también tiene que ver con la imposibilidad de que esos espacios sean más grandes, algo ligado al hacinamiento”.

Clarisa Navas en rodaje

Las mil y una pasó “presencialmente” por los festivales de Berlín y San Sebastián, además de una docena de eventos necesariamente virtuales, pero todavía no fue exhibida en Corrientes, en el mismo barrio donde se filmó. “Es extraño, porque la película tiene un recorrido internacional importante y hay cierto cordón que ampara el visionado y que, por las razones que fuere –por gusto o por corrección política–, defiende la película. Pero es muy diferente ir a Corrientes, con todos los prejuicios que hay en el barrio. Hay cosas ahí que son difíciles de enfrentar. Ese en mi mayor miedo y también el del elenco: cuáles van a ser las reacciones de la gente”. La violencia está presente en la pantalla, aunque no necesariamente de forma explosiva. El deseo y la violencia van muchas veces de la mano y el sexo urgente puede tener un componente activo de humillación. “El deseo es lo que mueve todo. Es una cosa muy vital en un sitio donde las condiciones suelen ser de opresión, de trabas, no de posibilidades. Frente a eso creo que el deseo ebulle de un modo notable, lo cual es muy valioso. Es algo ligado a la supervivencia. Por eso mismo es algo que puede terminar golpeándote. Creo que el deseo en general también es eso, ¿no? Hay un diálogo entre una dimensión más real, que tiene que ver con la cuestión de las violencias machistas, que también operan entre las mujeres, pero que en un contexto así se manifiestan de un modo mucho más explícito en los hombres. Todo eso está tomado desde la observación directa, de experiencias personales o de mis mejores amigos. Y es algo perverso, porque parecería que, a esa edad, la condición de lo sexual entre dos varones trae aparejado cierto grado de violencia. Siento que las nuevas generaciones son un poquito más luminosas, pero eso aún sigue siendo la constante”. Mientras la amistad entre Iris y Renata transmuta en algo distinto, los tropezones y caídas parecen inevitables. Lo mismo para los hermanos de la protagonista, tan resistentes como frágiles, parte de una misma y única configuración. “Los amigos de Iris tienen una suerte de isla. Y la madre protege a sus hijos y a Iris, desde luego, pero puertas afuera todo eso se sigue rechazando”, detalla Navas a la hora de pensar la identidad sexual de los personajes. “Hoy en día, en Corrientes hay muchas familias así: la aceptación se da dentro de la familia, pero afuera todo se vuelve más complejo”. En cuanto a la posibilidad de que la propia película sea etiquetada, algo que su inclusión en los festivales mencionados desmiente rotundamente, la directora reflexiona y afirma que “siempre existe el riesgo de que te etiqueten. Eso tiene que ver con un estado del cine, de la crítica y los programadores. Las etiquetas categorizan y también segregan. Para mí esta no es una película temática. Habla de otras cosas, de otras sensibilidades. De ritmos y cuestiones que tienen que ver con una comunidad y no tanto con la disidencia o lo LGBT. Aunque, claramente, sí son personajes que tienen conflictos en relación con eso. Es las dos cosas a la vez”.