La humanidad se encuentra frente a una conjunción de situaciones sociales críticas --culturales, políticas, étnicas, religiosas y económicas-- que impactan en la salud mental no solo de cada individuo sino también del colectivo social y deben ser tomadas en cuenta para comprender los procesos que nos llevan a ser sujetos.
Los niños y adolescentes enfrentados a guerras, migraciones o a la delincuencia sufren el riesgo de su integridad física y social y el desvalimiento psicológico, ya que se encuentran desprovistos de figuras identitarias, de protección y cuidado necesario para su desarrollo, sea que estos déficits provengan de funciones fallidas de los Estados, Instituciones o del núcleo familiar. Lejos están de ser tomados en cuenta como sujetos de derecho regido por los principios fundamentales que garanticen un adecuado desarrollo físico, mental, espiritual moral y social tal como lo determina el acuerdo internacional sobre la infancia celebrado por las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989.
Estas realidades sociales nos demandan respuestas que ayuden a tramitar la adversidad y a reparar los daños provocados.
Como psicoanalistas sabemos que ninguna infancia puede ser pensada fuera del tejido social en el que se desenvuelve y que el mundo interno y el externo se entrelazan para poder pensar los procesos que inciden en eldesarrollo.
Tres circunstancias de vida así lo demuestran
Niños de la guerra
“Cuando nací, mi mamá me puso Belky’Rocío. La guerra me quitó todo, a mi familia, mi niñez y me separó a mi hermanito. La guerra hasta me quitó lo único que nadie me podía quitar, mi nombre. Ahora me llamo Sara”. Así comienza el relato de La Niña (Netflix). Una historia ficcionada basada en hechos reales que cuenta cómo una niña es reclutada forzosamente por grupos armados colombianos. La ausencia del Estado es evidente. Diferentes situaciones impactan en ella de manera traumática hasta que un acontecimiento (Badiou) modifica la realidad y provoca cambios que habilitan la posibilidad de elaborar y transformar sus traumas.
En el análisis realizado por Orduz, Aponte y Camacho[1] sobre la película, se resaltan nociones como desvalimiento y desamparo. “...la protección frente al desvalimiento se desarrolla desde la intimidad del cuidado familiar durante los primeros años de vida hasta la protección social de un estado de derecho que cuida la indefensión de un cuerpo pasible de ser maltratado. Las situaciones bélicas, la violencia social, la agresión, en sus diversas formas de manifestación implican la vulneración de los derechos de un infante y por lo tanto tendrían un efecto traumático en el desarrollo del ser al impactar sobre una organización que aún no toma características estables...”. Ante esto, el psiquismo infantil queda expuesto a la fragmentación y no integración, sumado a la orfandad de su familia de origen y cambio de identidades, lo que lleva a “la Niña” a tener que transitar duelos y acomodaciones psicológicas para poder sobrellevar lo vivido.
Cuando la identidad y la existencia se ven amenazadas, el ser humano recurre a mecanismos de defensas psicológicos que son adaptaciones funcionales a medios nocivos, disruptivos, lo que provocan daños en el psiquismo que llevan, como dice Moty Benyacar, a un vivenciar traumático donde se desarticula el afecto de la representación. Los traumas se viven pero no pueden ser puestos en palabras.
Los niños migrantes
Lo antedicho se hizo evidente en el análisis de pacientes adultos que migraron con sus familias en los primeros años de vida. Los niños migrantes desarrollaron mecanismos psíquicos defensivos de sobreadaptación, disociación, falso self y aislamiento (entre otros) como producto del miedo, enojos, humillaciones y burlas a las que se vieron expuestos. Experiencias unidas a la falta de sostén necesario de sus padres por estar ellos abocados a la supervivencia cotidiana y a sus propios impactos emocionales. En este sentido, la construcción de sus identidades se vieron marcadas por la falta del encuentro con el otro capaz de brindarle apoyo, contención y sentido a las experiencias vividas, dejando las marcas de los traumas, duelos congelados y sus consecuencias a largo plazo tales como somatizaciones, inhibiciones, desconfianza y dificultades en la convivencias. Para que un cambio psicológico saludable se produzca, es necesario elaborar los duelos de la infancia, o sea, realizar un proceso de integración del mundo interno en contacto con el mundo externo que pueda alojarlo y que “...permita al sujeto reconocerse a lo largo del tiempo a pesar de los cambios y vicisitudes por los que puedan haber atravesado...” (García, Merlo, Moreno Dueñas)[3]
El estereotipo del “pibe chorro”
Niños y jóvenes de las guerras, de las migraciones, comparten con los “pibes chorros” la amenaza a su sentimiento de integridad en conjunción con estigmatizaciones y prejuicios sociales que pueden distorsionar nuestra comprensión de aquello que los empuja a tener determinado tipo de relaciones y comportamientos. Creencias que no nos permiten entender la complejidad en el armado de sus aparatos psíquicos. En este sentido, Miguel Kunst[2] indaga el modo en que los jóvenes infractores a la ley penal construyen su identidad. “Los pibes chorros son en su abrumadora mayoría jóvenes varones que han crecido en contextos de vulnerabilidad”, dice y nos invita a reflexionar “sobre la encrucijada subjetiva que se configura para estos jóvenes a partir de los procesos propios de la adolescencia, atravesados por los mandatos varoniles y de consumo”.
Provenientes de barrios marginales, pobres, construyen su forma de ser dentro de un modelo identitario dehegemonía masculina patriarcal. “Ser” un hombre es tener aguante, ser el sustento familiar. El ser uno mismo se confunde con ser como todos los hombres. Dada la posición de sometimiento y vulneración de derechos en la que se encuentran los “pibes chorros” se sostienen machos consumiendo sustancias, ejerciendo la violencia que los lleva al reingreso del sistema penal juvenil. Será ampliando los derechos de los postergados, brindando propuestas identificatorias menos costosas y generando autorresponsabilidades como podremos vislumbrar un porvenir diferente para ellos.
Si el ser humano se construye en el encuentro con el otro, la historia no es un destino dado. Para que un nuevo desarrollo psíquico sea posible es necesario que las experiencias traumáticas se conviertan en un relato, en una representación que dé sentido y emocionalidad a lo disruptivo o detenido de la propia historia.
Es entonces menester pensar no solamente en intervenciones individuales sino también comunitarias que garanticen los derechos de los niños y jóvenes. Los analistas contamos con una escucha amplia, reflexiva, de capacidad para mentalizar aquello que fue escindido, no simbolizado, que nos permite estar atentos a los emergentes que posibiliten la integración.
Nuestro pensamiento psicoanalítico debe estar incluido no solo en programas de prevención en Salud Mental sino también en el advenimiento de políticas públicas estables y transformadoras de lo ya instituido que obturan un desarrollo saludable.
Mirta Itlman es especialista en Niñez y Adolescencia. Miembro de la Comisión Directiva de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (APdeBA). Miembro del Comité de Psicoanalistas en la Comunidad. FEPAL-IPA.
Este trabajo está basado en los textos y discusiones presentados en el Simposio Anual de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires 2020 “Lo infantil en psicoanálisis. Ideas en juego”.
1. Del trauma como impacto, de lo real al acontecimiento como elaboración narrativa. Fernando Orduz, Ricardo Aponte, Juliana Camacho. Sociedad Colombiana de Psicoanalisis; Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.
2. "Pibes chorros": la delincuencia juvenil como expresión fallida de la adolescencia masculina. Miguel Kunst, Universidad de Buenos Aires.
3. Los desafíos psíquicos de la infancia. Mentes en migración. Graciela de Luján García, Susana Ruth Merlo, Nancy Moreno Dueñas. Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires.