“Ay del holgazán, si encuentra afán, y ay del griego, si tiene el bolsillo lleno”. Adrianí, la mujer del comisario ateniense Kostas Jaritos, despliega el escepticismo y la desconfianza de una intelectual “aguafiestas”, aunque es una sencilla ama de casa que, durante la crisis económica en Grecia, ya no sabía cómo estirar más el dinero y hacía malabares culinarios con las sobras recocinadas. Ella es la primera en preguntar de dónde viene el dinero y las inversiones que empiezan a circular en el país porque “jamás en la vida he visto a ningún rey mago echándonos regalos desde el cielo”. El asesinato de Kostas Lalópulos, un funcionario de la secretaria de Estado de Turismo, será el primero de una serie de crímenes –incluido el de un periodista jubilado– vinculados con los paraísos fiscales. Después de la “Tetralogía de la Crisis”, el escritor Petros Márkaris vuelve con Offshore (Tusquets), la décima novela de la saga protagonizada por Jaritos. Más negro y amargo que nunca, en la trama de esta historia los asesinatos se tratan de encubrir como intentos de robos, y los acusados serán dos paquistaníes y un iraquí. Jaritos será suspendido de la fuerza porque puede desenterrar secretos que el nuevo subdirector general desea mantener sepultados.
A los 80 años, Márkaris habla con el entusiasmo de un joven de veinte. El narrador griego –que nació en Estambul (Turquía) en una familia cristiana de padre armenio y madre griega– y guionista de varias películas del cineasta Theo Angelópulos como La mirada de Ulises vino a presentar Offshore, invitado por la Fundación OSDE. En el final de la novela, el comisario Jaritos afirma: “Hoy en día culpamos a los inmigrantes y sanseacabó”. ¿Por qué los inmigrantes son los chivos expiatorios de las complicaciones del mundo? “En general, mucho más en épocas difíciles, la gente encuentra algunas personas, ya se trate de individuos o de comunidades, a las que culpa de todo. Esto no es nuevo, pasó desde el siglo XV con los judíos. La diferencia es que hoy, como tenemos el terrorismo islámico, es aún más fácil culpar sin excepción a todos los inmigrantes. Por desgracia es una evolución muy negativa para las sociedades y para las culturas; es la total negación de comprender al otro”, plantea el escritor en la entrevista con PáginaI12.
–Donald Trump prohibió el ingreso de inmigrantes de siete países de mayoría musulmana. El director de cine iraní Asghar Farhadi, ganador del premio Oscar a la mejor película extranjera, no pudo ni quiso asistir a la ceremonia. ¿Cómo afecta culturalmente estas restricciones en el movimiento y circulación de las personas?
–La mala noticia es que para Trump los inmigrantes son todos lo mismo. Pero no son lo mismo. Yo siempre me enojo cuando los periodistas escriben la palabra Islam con una “i” mayúscula. En los países islámicos hay enormes diferencias. No hay nada en común entre un tunecino y un libio. No hay nada en común entre un sirio y un saudí. No son todos lo mismo. La buena noticia es que existe una excepción. La cultura es el único poder de la sociedad que trata de comprender a los inmigrantes y sus problemas. Sin embargo, esta es una pregunta con final abierto: ¿cuánto tiempo seremos capaces de hacer eso? Cuando uno hace algo solo no puede determinar durante cuánto tiempo va a tener los medios, el poder y el coraje de resistir. No es fácil…
–Hay una pregunta central en Offshore que la hace Adrianí, la mujer de Jaritos: ¿De dónde viene el dinero?
–En primer lugar escribí cuatro novelas que abordan la crisis financiera en Grecia. Después de haber terminado la cuarta, estaba agotado porque, como sabrás, no es fácil escribir sobre la crisis. No es fácil vivir con la crisis con tu familia, con tus amigos, con la gente que la sufre. Por lo tanto dije: “ya hice lo que tenía que hacer, ahora voy a cambiar”. La pregunta, después de las cuatro novelas, fue: ¿de qué voy a escribir ahora? Pensé durante meses, hasta que un día me hice la siguiente pregunta: ¿qué ocurriría si el dinero comenzara a ingresar nuevamente a Grecia? Al empezar a escribir la novela, la pregunta se tornó más específica: ¿De dónde viene el dinero? Todo el mundo está contento, nadie se lo pregunta, salvo Adrianí y el personaje alemán. Esto me llevó a descubrir un relato que tiene que ver con la falta de transparencia del dinero en la actualidad. El dinero no es transparente, no sabemos de dónde viene. Cuando le entregué esta novela a mi editor griego, una semana después en todo el mundo se empezó a hablar sobre los Panama Papers. Mi editor me dijo: “vos lo sabías y lo escribiste por eso” (risas). El primer ministro de Islandia renunció por los Panama Papers y David Cameron tuvo un problema muy serio. Pero todo quedó como estaba, no cambió nada, porque todo el mundo está de acuerdo con la falta de transparencia.
–Adrianí dice en un momento que ella aprendió más de la crisis que de ese falso bienestar que da un dinero que no se sabe de dónde viene. ¿Qué se aprende de las crisis?
–Para aprender de la crisis se necesita educación y esa educación es la vida en la pobreza. Adrianí creció en la región más pobre y difícil de Grecia. Toda su vida, desde niña hasta adulta, vivió en la pobreza. Ella sabe que hay cosas que se pueden aprender de la pobreza: cómo administrar el dinero, cómo sobrevivir y establecer prioridades de las cosas que se necesitan. Esto es lo que hizo Adrianí durante las cuatro novelas de la crisis. Siempre puede pensar con la mente clara, ella sabe qué hacer.
–Como escritor, ¿qué aprendió de la crisis?
–Aprendí dos lecciones diferentes: la primera es la más sencilla porque yo sabía en qué sentido los bancos eran responsables de lo que estaba ocurriendo en Grecia. La gente no pagó los créditos a los bancos, pero los bancos estaban otorgando créditos incluso por un traje de bodas, por cualquier cosa. Entonces fueron responsables en términos financieros y morales por lo que hicieron. Yo sabía muy bien lo que significaba la evasión impositiva cuando escribí la segunda novela. Y conocía muy bien las posibilidades de esta generación de la Politécnica, que fue la generación que opuso resistencia a la dictadura. Pero luego de la dictadura, una parte de las personas que pasaron a la vida pública, a la política, a los sindicatos y a las universidades, cometieron errores muy peligrosos. La consecuencia de estos errores también causó la crisis. Es erróneo pensar que la crisis empezó en 2009. El comienzo de la crisis fue a mediados de la década del 80. El problema es que en cierto punto uno descubre que la gente no es inocente. La gente es corresponsable de lo que ocurrió. Entonces escribí la cuarta novela con este personaje alemán y griego porque traté de explicar que lo que uno ve como vida social se podía comparar con Kafka; por eso tomé como ejemplo En la colonia penitenciaria. Y esto se puede ver a través de las cartas de Andreas Makridis, la víctima que comete suicidio, que le escribe a una persona llamada Franz, que por supuesto es Kafka. En Hasta aquí hemos llegado, la cuarta novela de la crisis, entendí con claridad no solo a las víctimas de la crisis, sino también a aquellos que fueron corresponsables de lo que está ocurriendo.
–Esta semana se anunció en Grecia el recorte número trece a las jubilaciones y pensiones. La pensión mínima bajará de 486 euros a 384 euros. ¿Hasta dónde se puede recortar? ¿Cómo es posible vivir así?
–Hace tres semanas le dije a un periodista económico alemán: “todo lo que están haciendo sería demasiado, si tuvieran el valor de construir el espacio público en Grecia a partir de cero”. Y me dijo que tengo razón; pero los alemanes, los europeos, no dicen una palabra sobre esto. Simplemente dicen: “¡Recorten!”. Un mes antes de Navidad el gobierno dijo que tenía un superávit de 760 millones de euros y que lo iban a distribuir entre los más pobres. Los europeos del FMI se enfurecieron porque no les habían preguntado. Los dos son mentirosos porque ese dinero es dinero que el Estado le debe a los griegos, lo recaudado por el impuesto al valor agregado y otros impuestos. Los europeos y el FMI lo saben y no dicen una palabra.
–¿Fue muy decepcionante lo que sucedió con el primer ministro Alexis Tsipras?
–No, para mí no fue decepcionante. Yo dije abiertamente, incluso cuando Tsipras estaba en la oposición, que Syriza sería un desastre. Muchos de mis amigos, Andrea Camilleri entre ellos, se enfurecieron conmigo. Y ahora están diciendo: “no lo podemos creer”... ¿Qué es lo que hay que creer? Syriza es un partido populista y oportunista con un discurso de izquierda. Eso es lo que son.
–En la novela, cuando Jaritos está intentando buscar testigos del asesinato del periodista, hay una escena en la que aparece una mujer anciana que es neonazi “hasta la médula”. ¿Los militantes y simpatizantes de Amanecer Dorado son viejos o hay también jóvenes?
–Hay muchos jóvenes entre ellos. Dos días antes de que me fuera de Atenas, un grupo de jóvenes anarquistas fue a protestar frente a las oficinas de Amanecer Dorado, el partido neonazi. Un joven que trabaja en el partido atacó a un estudiante y lo golpeó tanto que lo tuvieron que internar. El atacante tiene 28 años.
–Es evidente que hay una crisis de la izquierda en Europa, crisis que se da a la par del avance de los partidos de derecha y de extrema derecha en el mundo. Ahí está el ejemplo de Trump como paradigma máximo, pero en Francia está el peligro de que gane las elecciones Marine Le Pen. ¿Cómo se puede reconstruir la izquierda?
–Es una pregunta muy difícil de responder. Cuando escucho que la gente me dice cómo es posible que los más pobres hayan votado por Trump, cómo es posible que los pobres hayan votado por el Brexit, yo contesto que lo hacen porque están desesperados. La desesperación es un problema porque los desesperados están muy solos y no hay ningún partido de izquierda que los movilice, que les dé sentido a su desesperación. Como están desesperados, como están solos y abandonados a sus propios medios, votan como votan. Esto va a durar un tiempo porque no veo en Europa, en ningún país, una izquierda que sepa qué hacer. Yo crecí con la izquierda, pero hoy no existe. Hace un año estuve en Turín y tuve una discusión con un cientista político que me dijo: “Usted siempre estuvo con la izquierda, ¿todavía está?”. Y yo le dije: “Yo estoy buscando la izquierda, cuando la encuentre le digo”.
–En Offshore aparece muy cuestionada la posibilidad de que haya justicia cuando Jaritos visita la cárcel y habla con un inmigrante detenido que es inocente, que no cometió ningún crimen. La justicia está cada vez más jaqueada, ¿no?
–Sí, por supuesto que está jaqueada. No hay ninguna duda. Creo que estamos atravesando un período muy difícil y que no tiene que ver con la izquierda o la derecha. Esto se lo dice Zisis a Jaritos: “vos era un fascista, un colaboracionista para nosotros, y para ustedes nosotros éramos los comunistas; pero los dos perdimos”. ¿Por qué perdieron? Ahora no hay derecha ni izquierda; existe lo que está en el medio, gente que se organiza en una realidad y no tiene el más mínimo interés en cambiar. Eso es la derrota.
–La novela demuestra que el poder no está en la política, sino en las offshore y los grupos económicos que lo manejan todo…
–El poder está en el dinero y lamentablemente el dinero no es transparente. Y esto está yendo de mal en peor.
–¿Por qué Offshore tiene un comienzo y un final muy bíblico?
–La novela empieza con una cita del Génesis: “Entonces dijo Dios: ‘Hágase la luz’, y la luz se hizo”. Ese dinero que entra al país es la luz. Y la pregunta al final es: ¿Y la luz se hizo? No hay una respuesta. El lector lo tiene que pensar. Esta es una novela que empieza muy livianamente y termina de un modo muy amargo. Una escritora amiga mía que tiene más edad que yo y a la que le pasó de todo –fue refugiada política en la Unión Soviética y en Francia– me llamó, después de leer la novela, y me dijo: “Cuando terminé de leer tu novela, me quería suicidar” (risas). El final es muy amargo porque la realidad es muy amarga.