Mujeres en la calle, con barbijos, con pañuelos verdes. Banderas, redoblantes y cánticos en apoyo al “aborto legal, en el hospital”, enmarcan la concentración convocada por la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito, en las afueras del Congreso. Esta vez no son miles en la calle, lo impone la pandemia. “Pero las consignas son las mismas que nos movilizan desde hace tantos años”, dice Carmen, que porta un estandarte de Las Rojas, el miércoles por la tarde, entre la algarabía y la esperanza. Esas sensaciones se perciben en la calle.
Así se manifiesta la marea verde el día después del envío del proyecto del Ejecutivo, para el tratamiento de una legislación que garantice el aborto legal, seguro y gratuito en la Argentina. Y aunque sobre la calle Entre Ríos, esquina Irigoyen, también se manifiesta un pequeño grupo de “pañuelos celestes”, la fuerza de las mujeres empoderadas se presenta una vez más, con la potencia de las convicciones maduradas: “Vinimos para apoyar el proyecto porque lo ganamos en la calle, porque es nuestro derecho, y son nuestros cuerpos”, define Mariel, antes de sacar de su mochila un par de maracas, para sumarse a una batucada.
En la Plaza Congreso hay rondas de juegos con pañuelos verdes. Hay niñes que corren entre puestos de vendedores ambulantes cuando la tarde comienza a teñirse de verde. “Nosotras teníamos organizada esta movilización hace tiempo”, cuenta Graciela, que vino de Lanús. Es de Las Rojas, es jubilada docente, y está en la calle “para apoyar el proyecto de la campaña, que es distinto al del Gobierno”. Esa discusión corre entre los grupos de izquierda. “Ahora esto se potenció porque apareció el proyecto del Gobierno, pero no estamos de acuerdo con la objeción de conciencia”, explica Graciela. Según entiende, eso permite que los médicos puedan abstenerse de realizar la práctica. “Y debe conseguirse otro médico que lo haga, pero no la institución, debe conseguirlo el médico”, reclama. Azul está a su lado y agrega: “Tampoco queremos penalidad para las que decidan abortar después de la semana 14 --dice--, porque solo nosotras sabemos lo que necesitamos y lo que queremos”.
Candela es cosmetóloga, tiene 27 años. Vino “por el derecho a elegir y para que se apruebe el proyecto, para que no nos pase lo del 2018”, recuerda. Su familia es católica y sus cuatro hermanas comparten su posición. “Por nuestro hermano, que es militante y nos fue explicando a nosotras”, detalla. Lorena tiene 21, estudia sociología y cuenta que, en su casa, “ahora se puede hablar del tema sin problema”. Agrega que “el tema” la preocupa “porque son las personas más pobres las que sufren las consecuencias”. Quiere “¡que se apruebe ya!”.
Para Salomé, de 37 años, lo importante es que salga la ley. “Con el proyecto de la Campaña o con el que mandó Alberto, que también está rebueno”. Entiende la objeción de conciencia como una instancia de “respeto por el pensamiento del otro”, explica. El médico puede decidir no hacer la práctica “pero igual se tiene que hacer, la mujer no pierde su derecho, y se respeta la parte religiosa del médico, porque lo ideal sería que no se mezcle la religión y la salud, pero sucede”, concede. “La institución no puede ser objetora de conciencia, el médico sí”, puntualiza. Espera a sus amigas. Se para sobre el pie de un monumento a ver si llegan.
Detrás está el puesto de Ludmila, que vino de Wilde. Vende prendedores, remeras, barbijos. “Vengo a trabajar y también porque apoyo, por mi gente, por mis hijos, para que no mueran más mujeres por esto --dice--, tengo una hija de 13 años y quiero que sea libre para decidir. Hoy ella no vino, pero defiende sus derechos, ella solita abrazó el pañuelo verde, sin que nadie le diga nada”. Ludmila está esperanzada en “que sea ley”, no importa que se haya demorado, dice. “Nunca es tarde, y esto es una lucha que lleva muchos años”, explica.
Araceli y Lucía son médicas, “garantizadoras efectoras y acompañantes” detallan. Reivindican la lucha ganada “en la calle”. Y destacan el cuidado que la salud pública puede dar a las mujeres, en el entorno seguro de un hospital. No comparten la objeción de conciencia, sin embargo celebran “que se haya llegado hasta acá”. Para Araceli, es importante ver que “no podemos seguir con una ley de 1921”. Lucía sostiene que esto la entusiasma “porque puso en la agenda pública la capacidad de decidir de las mujeres”. Para ellas, la pesada carga emotiva de un aborto es de las cosas que “no se ven, pero que marcan”, y se definen por cuestiones afectivas, dicen: “Queremos que una mujer no se sienta sola en esa situación que es traumática, porque la carga social hoy la hace más pesada todavía”.
La legitimación social que puede dar la ley esperanza a los grupos de militantes feministas. Las hay de todas las edades. Con banderas de diversos colores. Casi al filo de Entre Ríos esquina Irigoyen, un grupo del Polo Obrero sostiene una línea de banderas que oficia de división con el grupo de “pañuelos celestes”. La policía está apostada en esa esquina. Y antes de las siete de la tarde, cuando los cánticos se escuchan con más fuerza, la fila de escudos de la fuerza se ubica frente a la línea de banderas. Los militantes verdes lo toman como una provocación. Hay miradas desafiantes. Los pañuelos celestes dejan sus redoblantes en el piso y van a ver qué pasa.
“No pasa nada, son los antiderechos”, dice Nora Biaggio del PDT (Plenario de Trabajadores) a Página/12. “No es común que haya tantas fuerzas represivas, pero como están los celestes, los protegen --explica--, porque ellos se movilizan desde que la ola verde se hizo masiva. Desde que se hizo posible el tratamiento de una ley. Representan a quienes quieren estár en contra de la educación sexual integral (ESI), de los anticonceptivos, y quieren obligar al Gobierno a dar marcha atrás, pero ya es imposible”, sostiene.
Pocos minutos después la tensión se disipa. La policía rompe filas. Algunos grupos comienzan a enrollar sus banderas. Los grupos de amigas se sacan fotos en la plaza, lucen ojos pintados de verdes. Vega, Magalí, Lucas y Yesabel vinieron de Quilmes y de Varela. “Para que se promulgue el aborto legal”, dicen. “El presidente ya lanzó el protocolo para que sea ley, le van a tener que hacer caso”, dice Vega, y los cuatro se ríen, cómplices, están alegres. Conocen a personas que han resultado afectadas en su salud, por abortos clandestinos. “No queremos que eso suceda nunca más”, explica Magalí, y guarda sus pinturas verdes. La marea comienza a replegar su espuma efervescente, momentáneamente, para volver a brillar “cuando sea ley”, sostienen.