Organizado por la legendaria Cinemateca Uruguaya, ejemplo de gestión cultural en América latina, el Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay inició el jueves en Montevideo su edición número 35, lo que ya de por sí debería ser motivo de orgullo y celebración. Pero más allá de los números redondos, no se trata de una edición cualquiera: la que acaba de comenzar tiene cuatro tremendos santos patrones. En la imponente fachada de Cinemateca 18, la sala de cabecera del festival, en Avenida 18 de Julio entre Yí y Yaguarón, en pleno corazón de Montevideo, la CU inauguró un inmenso mural con las figuras de Federico Fellini, Alfred Hitchcock, Luis Buñuel y… Lucrecia Martel.
La historia de ese flamante mural bien vale la pena ser contada. Y nadie mejor que María José Santacreu, coordinadora general de la CU y co-directora del festival, para hacerlo: “A fin del año pasado nos reunimos con la agencia Larsen para ver la campaña del 35º Festival Cinematográfico Internacional del Uruguay que organiza Cinemateca. Como el festival es siempre en Semana Santa, la agencia nos propuso aprovechar para llamar la atención sobre el hecho de que nuestro principal cine es el último de los grandes cines del centro y que el resto se convirtieron en iglesias. Entonces decidimos jugar con esa idea y de allí nació el lema ‘Festival empieza con fe’: fe en el cine, fe en la luz (la de los proyectores) y fe en nuestros santos, que son los directores de cine”.
Como Cinemateca tenía esa gran fachada desaprovechada en pleno centro de la capital uruguaya, la agencia y CU convocaron a los creadores del colectivo Licuado (Camilo Núñez y Florencia Durán), reconocidos muralistas uruguayos que ya han pintado murales en doce países, desde Portugal hasta la India, pasando por una de las cunas del género, Italia, nada menos (www.colectivolicuado.com). Y sobre sus diseños también se hicieron estampitas con oraciones y mandamientos, que funcionan como deliciosas piezas de promoción del festival y pequeños objetos autónomos. Como la de Martel, que comienza así: “Oh Santa Lucrecia, patrona del cine argentino y apóstol del cine latinoamericano, abre tus guiones y déjanos entrar en tu Ciénaga para empaparnos de realidad…”
¿Y por qué esos santos y no otros? La respuesta de Santacreu no se hace esperar: “Elegir a los santos no fue tan difícil porque obviamente no podés hacer un canon con cuatro directores, así que siempre vas a quedar desconforme. Pero es obvio que generó polémica. Algunos socios de Cinemateca querían a Orson Welles, no a Hitchcock, y se quejaron de que no hayamos hecho una encuesta para elegir a los santos. A varios nos hubiera gustado poner a Pasolini, pero terminó siendo Fellini. Estuvo Truffaut en un momento, en otro, Godard. También Kurosawa y hasta ¡Chantal Akerman! También había cuestiones técnicas que considerar: los muralistas trabajan con fotos, las fotos tenían que tener determinada calidad, no podían tener la cara cubierta, no podían tener lentes oscuros, no podían tener sombrero, tenían que estar de frente.... Ahí descubrimos cuan difícil es conseguir que todas esas características confluyan en una fotografía de un director de cine”.
¿Y Martel? “Ella estuvo casi desde el principio entre los santos (que en principio fueron cinco y no cuatro) y a medida que pasaba el tiempo estábamos cada día más contentos de ponerla allí, al punto que los otros podían cambiar, pero Martel no”, apunta Santacreu. “Quiero decir, da igual si ponés a Godard o a Fellini. Es el panteón. Para nosotros, Martel es una directora tan universal como aquellos, todavía está haciendo cine, es nuestra contemporánea y es un cine universal hecho desde acá. Y nos encantaba el gesto de ‘canonizarla’, ponerla al lado de esos otros directores y tenerla mirando con su cámara de fotos en mano desde lo alto de un gran muro sobre la principal avenida de Montevideo. Manolo (ndr. por Manuel Martínez Carril, mítico director de la CU durante más de treinta años) se cansó de ‘canonizar’ directores. Ahora es nuestro turno”.
Para Santacreu, eso que puede parecer un chiste lo es, pero no tanto: “Me refiero al papel de las cinematecas. En Cinemateca Uruguaya defendemos la postura de estrenar cine y de hacer festivales como una manera de tomar una postura frente al cine actual. El nuestro es un discurso que se opone a otros discursos sobre el cine. Discursos muy poderosos a los que la voz de la pequeña cinemateca desafía. Nosotros decimos: este es el cine que hay que ver. El mural cumple también esa función. Se apropia de un lugar que está en un espacio público y propone otra cosa. Estamos acostumbrados a que las paredes de los edificios sean apropiadas por la publicidad, lo aceptamos sin chistar. Pues bien, nosotros tomamos esa pared de 20 por 12 metros y pusimos directores de cine. Pusimos algo que no vende nada, que es hermoso de ver, que te hace pensar y preguntar quiénes son, que te lleva al cine y que te lleva al cine de esos directores. Es por esto que el mural generó un impacto muy grande en Montevideo. La gente se sintió reivindicada. Al fin algo lindo, al fin algo bueno. Es increíble como uno se acostumbra a lo malo, que cuando hay algo bueno te entra una felicidad... Creo que es porque te da esperanza. Uno piensa: bueno, no todo está perdido”.