Desde San Carlos de Bariloche
“Ser o no ser”, la duda metafísica de la cultura occidental, resuena desde el sur. Irse o quedarse para escribir. Esa es la cuestión que desmenuzaron Sylvia Molloy, Graciela Cros y Vera Giaconi en el 6° Filba Nacional, que termina hoy en San Carlos de Bariloche. “Decidí irme del territorio de la infancia para escribir. La pregunta es si me fui para escribir o me fui y después escribí para justificar lo hecho. No tengo una respuesta”, dijo Cros en el auditorio de la Biblioteca Sarmiento, una de las sedes del festival. No existía el hábito de lectura en su casa de Carlos Casares, en Buenos Aires, donde nació en 1945. “Fui yo quien introdujo los libros en la familia”, confesó la poeta que a los 10 años se hizo socia de una biblioteca pública y de ahí se llevó Crimen y Castigo y Madame Bovary, entre otros libros. “Entrar a esas otras realidades se convirtió en un motor que me impulsaba y a la vez me distanciaba, me volvía diferente. Yo inventé mi propio exilio dentro de la casa familiar. La lectura era mi exilio voluntario”, afirmó la autora de Pampa Huenuleo.
Después de haber padecido La Noche de los Bastones Largos en la Facultad de Filosofía y Letras –cuando aprendió lo que era correr desde Independencia y Urquiza hasta la Perla del Once–, se dio cuenta de que el clima se enrarecía. Bariloche, adonde llegó en 1971, fue un exilio hacia lo desconocido. “En aquel tiempo se escuchaba más hablar de los Nacidos y Criados que ahora. Nosotros, los que veníamos de Buenos Aires, éramos recibidos por los NyC con cierta frialdad y recelo no exento de sospecha. Ahora sigo sin ser NyC pero no es un tema que me importe; peor aún, a veces reacciono como si lo fuera”, reveló Cros y explicitó su lugar de enunciación. “Escribir desde el margen, escribir desde la periferia, hacer de la periferia nuestro centro, aceptar que todos somos periferia de algo alguna vez, se ha convertido en una suerte de preciosa libertad”.
Molloy se fue de la Argentina en 1958 para estudiar en Francia y cuando regresó pasó “un período mágico” en los años ‘60. Hasta que en el ‘67 aceptó un puesto en una universidad en Estados Unidos. “Vivir afuera es sin duda liberador: uno no se siente responsable del ‘aquí’ porque las verdaderas obligaciones supuestamente están ‘allá’. Como extranjera, no me correspondía intervenir, era como estar en casa ajena –aclaró la escritora, que reside en Nueva York–. Pero ser otro significa también no sólo encarnar una diferencia sino tener que explicarla, volverla aceptable. Del otro anónimo que uno aspira a ser se pasa a ocupar el lugar de un ‘informante’ llamado a traducir su cultura para que el otro la entienda. Así me encontré más de una vez tratando de persuadir a quienes me quisieran escuchar que Juan L. Ortiz era una voz tan potente y rica como la de Pablo Neruda”. ¿Hubiera escrito de haberse quedado en la Argentina? “Tiendo a pensar que no, que para mí la escritura surge precisamente del desplazamiento y de la pérdida”, planteó la autora de En breve cárcel, El común olvido y Vivir entre lenguas. “A las preguntas sobre si pienso volver o por qué no vuelvo, digo que elaboro ficciones personales de regreso, ficciones que incluso se transforman en novelas. Esa es mi manera de volver”.
Aunque Giaconi nació en 1974 en Montevideo (Uruguay), cuando tenía 9 meses su padre se escapó a Buenos Aires, sin saber que huía de una dictadura para meterse en otra. Ella vivió con sus abuelos maternos en Mercedes, el pueblito donde se había criado su mamá y de donde se llevarían a su tío, que fue un preso político durante seis años en la cárcel Libertad. “Cuando mi mamá volvió a buscarme, yo ya hablaba; era una bebé parlante. Fui un pequeño monstruo que se agarró del lenguaje antes de tiempo porque demasiado pronto necesitó decir con claridad alguna cosa. Mi relación con la palabra fue no sólo precoz, sino intensa y de una atención exagerada”, explicó la autora de Carne viva, que aprendió a leer y escribir con ansiedad cuando comenzaron a aparecer las cartas que llegaban de Uruguay y las que se mandaban al otro lado del río. “Las cartas fueron para mí la primera forma de leer y de contar historias. Las cartas eran cuentos con principios y finales felices. Cada una mostraba el mundo verdadero de quien la había escrito y la clase de vínculo que habríamos podido tener si hubiéramos vivido todos en el mismo tiempo y lugar”, destacó la escritora que, cuando empezó a escribir sus propias historias, encontró lo que la rescató de un dilema que no habría tenido solución: “¿de dónde soy?”. “Extranjera en Uruguay por haberme criado en la Argentina, extranjera en la Argentina por haber nacido en Uruguay, la escritura fue mi territorio; un territorio escabroso, incómodo a veces, donde puedo hacer preguntas sobre todo y sentirme casi siempre segura”.