Quien entre aquí, abandone toda esperanza, advierte Dante a cualquiera que esté por dar su primer paso en el Infierno. El viaje descendente por sus nueve círculos es precedido por una antesala, donde habitan los ignavi, indiferentes, apáticos tanto para el bien como para el mal. El Infierno de Marcia Schvartz no es de ellos, sino de los que están bien adentrados y sumergidos en los círculos profundos. Es la capacidad ilimitada que tiene el ser humano para practicar el Mal con toda su pasión. Lujuria, gula, avaricia, ira, pereza,venganza, violencia, mentira. Pero la artista no ilustra la Divina Comedia del maestro italiano sino que despliega un mapa vivo, construye con óleo los actos donde encarna el Mal, los reconoce, los padece y los devuelve con la misma fuerza, Medusa contemporánea que erige un erotismo pictórico de una sensualidad arrolladora seduciendo y perturbando con la potencia de un imán.
En Canto Trigesimosecondo “Oí que me decían: pisa con tiento”, óleo sobre tela imponente de 160 x 180, una persona es pisoteada por un pie de una soberbia magenta, repleta de ojos, representando el pie del perverso, que aplasta con consciencia y goza con el sufrimiento que intencionalmente genera. Psicópatas. El mundo está lleno de ellos. El Infierno no es una dimensión paralela ni ajena. Es de carne y hueso, de tierra y serpientes, de búhos y lunas. La cabeza es aplastada contra la tierra, tierra al que la artista le da tanta potencia, que parece darle un respiro, porque no es puro barro sino que el cieno deviene oro y parece contener todos lo minerales preciosos en ella. Tal vez en algún lugar, en otro círculo dantesco, se ejecute la justicia. La comedia, a parte de divina, parece ser circular, terrenal y humana. La paleta de los ocres y los marrones reenvían a la serie El río es nuestra sangre, nuestra sangre es el río, donde la tragedia de la historia argentina se presenta entre cuerpos desmembrados y pirañas, en un río manchado de sangre.
En la exposición la artista despliega la fuerza de un imaginario medieval, actual, atemporal: la capacidad humana infinita para cultivar el Mal. No como una pasión abstracta, como un vicio teórico, sino que lo presentifica, le da un cuerpo. La pintora reactualiza el bestiario románico. Alejada de una estética clásica y equilibrada, el ritmo de las pinturas es carnoso, tortuoso, hechicero, repleto de tallos vegetales que se entrelazan enrejando a los vivos, condenando a los muertos, advirtiendo a los malos, mirando padecer a los inocentes. En el cuadro "Ora Acorri, acorri morte!" ya es tarde. Un ser híbrido, rojo como el diablo, es asfixiado por las serpientes venenosas e insaciables. De nada le sirve ese fondo de oros, turquesas y lilas, ese fuego infernal, más que para agonizar entre pigmentos de una belleza que iluminan sin opacar el gesto dramático.
En el Canto Terzo “La Barca”, se ven pies pisando cabezas, bocas abiertas, manos desesperadas que ahogándose se aferran al tobillo de su asesino. Lo más doloroso es que hay ojos, hay miradas, el que mata es reconocido. Dramatismo océanico, de unos verdes turquesas, marinos, esmeralda. También está "Erinia (El misterio del arte)" diosa humanizada vengando con furia, desangrando al culpable con sus garras mientras lo ahorca con sus alas y su boca se abre mostrando sus dientes, aullando victoria. Es una mujer, tiene cara de pez y alas de cóndor.
El bestiario es colorido y sorprendente. Los animales desfilan cargando cada uno con sus virtudes y perversiones. Incluyendo los humanos. La perfidia de la serpiente, representante del pecado, la lujuria del conejo, la mugre del cerdo, la pereza de la cabra. Marcia los ensambla, los yuxtapone, los maldice con belleza. Cómo su Ángel Negro, espectro maravilloso azul como el cielo, cubierto por plumas negras repletas de ojos. O sus búhos que posan como brujas sedientas de justicia, como murciélagos, pinceladas saturadas de negro y blanco, plumas oscuras como la noche, montaje de garras, colmillos y miradas desquisiadas.
Los fondos son el respiro. Fuegos de amarillo oro, soles que son córneas voladoras aureadas por un bermellón único. Cielos de una oscuridad ancestral, en los que reina una luna que embrilla y embruja, aún en el árbol de los muertos, aún con la Gorgona molestando a sus pies.
La sensualidad feroz de las pinturas nada tiene que ver con las medidas ideales y armoniosas. Es un erotismo caníbal, una sopa de ojos, uñas, hongos, colmillos, lenguas sanguinarias, sangre y vaginas carnosas que estallan en texturas y humedades construidas con pigmentos alejados de las paletas pasteurizadas. Es la pintura como un escudo contra el sentido común, contra la negación de la falta y la malicia. Acto político que en su denuncia restaura un nuevo erotismo dejando de manifiesto la complejidad y el carácter mutable del encanto.
La misma lógica vive en las esculturas. Aguamalas, lágrimas de mar, medusas desesperadas convertidas en piedra. Con pelos de la propia artista, y con hilos carmín que hacen de sangre. Troncos carbonizados con espíritus dentro. Espejos ahumados por las sombras. En el cuadro "Perché mi screpi? Nonhai tu spirito di pietade alcuno?" almas suicidas que se transforman en árboles, y aún muertos siendo carcomidos y molestados --sin piedad-- por las Erinias. No hay paz en el Infierno. No hay paz en la Tierra. Las pasiones inundan todo, corroen. ¿Qué se hace con todo eso? La artista pinta Con rabia roía el cráneo por dentro y por fuera, aludiendo al psicoanálisis. Una mujer araña, rana, mono, abierta como una flor, hurgando incansablemente en su cerebro, recortando el filo del rencor, para no arder con sus verdugos. Tanta honestidad merece ser recompensada.
Escribe el curador Eduardo Stupia: “Este Infierno es, en todo caso, una suerte de relectura pesadillesca, la crispada revisitación de ciertos hitos del derrotero lírico dantesco, a partir de los cuales la artista concentra, destila y sintetiza un desfile de espectros disolventes, brutalmente frontales aún en su aparente inclinación sesgada o metafórica, e iluminados por una paleta de casi pavorosa intensidad. Schvartz confiesa su íntima adhesión a la crucial influencia de esos versos según los dictámenes de una arquitectura estética que hace de la polución y la deformidad un vehículo para enviciar y afectar toda invocación temática, y así se canibalizan y fagocitan personajes y situaciones, que exceden la contención mayestática del texto original para acudir eléctricamente a la intimidad del Hades personal schvartezesco”.
Infierno carga con la ambigüedad de las flores embriagadoras de ciertos cactus, que en su máximo esplendor revelan su falla, una vida tan intensa y perfumada como fugaz. Las pinturas de Marcia registran las velocidades del desborde, revelan los vínculos enviciados, ponen en valor el filo inevitable de la vida. Los miserables no son los otros. Empoderados para el bien y para el mal, miserables en estos círculos del infierno somos todos.
Infierno de Marcia Schvartz se puede visitar en Vasari, Esmeralda 1357. Hasta el 4 de diciembre. Las visitas se hacen con cita previa de martes a viernes de 14 a 18. Más información en la web de Vasari.