7 - ANGÉLICA
(Argentina/2019)
Dirección: Delfina Castagnino
Guión: Delfina Castagnino, Agustina Liendo, Martín Feldman y Martín Mauregui
Duración: 106 minutos
Intérpretes: Cecilia Rainero, Antonio Grimau, Diego Cremonesi y Andrea Garrote.
Estreno este jueves y sábado a las 20 en Cine.ar TV, y desde el viernes en Cine.ar Play

Reputada montajista de la industria audiovisual argenta, Delfina Castagnino debutó en la realización de largometrajes en 2010 con Lo que más quiero. Si bien pasó casi una década hasta Angélica, en ella se mantiene el interés de la realizadora por indagar en personajes femeninos en crisis. A las dos protagonistas encuentra en un momento bisagra, de esos que requieren templanza y paciencia para vislumbrar cuál es el mejor camino para salir adelante. La primera era una joven de veintilargos que, luego de haber roto con su pareja, viajaba al sur para reencontrarse con una vieja amiga. Dos amigas lastimadas pero dicharacheras y sociales que Castagnino filmaba con planos casi siempre fijos y extensos en el tiempo, como si buscara que el relato respirara la frescura inocente de esos personajes. De allí que Lo que más quiero –ganadora de tres premios en el Bafici 2010- fuera luminosa y optimista, el registro de un final con mucho de nuevo comienzo. En Angélica, en cambio, la crisis asoma como irremediable y la cámara no intenta respirar sino que, por el contrario, asfixia. 

La crisis es igual de terminal que el estado de esa casa que se derrumba a la par de su protagonista. El paralelismo entre la destrucción de lo que alguna vez fue un hogar familiar y el progresivo desequilibrio mental de una de las personas que supo vivir allí suena como algo obvio y no precisamente novedoso. Y aun cuando Castagnino refuerce demasiado esa línea de interpretación, sobre toda en la última media hora de metraje, el valor de Angélica radica en todo lo que se construye alrededor de esa metáfora, empezando por los contornos de una mujer cuya ambigüedad vuelve imposible discernir un carácter único. Suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Ángelica (Cecilia Rainero) es capaz de ir de la perversión y un apetito sexual desatado a la tristeza de un duelo inacabado y ciertos atisbos de locura. Claro que el contexto, con dos hechos recientes traumáticos, no ayuda demasiado. Como si con la separación de un ex no hubiera sido suficiente, su madre acaba de morir, dejándola sola en la casa que compartieron. Ahora son tiempos de dividir las pertenencias para luego demoler y vender, según el plan trazado por su hermana (Andrea Garrote).
Pero Angélica no va a ningún lado, quizás porque no tengo a dónde ir. En lo que pueden ser sus últimos días allí, mira viejos videos de su madre actriz con un viejo galán que a cuya búsqueda -en una fiesta a la que no fue invitada y donde no conoce a nadie- parte con una peluca rubia que usaba la difunta. “Me disfracé de mi mamá muerta”, le dice a un Minion al que trata de levantarse con nula sutileza. Desde ya que a ese galán devenido en hombre maduro (Antonio Grimau) le dice ser alguien que no es. Castagnino trabaja constantemente esa depalmeana idea del doble, llevando a Angélica a distintos ámbitos en los que actúa como si fuera la madre, como por ejemplo en una partida de naipes durante la que se declara viuda desde los 30 años (está por cumplir cuarenta) y con dos hijas a cuestas (“La menor está en casa y no me la puedo sacar de encima”, cuenta), un relato que podría catalogarse de autobiográfico.
La película pendula entre el drama intimista sobre el desosiego y el thriller psicológico propio de la subjetividad alterada de Angélica, que esfuma la posibilidad de saber qué hay detrás de las múltiples máscaras bajo las que se oculta. De Palma también asoma en la paciente observación de los albañiles desde el altillo donde se instaló sin que nadie lo sepa, una obsesión utilizada como potencial disparador de la locura y que lleva al duelo a instancias donde se mezcla con la oscuridad de los traumas arrastrados.