El debate abierto por las declaraciones de la ministra de Educación del gobierno de GCBA, Soledad Acuña, sobre la sobreideologización de les docentes y la militancia en las aulas, cuya raíz estaría en los institutos de formación docente, tiene además de una resonancia dictatorial, un olor rancio. El rápido apoyo en los medios de un exministro de Educación del gobierno de Cambiemos y de una especialista, sorprende más aún, porque se redobla la apuesta agresiva, sin dudas política. De allí que el argumento de la necesidad de neutralidad y el deseo de pluralidad no parece genuino.
Para fundamentar las críticas al supuesto “adoctrinamiento” en las escuelas y en las universidades públicas, se recurre a ejemplos del pasado y del presente, que siempre se vinculan con la izquierda y el peronismo, como si el liberalismo político y el neoliberalismo, no tuvieran intervenciones político-ideológicas como ha resultado cristalizado y documentado en el gobierno anterior, con un lenguaje oscilante entre el optimismo de la alegría, el desprecio social y la ofensiva represiva. Un antecedente de reacción del mismo ex ministro fue en el año 2017 por el tratamiento del caso Maldonado en unas cartillas docentes. Se insiste con fruición en la impugnación de estudiantes y docentes de escuelas y universidades públicas y representantes gremiales.
En las notas actuales, que buscan avalar los dichos de la ministra y no simplemente abrir un debate sobre un tema siempre interesante, volver sobre el caso de los libros de lectura del segundo gobierno peronista es un clásico remanido, ya estudiado por la historiografía de la educación. En el período de entreguerras la introducción de contenidos políticos en los libros escolares hizo converger a gobiernos nacionalistas de diverso signo, liberales y comunistas. Estamos lejos de aquella etapa en la que los líderes políticos recurrían a una pedagogía política estatal con contenidos doctrinarios, en plena lucha por la hegemonía como analizara desde la cárcel Antonio Gramsci. Poner en cuestión la presencia del debate político en las universidades públicas argentinas, y sostener que la idea de universidad y la de populismo se repelen (sic) supone desconocer que las tradiciones universitarias se encarnan y no son una abstracción, desde el reformismo para acá, pasando por el pensamiento de izquierda en sus diversas variantes y el pensamiento nacional-popular, y también por el liberalismo democrático y no fascista.
Sin dudas, las identificaciones políticas se ponen en juego en el movimiento estudiantil secundario y universitario, que ha tenido un papel clave en la confirmación de una cultura pública movilizada en torno a los grandes debates políticos, sociales y culturales de la Argentina democrática, desde la lucha por los derechos humanos, la democratización del derecho a la educación, las demandas y reivindicaciones vinculadas con el género y la sexualidad y el cuidado del ambiente. Pero también en docentes de los diversos niveles, que con orgullo y esfuerzo, han garantizado la continuidad escolar y académica, con todas las dificultades del caso, algunas que corresponden sin dudas a los gobiernos. Si pensar la educación en clave política, y en clave de políticas más aun, es adoctrinar, yo brindo por ese pensamiento que trata de imaginar e incidir en mejores escenarios de la educación, con más derechos, conciencia histórica y reflexividad. A su salud, pocos días después del día de la militancia.
La relación entre educación y política es un viejo tópico de debate en el campo de las ciencias sociales y en el pensamiento pedagógico. Se ha abrevado en las obras de autores y autoras de Europa, Estados Unidos y América Latina, para revisar y problematizar esa relación. Quienes se escandalizan y reclaman neutralidad y educar para la libertad no desconocen algunas de estas obras, pero lo que hay en juego son discrepancias político-ideológicas. El desfinanciamiento de las escuelas públicas de la ciudad de BsAs sería un escándalo para cualquiera de aquellas figuras intelectuales, así como el retaceo de alimentación para las familias pobres en plena pandemia o la exposición de un estudiante de escuela secundaria en los medios para hacer marketing del retorno a clases, vulnerando todos sus derechos; también solicitar a las familias la realización de denuncias a docentes y usar las clases virtuales como espacio de vigilancia doméstica. Silencio de radio sobre estos temas gravísimos; la salida es por la tangente del adoctrinamiento como si estuviéramos en la Italia fascista.
En años recientes el intelectual alemán Axel Honneth, frente a las tendencias neofascistas y las amenazas a la democracia en Europa, defendió la idea de la escuela como espacio para la educación democrática y como comunidad cooperativa, discrepando con el reclamo de neutralidad del pensamiento neoliberal obsesionado con el rendimiento individual y con el multiculturalismo defensivo de las identidades culturales. Revindicaba una nueva relación entre pedagogía y filosofía política. El pedagogo Henry Giroux, en otro escrito caracteriza a la educación superior como una esfera pública democrática, en la cual formar en una sensibilidad ética y política y desarrollar habilidades analíticas críticas, frente al estado de guerra impuesto por el gobierno de Donald Trump.
Cuestionar el pensamiento crítico y las discrepancias abiertas que sectores docentes han tenido con las políticas educativas llevadas adelante hace más de una década por el PRO en GCBA, o de sectores estudiantiles y docentes de universidades públicas, disidentes con la orientación del anterior gobierno nacional, revela un componente autoritario. Dime qué críticas y te diré de qué careces. Vale también para todos los dichos de la ministra, cuya salida debería decidir prontamente el jefe porteño, que afirma escuchar siempre a vecinas y vecinos.
* Profesora de la UBA e Investigadora del CONICET