“¿Cómo hago para morir más rápido?”, repetía desesperado dentro del vagón Filip Argintaru, uno de los habitantes judíos de la ciudad rumana de Iasi deportados en los “trenes de la muerte” en junio de 1941, durante el Holocausto en Rumania. Al igual que él, miles de rumanos judíos fueron encerrados en los trenes en pleno verano. Unos pocos sobrevivieron: atrapados ahí dentro, la mayoría murió de asfixia y sed. Otros miles habían sido asesinados poco antes a golpes o a tiros en las calles de la ciudad, en lo que se conoce como el pogromo de Iasi, uno de los capítulos más oscuros del período en que Rumania estuvo aliada a la Alemania nazi, entre 1940 y 1944 (ver abajo).
Este y otros testimonios forman parte de The Exit of the Trains (La salida de los trenes), del cineasta rumano Radu Jude, que se podrá ver hoy domingo, lunes y martes como parte de la competencia Estados Alterados del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata (que este año se celebra de forma virtual y gratuita). La última película del director, que se estrenó a principios de este año en la sección Forum de la Berlinale, es un documental de casi tres horas articulado sobre la base de unas 200 fotografías de víctimas de este pogromo. En ese mismo festival, Jude ganó en 2015 el Oso de Plata a la Mejor Dirección por su película Aferim!. Tres años después se llevó el premio a la Mejor Película en el de Karlovy Vary por I Do Not Care If we Go Down in History As Barbarians.
Durante la primera parte, llamada “Declaraciones y testimonios”, que dura alrededor de dos horas y media, se van sucediendo en la pantalla una tras otra las fotografías color sepia (en su mayoría de pasaportes u otros documentos oficiales) de padres de familia, esposos e hijos mientras, en off, son leídos los testimonios de sus madres, esposas e hijas, quienes recuerdan las terribles circunstancias de sus muertes. La última parte, “Imágenes”, es una sucesión de durísimas fotografías de las atrocidades perpetradas durante el pogromo. En algunas de ellas, los habitantes de Iasi caminan entre los cadáveres de sus vecinos como si se tratara de cualquier paseo de domingo; en otra, una mujer yace sin vida en la acera. A su lado, la mano de un hombre muerto descansa sobre su cintura en lo que asemeja a un último gesto amoroso. Acurrucado junto a ellos, un niño de tres años parece dormir, pero también está muerto.
No es la primera vez que Jude construye un documental en base a fotografías. Ya lo hizo en The Dead Nation (2017), donde conjugó los retratos de campesinos, soldados y familias rumanas de los años '30 y '40 de un antiguo estudio de fotos con citas del diario del médico rumano judío Emil Dioran y canciones nacionalistas, entre otras cosas, para alertar sobre el creciente antisemitismo que se cernía sobre el país. Este film también se pudo ver en Mar del Plata, donde el director se llevó el Astor al mejor director por Scarred Hearts en 2016. Las fotografías empleadas en The Exit of the Trains, en cambio, forman parte de un álbum que el historiador rumano Adrian Cioflâncă, codirector del film, compró por e-bay. Durante los siguientes diez años, buscó en archivos estatales, militares y de los servicios secretos testimonios acerca de las circunstancias de desaparición de cada una de las personas retratadas.
Desde Bucarest, Jude le contó a Página/12 que cuando Cioflâncă le propuso hacer otro documental en base a fotos, primero le dijo que no. Pero luego vio las imágenes y no pudo negarse. “Mucha gente cree que no son películas, sino que son como presentaciones de power point, y no está del todo equivocada. Pero me gusta cuando el arte regresa a las raíces. Creo que poner fotografías estáticas en una película y proyectarlas en la gran pantalla, relacionándolas con otros elementos como textos, música u otras imágenes, es cine, aunque en una forma muy primitiva. Me gusta cuando el cine no se ve como cine”, explicó.
-¿Cómo seleccionaron las fotos incluidas en la película?
-Primero empezamos a poner en la película todo lo que teníamos, con la idea de recortarlo luego a una duración razonable. Pero en un momento del montaje le dije a Adrian (Cioflâncă): "La verdad, no sé cómo vamos a tener las agallas y el corazón para sacar de la película algunas de estas historias". Así que dejamos todas las que teníamos. No hicimos una selección nosotros.
-Su película es una experiencia exigente, por su construcción, su duración y la crudeza de sus imágenes. ¿No le preocupa que eso desaliente a potenciales espectadores?
-Es una pregunta muy pertinente para la que no sé si tengo respuesta. Cuando terminamos la película sabíamos que no iba a ser fácil de ver. Siempre está el dilema entre hacer un trabajo más accesible y llegar a más gente, o hacer un trabajo más demandante y no llegar a tanta gente. No sé qué es mejor. Pero teniendo en cuenta que Adrian buscó en los archivos durante diez años, tres horas no me parece tanto. En total son 220 fotografías en tres horas. Hay que tener en cuenta que se estima que murieron unas 12.000 personas. Es decir que las fotos representan menos del 3 por ciento de los casos. Siempre se habla de este tipo de horrores de forma muy abstracta. ¿Qué significa 12.000 personas? No tenemos ni una imagen para eso. Pero si te lleva tres horas ver a 200 personas, podés intuir la dimensión de lo que significan 12.000. Por otro lado -y esto es muy personal-, cuando leo un libro, veo una película o voy al teatro, realmente quiero hacer un esfuerzo. Sé que vivimos en una época en que eso no es así. Con mi última película tuve un montón de discusiones con el agente de ventas porque hay un personaje que lee un texto sociológico durante dos minutos y me pedían que lo sacara porque les parecía demasiado para el público. Perdimos la cabeza si creemos que el público no puede tolerar dos minutos en una película.
-¿Cómo describiría ese esfuerzo?
-Sé que estoy del lado perdedor en esto, pero en el caso de algunas obras de arte -no con todas y tampoco gratuitamente- quiero hacer un esfuerzo placentero, útil, que me ayude a pensar, a desarrollarme. Shoah, la película de Claude Lanzmann, dura nueve horas. Marcel Proust necesitó tres mil páginas para su novela En busca del tiempo perdido. ¿Qué debía hacer? ¿Recortarla? No me estoy comparando con ellos, que quede claro. Entiendo que la película sea rechazada, muchos festivales lo hicieron. Por eso estoy muy agradecido con que un festival importante como el de Mar del Plata la aceptara. Algunas personas se fueron de las proyecciones, pero las que se quedaron se sintieron muy conmovidas.
-Lanzmann tenía varios reparos en relación a las imágenes de archivo del Holocausto. De hecho no incluyó ninguna en su película y se apoyó en la fuerza de los testimonios de las víctimas. Usted también le da gran importancia a los testimonios, pero decidió incluir imágenes del Holocausto al final. ¿En qué basó esta decisión?
-En un punto estoy de acuerdo con él en que las imágenes de los campos de concentración o de exterminio son decepcionantes porque no pueden representar realmente el horror. Por otro lado, creo que los testimonios de las personas también son representaciones. Hay un libro de Georges Didi-Huberman llamado Imágenes pese a todo: Memoria visual del Holocausto, donde polemiza sobre esto con Lanzmann. Porque si sos purista en este razonamiento, deberías concluir que no hay nada que pueda ser dicho sobre el Holocausto. De todas formas, incluir las imágenes de archivo al final fue una decisión difícil. En primer lugar porque, antes de hablar de representación, hay una pregunta ética muy difícil. Estas fotografías de personas siendo asesinadas o poco después de ser asesinadas de forma horripilante fueron tomadas mayormente por soldados alemanes o por miembros de los servicios secretos. Marius Panduru, mi director de fotografía, me preguntó: ‘¿Te gustaría que después de ser muerto a golpes tu cuerpo fuera expuesto en una foto y que después fuera tomada por algún director idiota para proyectarla en el cine?’. Es una pregunta complicada. Susan Sontag (autora del ensayo Sobre la fotografía) también quiso resolverlo y no pudo, creo.
-¿Entonces por qué las incluyó?
-Son una herramienta contra los negacionistas. Si bien oficialmente la masacre de Iasi es reconocida por el Estado rumano, sigue siendo algo muy negado. Podés dudar de la veracidad de los testimonios. Por eso dejé las fotos, aunque de todas formas hoy en día la verdad en relación a las imágenes es bastante engañosa. Al principio esa parte duraba unos 30 minutos, ahora dura menos porque decidí que las fotos se vieran durante pocos segundos en pantalla, un tiempo suficiente como para darte la información pero a la vez no permitir que las contemples.
-El antisemitismo es un tema que abordó en varias de sus películas, a veces desde el pasado, como en Scarred Hearts, y otras desde el presente, como en I Do Not Care If We Go Down in History as Barbarians. ¿Siente que hubo avances en el reconocimiento en Rumania de este capítulo de su historia?
-Depende de cómo lo mires y con qué compares. Si lo comparamos con los tiempos de la dictadura comunista, cuando solo se discutió durante un año el Holocausto, creo que en 1946… Después fue algo prohibido en la discusión pública durante muchos años, en parte porque no se quería decir que Rumania había luchado contra la URSS (en alianza con la Alemania nazi). La narrativa era que siempre habíamos sido hermanos con los rusos. Y durante la dictadura de Nicolae Ceaucescu, que era muy nacionalista, era obligatorio glorificar el pasado. Después vino la revolución y la gente necesitaba encontrar una época dorada previa, entonces empezaron a pensar que había sido el periodo de entreguerras, incluso glorificando héroes fascistas como el mariscal Ion Antonescu, porque decían que al menos había estado en contra de Stalin. En los '90 aparecieron los primeros intentos de analizar más críticamente y de forma menos nacionalista nuestra historia y relación entre el pasado y el presente. Oficialmente, Rumania tuvo una Comisión internacional Eli Wiesel sobre el Holocausto que en 2004 presentó un informe diciendo que no había duda de la participación de Rumania en el Holocausto. Pero la mayoría de la gente piensa distinto. Desde ese punto de vista, la situación está lejos de ser buena. Es un proceso que va creciendo de a poco, pero frágil, que puede retroceder en cualquier momento, como en Hungría o en Polonia.
El progromo de Iasi
Asesinatos en masa
De acuerdo con Yad Vashem, el Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá, en Israel, antes de la Segunda Guerra Mundial, la población judía en Rumania era de unas 757.000 personas. En 2003, el presidente rumano Ion Iliescu creó una Comisión Internacional sobre el Holocausto en Rumania para investigar este oscuro capítulo en la historia del país. La Comisión, integrada por historiadores y figuras públicas de Estados Unidos, Rumania, Francia, Alemania e Israel, y apoyada por organismos como el Comité Judío Estadounidense (AJC) y la organización judía humanitaria internacional B’nai Brith, estuvo presidida, entre otros, por el Premio Nobel y vicepresidente del Consejo de Yad Vashem, Elie Wiesel. Su conclusión, presentada en 2004, fue que entre 280.000 y 380.000 rumanos y ucranianos judíos habían muerto durante el Holocausto en Rumania y los territorios bajo su control.
Se conoce como pogromo de Iasi el asesinato de unas 12.000 personas en esa ciudad rumana en 1941. El pogromo comenzó el sábado 28 de junio de ese año, cuando soldados rumanos y alemanes, miembros del Servicio Especial de Inteligencia Rumano, la policía y una multitud de residentes de la ciudad saquearon y asesinaron a sus vecinos judíos. Miles de ellos murieron en los ataques contra sus casas, muchos otros en las calles. Otros miles fueron trasladados a la central de policía de Iasi por patrullas de soldados rumanos y alemanes, donde al día siguiente fueron muertos a tiros. Los sobrevivientes fueron hacinados en los “trenes de la muerte”, donde murieron de sed y asfixia en vagones herméticamente cerrados en pleno verano. De acuerdo con el Centro Yad Vashem, perecieron en los trenes unas 2.650 personas.