Claudio ocupaba la piecita del fondo en el viejo caserón de Belgrano R. De ahí se lo llevó un grupo de tareas la tarde del 30 de julio de 1977. Solía decir que no quería ser un turista en la clase obrera. Tenía una madeja de sueños donde se entrelazaban su vocación política, el periodismo, la poesía, la fotografía y el deporte. Era nadador y jugador de waterpolo. Toda su familia, los Ferraris, estaba asociada al club Municipalidad, hoy Ciudad de Buenos Aires. Sus padres Arnaldo y Amneris; sus hermanos Eddie y Andrea, la única que los sobrevive. Memo, como lo llamaban sus compañeros de militancia, se destacaba en todo lo que hacía. Ricardo Fortser, su compañero en el Nacional Roca y la agrupación FLS (Frente de Lucha Secundaria) lo recordó en un acto de 2012: “Muchas veces trato de imaginar, sabiendo que era el mejor de nosotros, la vida que hubiera merecido vivir”.
Sentadas alrededor de una mesa ratona donde se superponen fotografías y recortes, cinco mujeres repasan sus 20 años intensos, plenos de proyectos truncos. Andrea Ferraris, Adriana Sznajder –la cuñada que no llegó a conocer– y sus sobrinas Macarena, Franca y Julia. Están en la misma vivienda de la calle Sucre que construyó José Leva –el abuelo materno de Claudio– cuando llegó de Italia. La hermana menor del militante y deportista desaparecido recuerda aquellas interminables horas posteriores al secuestro: “Durante 15 días mi mamá estuvo sentada delante de una estufa como petrificada. Mi viejo lloraba por los rincones. Cuando tocaban el timbre, Eddie salía corriendo a la terraza. Estaban todos espantados. La puerta nunca más quedó abierta, siempre le pusimos llave desde ese momento”. A Claudio lo habrían visto en el centro clandestino de detención de Campo de Mayo. La familia también recibió otra versión: que sobrevivió hasta la fecha del Mundial ‘78.
Arnaldo Ferraris era ingeniero. También su hijo mayor, Eddie, asesinado en 2003 en el partido de San Isidro en un episodio jamás esclarecido. Claudio había decidido romper con el mandato paterno. Apenas duró dos años en la Escuela Industrial. Estudió Letras. Quería ser periodista aunque antes eligió conocer el oficio de obrero gráfico. Pasó por el Taller Gustavo y el diario La Opinión. En esa etapa escribió un diario que sorprendió a su tío Walter Leva, militante comunista y cómplice de sus desvelos: “Ese cuaderno no lo leí mucho, pero terminaba diciendo ‘hay que matar a Claudio’”. La cita es del libro ‘Con vida los queremos’ que publicó la Utpba en 1986. Trata sobre las historias de casi un centenar de periodistas desaparecidos. Leva también recordó en esas páginas las fobias y pesadillas que sufría su sobrino.
Pese a todo, la infancia y adolescencia de los tres hermanos Ferraris coincidieron –como las define Andrea– “con una época muy linda”. Ahora cuenta que siempre iban “al club Municipalidad. Hacíamos natación los tres. Y ellos jugaban al waterpolo, entrenaban mucho y me acuerdo de los partidos que jugaban sobre todo contra Comunicaciones, Gimnasia y Esgrima o Independiente, que se mataban. Recuerdo patente los partidos, las salidas del club. Después íbamos a comer a un bar que se llama Rojo y Negro que queda en Libertador y Republiquetas” (hoy Crisólogo Larralde).
El waterpolo era una disciplina incipiente que en los ‘70 dependía de la Confederación Argentina de Natación. Arnaldo Ferraris llegó a presidir la federación del deporte y era delegado en representación del club. Adriana recuerda lo que le transmitió su esposo: “Había llegado a ser dirigente porque los pibes jugaban. Los dos hermanos empezaron de chiquitos y después cambiaron de club. Eddie terminó jugando en Obras, pero cuando lo conocí en el ‘83 ya había dejado el deporte. Volvió a hacerlo en veteranos”. Su cuñada Andrea señala cómo nació el vínculo con Ciudad de Buenos Aires: “Mi papá trabajaba en la Municipalidad porteña. Terminó siendo el jefe de Departamento de Instalaciones eléctricas porque era ingeniero”. Adriana, la más memoriosa, le explica: “En esa foto Eddie es un nene que no tiene ni 15 años y Claudio debería andar por los 13 o menos. Así que vos deberías tener siete u ocho”.
Los hermanos jugaron varios años al waterpolo y la familia conserva fotografías y recortes de diarios que lo documentan. Claudio llegó hasta juveniles y Eddie a Primera. El dato se lo confirmó a PáginaI12 la Federación de Waterpolo de Buenos Aires (FeWaBA). En las imágenes se observan equipos o delegaciones de jóvenes deportistas en slip, a punto de zambullirse en una pileta o posando al lado de un avión, cada uno con su bolso y antes de partir hacia el exterior. Andrea tiene presente una gira de 1972: “Sí, fue por Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Y salieron campeones. Fueron partidos amistosos. Y después vino un equipo a Buenos Aires a jugar, pero no me acuerdo de qué país”.
Claudio aparece en un artículo breve titulado “Triunfo de Municipalidad en waterpolo”, que informa sobre el cuarto título consecutivo del club en el torneo juvenil argentino en septiembre de 1973. Fue con victoria en la final sobre Gimnasia y Esgrima de Rosario –la otra plaza fuerte de este deporte– por 7-2. El redactor escribió que el equipo de Ferraris ratificó “la buena línea de juego y el excelente entrenamiento que mostró en la gira por América cuando triunfó en los 16 encuentros que sostuvo”. El plantel también lo integraba Jorge Osvaldo Jarast, hoy un conocido cardiólogo especializado en deporte e instructor de natación y waterpolo.
En ‘Con vida los queremos’, Eddie recordó que después de aquella gira su hermano menor “quedó seleccionado para el Sudamericano, para lo cual entrenó todo el invierno. Tres veces por semana viajaba a Avellaneda y siempre llevaba un libro para leer en el camino de ida y vuelta. Al comenzar el verano decidió abandonar, pero en marzo se arrepintió y regresó al entrenamiento: lo dejaron afuera como represalia. Era un chico, por eso me dio mucha bronca. A partir de entonces le cambió el panorama y se metió de lleno en lo intelectual”.
Macarena, la hija de Andrea, tiene presente que “la Federación de Waterpolo le hizo un homenaje a mi tío hará dos años. También publicaron un texto que yo escribí”. Julia, otra de las sobrinas, cuenta convencida que “los dos llegaron a la Selección. Mi papá era capitán y Claudio también”.
Ferraris estaba hecho de una sola pieza. Las actividades simultáneas que desarrollaba se potenciaban por la adrenalina de la época. Su hermana menor lo recuerda con emoción: “Yo de Claudio te puedo decir que era superestudioso, solidario, muy lindo (risas). Tenía un importante sentido del humor. Mi vieja siempre lo jodía. El le escribía manifiestos. Hay uno que es redivertido. Era muy independiente. Fue el primero que se fue a vivir allá al fondo cuando se fueron mis tíos. Hacía sus reuniones con sus amigos ahí. Siempre que lo llamaban no había que decir el nombre. Sólo teléfono, pero nunca el nombre”.
Con su amigo de la secundaria en el Roca, Juan Pablo Mobili, publicaron Poesía de mimeógrafo. “… No te vi/no estabas/cuando mi hermano caía/y derramaba gota a gota/ el color-el calor-de una bandera/sobre el pavimento”. Conoció a Haroldo Conti cuando el escritor visitó una vez La Opinión, de Jacobo Timerman. Había cumplido un sueño. Los demás se los arrebató la dictadura cuando iba camino a organizarse sindicalmente con sus compañeros del diario.